ESTAMBUL.- Hasta hace unos meses, casi nadie en Turquía habría imaginado que el veterano político Kemal Kilicdaroglu, un hombre tranquilo y algo gris, podría ser el sucesor del inefable presidente Recep Tayyip Erdogan, el político que ha dominado la política turca durante más de 20 años. Y ello, a pesar de que Kilicdaroglu, de 74 años, hace más de una década que es el secretario general del CHP, el principal partido opositor, pero que gobernó el país durante años después de ser fundado por Ataturk, el padre de la Turquía moderna.
“No podrías guiar ni a un rebaño de ovejas. Has perdido nueve elecciones y ahora perderás la décima”, le espetó con desprecio Erdogan en un mitin, en referencia a su criticada falta de carisma. Sin embargo, quizá después de un liderazgo agresivo y hiperactivo como el suyo, los turcos buscaron algo diferente. O quizá simplemente, hartos de vivir en la tensión constante que genera un líder tan polarizador como Erdogan, habrían votado a cualquiera que fuera un aspirante alternativo que fuera capaz de unificar la oposición.
Precisamente, entre los méritos de Kilicdaroglu figura no solo haber forjado una heterogénea coalición de seis partidos políticos, en la que tienen cabida socialdemócratas, ultranacionalistas, conservadores e islamistas, sino que durante la campaña esta polifonía de voces no sonara discordante. Además, desde fuera de la coalición, también lo apoyan la fragmentada izquierda turca y el nacionalismo kurdo. El voto kurdo, fluctuante en un país con unos bloques ideológicos estancos, ha sido a menudo decisivo.
“Nuestra democracia, economía, sistema judicial y libertades están en riesgo. Voy a poner el Estado de pie y curar las heridas”, proclamó Kilicdaroglu, con el talante afable y tranquilo que lo caracteriza.
Su campaña ha buscado resaltar que es un candidato en las antípodas de Erdogan. Mientras él graba sus videos electorales desde su humilde cocina, el presidente vive en un nuevo y lujoso palacio con más de 1000 habitaciones. Mientras él apela a recoser el país y ha convertido en símbolo un corazón formado con ambas manos, Erdogan pretende ganar a base de tensar las divisiones del electorado.
De hecho, el presidente ha acusado a su adversario de falsos vínculos con la milicia kurda del PKK y de no compartir “la cultura y los valores tradicionales” del país, una velada referencia a su pertenencia a la minoría religiosa aleví, históricamente marginada. En lugar de esconder esa identidad, en un gesto de valentía, Kilicdaroglu la reivindicó en campaña a través de un video. Y la ruptura del tabú le fue recompensada: el video fue visto por más de 100 millones de personas, batiendo récords en la red social Twitter.
“La identidad es nuestro ser, lo que nos hace ser quienes somos, y por supuesto la debemos reivindicar con dignidad. Pero no hablaremos de identidades, hablaremos de logro. Ya no hablaremos de separaciones, hablaremos de sueños compartidos”, dijo en la grabación Kilicdaroglu, un mensaje esperanzador con resonancias de aquel “Yes We Can” de otro aspirante que hizo historia, Barack Obama. Su gesto, ya convertido en símbolo de la oposición, es el de un corazón hecho de unir ambas manos.
Este funcionario retirado sí tiene algún punto en común con el presidente: ambos nacieron en el seno de familias humildes. En el caso de Erdogan, en la capital; en el de Kilicdaroglu, en un pueblo remoto del centro de la península de Anatolia. De chico, calzó el mismo par de zapatos durante años, y mientras estudiaba Economía en la Universidad de Ankara caminaba a todos lados para ahorrar. Aquella austeridad lo ha acompañado toda su vida y todavía hoy escribe sus discursos en el dorso de hojas de papel usado.
Durante la campaña, Kilicdaroglu y sus lugartenientes han hablado mucho de la crisis económica y sobre todo de la inflación, que se asoma cerca del 50%. A menudo, han encarnado este discurso en el precio de las papas y las cebollas, lo que dio pie a todo tipo de bromas en las redes sociales. Mientras Erdogan ridiculizaba a la oposición y decía centrarse en cosas más importantes como el primer coche eléctrico o portahelicópteros turco, en los mítines de la oposición los asistentes cantaban: “Papas, cebollas, adiós Erdogan”.
Ahora bien, la gran promesa de la oposición es blindar la democracia, frente a la deriva autoritaria de Erdogan. “Más allá de proteger la democracia y criticar las políticas económicas del gobierno, la oposición es tan heterogénea ideológicamente que no ha presentado un programa de gobierno detallado”, comenta el politólogo Ümüt Ozkirimli, que resalta el riesgo de que las discrepancias internas paralicen un hipotético gobierno de la coalición opositora. “El cambio en Turquía no será fácil, ni tan siquiera con una victoria de Kilicdaroglu”, advierte.