Vladimir Putin finalmente está aprendiendo la lección de todos los tiranos

WASHINGTON.- El presidente Vladimir Putin está aprendiendo la lección que tantos tiranos debieron aprender antes que él: cuando se suelta a los perros de la guerra, pueden volver para despedazarte. Cuando hizo marchar sus tropas para tomar la ciudad de Kiev, el autócrata ruso nunca imaginó que 16 meses después las milicias mercenarias del Grupo Wagner se amotinarían y marcharían sobre Moscú.

Napoleón tampoco sabía que su invasión a Rusia lo conduciría al exilio y restauraría la monarquía en Francia. Y Hitler nunca imaginó que invadir Polonia conduciría a su suicidio y al reparto territorial de Alemania, así como Saddam Hussein tampoco imaginó que su invasión a Kuwait terminaría con la caída de su régimen y con su propia muerte.

La guerra es un asunto inherentemente impredecible y riesgoso, de consecuencias siempre difíciles de vaticinar y pocas veces manejables exitosamente. En el fragor de la guerra, la ilusión de control que tienen los dictadores suele esfumarse, especialmente si el conflicto se prolonga y deviene en una sangrienta guerra de desgaste, como está ocurriendo en Ucrania.

Muchos analistas daban por sentado que en esta guerra el paso del tiempo jugaba a favor de Putin, porque Rusia es mucho más grande que Ucrania y porque los ucranianos dependen en gran medida de la ayuda de países extranjeros, cuya paciencia podría agotarse. Pero ahora vemos que el tiempo puede estar jugando a favor de Ucrania, porque tiene un gobierno elegido democráticamente, que goza del apoyo casi unánime de su pueblo para librar esta guerra en defensa de su territorio. El régimen criminal y no elegido de Putin, por el contrario, intimida al pueblo ruso hasta el sometimiento, pero no despierta amor ni lealtad.

Como muchas dictaduras, el régimen de Putin resulta ser más frágil de lo que parece desde afuera. Putin siempre confió en su habilidad para manejar centros de poder en competencia, poniendo unos contra otros a los oligarcas y las agencias de gobierno, para terminar siendo el árbitro inapelable de la toma de decisiones. Ese sistema le funcionó durante dos décadas, pero se está desmoronando bajo el peso de una guerra perdidosa que tritura a sus fuerzas militares.

En febrero, la inteligencia norteamericano estimó que Rusia había sufrido al menos 35.000 bajas de soldados en acción y que otros 154.000 habían resultado heridos, mientras que Oryx, un sitio web de inteligencia de fuentes abiertas, estima que Rusia lleva perdidos más de 2000 tanques y casi 900 vehículos blindados de diverso tipo: son pérdidas de una magnitud que Rusia no veía desde la Segunda Guerra Mundial. El veloz desgaste de las tropas rusas, y su pasmosa incompetencia, obligaron a Putin a confiar cada vez más en el Grupo Wagner, la empresa militar privada fundada por Yevgeny Prigozhin.

Exconvicto por robo armado y otros delitos en la década de 1980, tras salir de la cárcel soviética Prigozhin abrió una panchería y apostó a su negocio hasta convertirlo en una exitosa empresa de catering que alimentaba al ejército ruso. De ahí el sobrenombre que le pusieron y que tanto detesta: “El cocinero de Putin”. De hecho, ya estaba cocinando varios males: su Agencia de Investigación de Internet se convirtió en una herramienta de desinformación en Rusia y colaboró con el ciberataque contra las elecciones de 2016 en Estados Unidos, y su Grupo Wagner fue la herramienta utilizada por Putin para proyectar su poder en África y Medio Oriente con una pátina implausible de “yo no fui”. En 2014, cuando Putin se despertó con la idea de ocupar la península de Crimea, una de sus herramientas fue también el Grupo Wagner, repleto de exsoldados de élite del Ejército ruso.

En un primer momento el Grupo Wagner no fue convocado para la invasión a Ucrania, pero los fracasos militares del ejército regular abrieron el resquicio para que Prighozin básicamente le arrebatara esa porción de mercado al Ministerio de Defensa ruso. El cocinero de Putin cocinó un sistema particularmente inhumano y audaz: reclutar presos de las cárceles rusas para arrojarlos como carne de cañón en ataques en oleada. Y para mantener a raya a esos delincuentes, hizo circular el video de un supuesto desertor siendo ejecutado a mazazos en la cabeza.

El embate de los Wagner sobre la ciudad de Bakhmut fueron el foco principal de la empantanada ofensiva de Rusia de principios de año. Finalmente, los hombres de Prighozin tomaron la ciudad, pero a un precio exorbitante: según estimaciones de la inteligencia norteamericana, solo entre diciembre y mayo los rusos perdieron más de 20.000 hombres, y más de 80.000 resultaron heridos, casi todos en el asedio de Bakhmut.

Prighozin se sintió más poderoso, se le subieron los humos y empezó a descargarse contra el ministro de defensa ruso, Sergei Shoigu, y contra el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Valery Gerasimov, en videos que difundía en las redes. Allí los trataba de cobardes y delincuentes, y los acusaba de no mandarle munición de artillería para sus tropas, soslayando que Rusia tiene un stock de proyectiles limitado y que es comprensible que prioriza a los soldados de su propio ejército. “Por su capricho se han perdido cinco veces más hombres de los que podrían haber muerto”, dispara Prighozin en un video grabado el 20 de mayo desde Bakhmut. “Deberán dar cuenta de sus acciones, que en Rusia se llaman crímenes”.

A Putin pareció no importarle demasiado: desde su mentalidad de “divide y reinarás”, probablemente pensó que una competencia entre sus fuerzas militares para lograr avances en Ucrania terminaría siendo funcional a su objetivo. Pero en los últimos días esas rivalidad entre el Grupo Wagner y el Ministerio de Defensa se salió de control. A principios de este mes, los Wagner capturaron a un soldado ruso al que Prighozin acusó públicamente de haber disparado contra un caravana de vehículos de sus milicias, y en referencia al ministro Shoigu, disparó: “Hay que frenar a esta lacra”. A última hora del viernes llegó la respuesta: el Servicio Federal de Seguridad emitió una orden de captura contra Prighozin por “incitación a la rebelión armada”.

Prighozin no esperó a que lo arrestaran. Como Julio Cesar cruzando el Rubicón, el sábado sus hombres marcharon sobre Rostov del Don y tomaron los cuarteles del ejército ruso sin disparar una sola bala. Más tarde ese mismo día, una caravana de vehículos del Grupo Wagner se puso rumbo a Moscú, en medio de informes que decían que la capital rusa estaba siendo barricada.

“En las próximas horas, la lealtad de las fuerzas de seguridad de Rusia, especialmente de la Guardia Nacional, será crucial para desenlace de esta crisis, que representa el mayor desafío al Estado ruso en tiempos recientes”, señaló el Ministerio de Defensa de Gran Bretaña.

Ante esa inesperada amenaza, Putin llegó a invocar la Revolución Bolchevique de 1917, “cuando las intrigas, los enjuagues y la politiquería a espaldas del Ejército y del pueblo provocaron la destrucción del Ejército y el colapso del Estado”. Por supuesto que implícitamente se estaba comparando con el zar Nicolás II, que tomó la fatídica decisión de entrar en la Primera Guerra Mundial y cuyos fracasos en el campo de batalla desataron un motín en sus fuerzas militares.

El sábado por la noche, tras la mediación del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, Proghozin frenó su avance sobre Moscú a menos de 200 kilómetros de la capital, así que al parecer Putin sobrevivirá a esta crisis. Como parte del acuerdo, los cargos contra el líder mercenario fueron levantados y se le garantizó un salvoconducto a Bielorrusia. Los integrantes del Grupo Wagner que no hayan participado del amotinamiento podrán firmar contratos de servicios con el Ministerio de Defensa ruso, pero el destino del grupo es incierto.

De todas formas, la crisis con el Grupo Wagner revela la fragilidad interna del régimen de Putin y sacuden su aura de poder. Y también podría ser una oportunidad para que los ucranianos redoblen una contraofensiva que al menos hasta ahora avanza a paso de tortuga. Con los rusos distraídos en sus luchas intestinas, Ucrania podría aprovechar para anotarse un par de victorias en el campo de batalla, erosionando aún más el control de Putin sobre el poder.

Esa es la lección para los aspirantes a tiranos que un día se despiertan con la idea de lanzar una guerra sin mediar provocación. ¿Te enteraste, Xi Jinping?

Por Max Boot

Traducción de Jaime Arrambide

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