La Bodega Valle del Indio pudo entender la compleja (para occidente) manera de hacer negocios en China, hasta el punto en que es su principal destino de exportación. Podría definirse en tres puntos básicos. El primero, tener un buen producto. En China, los premium tienen buena llegada, sobre todo si logran un diferencial que llame la atención a los compradores. El segundo, es la paciencia. El tiempo en el gigante asiático no se mide en un par de meses, o menos, sino en años. Y el tercero es apalancarse en el contexto de una feria o evento, un apoyo institucional para lograr la credibilidad que necesita una marca para una persona de negocios foránea.
Esta bodega boutique está ubicada en Luján de Cuyo, Mendoza. Su modelo de negocios es tener solo tres hectáreas de viñedos propios, pero más de 100 hectáreas de uvas que se compran a productores locales “para asegurarnos la calidad de la uva”, dice Leandro Bonomo, creador de la marca y director de la Bodega Valle del Indio. Se trata de vinos de media y alta gama que hoy se dirigen a diferentes centros de consumo mundial.
Su principal mercado es China con unas 75.000 botellas anuales enviadas. Sus vinos Akila y Alma Criolla han sido premiados con la Medalla de Oro por una prestigiosa calificadora francesa en China.
En mayo, los productos de la bodega fueron parte del Pabellón Argentino en la China International Import Expo CIIE y SIAL. Una feria inmensa y multitudinaria, donde se congregan gran parte de los vendedores de alimentos del mundo, deseosos de hacer negocios con este país de 1400 millones de habitantes. “Cuando presento un nuevo proyecto en China, sé que puede tardar unos cuatro cinco años en concretarse. Hay muchas reuniones, mucha formalidad, mucho protocolo”, asegura Bonomo.
La primera vez que hice un vino tenía cinco o seis años
También fue decisivo para la inserción en el mercado chino el hecho de que fueron una de las seis bodegas argentinas presentes en el G20, en 2018. Por las notas que salieron en los medios chinos, finalmente Valle del Indio llevó adelante, en diciembre de 2018, la primera exportación de un contenedor de 40 pies -16.800 botellas- de Akila y Alma Criolla, dos caballitos de batalla de la bodega, a China. Después de mucho tiempo de negociación, ese fue el puntapié que llevó a concretar la venta. Hoy anualmente hacen envíos de entre 4 y 5 contenedores por año.
También, además de vender al mercado local, exportan a la Unión Europea, a Estados Unidos, Panamá, México, Perú y hay algunos negocios con Brasil.
“La primera vez que hice vino tenía cinco o seis años”, recuerda Bonomo. Aclara que no es algo singular, porque “en Mendoza todo el mundo tiene algo que ver con el vino. Estamos todos vinculados a la industria vitivinícola”.
A pesar de no haber venido de una familia tradicional de bodegueros, el empresario y emprendedor estudió en la escuela Domingo Faustino Sarmiento, un liceo agrícola y enológico. Su derrotero inicial lo llevó a trabajar como enólogo en Mendoza, y luego, como abogado especialista en derecho internacional, a vivir en otros países, entre ellos Estados Unidos, donde trabajó en la Organización de Estados Americanos (OEA) . Al país del norte solía llevar algunas muestras de amigos viñateros, que lograron abrirse al mercado internacional.
Finalmente, llegaron las ganas de tener un proyecto propio, para lo cual se instaló en Mendoza, donde comenzó a desarrollar una iniciativa con inversión extranjera, pero se topó con un contratiempo inesperado: el padre de su amigo, dueño de las tierras, era musulmán, y no se pudo concretar la iniciativa por la prohibición que tienen por religión a tomar vino.
El segundo intento fue exitoso e independiente. “Arrancamos con un proyecto más pequeño, que es Bodega Valle del Indio. Tiene 630.000 litros de capacidad en la zona de Luján de Cuyo. Está pensado para el mercado externo (también interno), con el mismo concepto de boutique y un modelo de negocios similar al de las grandes bodegas”, agrega.
Una vez consolidado el producto, Bonomo empezó a abrir mercados y a viajar. A ello le dedicó entre 200 y 250 días afuera de Mendoza, muchos afuera del país. Se trataba de presentar el producto en ferias locales e internacionales. Para el empresario “el secreto del vino es que lo haga un mendocino. Tanto disfrutarlo como hacerlo es parte de la cultura de esta provincia”, sintetiza