Una necrópolis galorromana en pleno corazón de París: las obras en una estación revelan esqueletos y ofrendas cerca de Notre Dame

PARIS.– Hace más de 2000 años se alzaba la ciudad galorromana de Lutecia en el lugar mismo donde hoy se encuentra la catedral de Notre Dame, en la parisina isla de la Cité. El asentamiento se extendía en la orilla sur del río Sena, con sus calzadas pavimentadas, sus imponentes monumentos y sus necrópolis. Aún hoy subsisten algunos vestigios de esta época en la capital francesa, como atestiguan las últimas excavaciones realizadas de manera preventiva antes de la ampliación de una estación de cercanías. En pleno corazón de París, tres metros bajo el suelo, los arqueólogos descubrieron en marzo 50 sepulturas del siglo II, junto a recipientes de vidrio y cerámica. Un hallazgo que permitirá conocer mejor los ritos funerarios de los parisii —uno de los pueblos galos, asentados a orillas del Sena— y, de paso, su forma de vida.

Los esqueletos encontrados pertenecen a hombres, mujeres y niños. “Tenemos una especie de visión general de la población de París en el siglo II a partir de sus prácticas funerarias”, explicó Dominique Garcia, presidente del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas (Inrap, por sus siglas en francés) a la emisora Europe 1. La parcela excavada mide 200 metros cuadrados, pero el camposanto en el que fueron enterrados es mucho más grande y llegó a ocupar un espacio de cuatro hectáreas cuando Lutecia estaba en su apogeo.

La necrópolis de Saint-Jacques, la mayor de Lutecia situada en la salida sur de la ciudad, fue descubierta en el siglo XIX. En esa época, los arqueólogos hallaron que el pueblo galo que vivía a orillas del Sena, bajo dominio de los romanos, incineraba o enterraba a sus difuntos, a veces con camillas o en féretros de madera. El cementerio, determinaron, fue utilizado de manera regular entre los siglos I y III. Pero en ese momento, los científicos se interesaron sobre todo por los objetos considerados preciosos y dejaron de lado los cuerpos encontrados y otros elementos que podían ayudar a estudiar mejor el contexto. Esta pequeña parte de la necrópolis volvió a cubrirse y cayó en el olvido.

La fosa hallada en las últimas semanas, al lado de la estación de Port-Royal, ha vuelto a poner en primer plano la historia antigua de la capital. “Lo que es excepcional es tener una ventana sobre nuestro pasado, algo bastante raro en París”, recalcó Garcia, presidente del Inrap. Las tumbas lograron conservarse a pesar de las múltiples infraestructuras que se construyeron en los años 70, como la creación de una la línea de cercanías. Otras huellas de ese pasado remoto que han subsistido en París son las arenas (anfiteatro) de Lutecia, un edificio que podía acoger a 15.000 personas, y los restos de las termas de Cluny.

Óbolo de Caronte

Los esqueletos enterrados en pleno París permanecían bajo los pies de los capitalinos desde la Antigüedad. Todos fueron inhumados en féretros de madera, de los que solo quedaron los clavos y algunas huellas de las tablas, explica el Inrap en un comunicado. Ninguna organización u orientación predomina y algunas de las fosas cavadas son de grandes dimensiones, tanto en longitud como en profundidad.

Casi la mitad de las sepulturas cuenta con objetos pertenecientes a ofrendas. En una de ellas se colocó, por ejemplo, una vasija de cerámica negra entre las rodillas del difunto. En otra, hay ocho recipientes, también de cerámica, pero depositados esta vez a los pies del muerto. Los arqueólogos han descubierto tazas, platos y jarras, pero también vasos, lacrimatorios o balsamarios de vidrio. También han encontrado, aunque en menor medida, monedas en el féretro o en la boca del difunto, que corresponden al óbolo de Caronte, el barquero que transportaba las almas al mundo de los muertos en la mitología griega.

En algunas tumbas aún subsisten los numerosos clavos de las suelas de los zapatos, llevados por el individuo o acomodados a su lado. También objetos de la vida diaria como fíbulas, que servían para unir o sujetar las prendas, joyas, cinturones o incluso horquillas. “Como en esa época existía el sentimiento de que había otra vida tras la muerte, se colocaban en la tumba objetos para que el difunto pudiese subsistir en el más allá. Por eso se han encontrado objetos de la vida cotidiana, pero también jarros que seguramente contenían comida”, ha explicado Garcia.

Entre las 50 sepulturas encontradas destaca una que contiene el esqueleto de un cerdo y el de otro animal más pequeño, junto a dos recipientes. Los investigadores creen que se trata de una fosa de ofrendas, destinada a la subsistencia de los muertos. El hallazgo permite adentrarse en las prácticas funerarias galorromanas de Lutecia, que llegó a tener hasta 10.000 habitantes y se aprovechaba de los intercambios comerciales a través del río. La próxima etapa será enviar los hallazgos a un laboratorio, para tener más información sobre el estado de salud de estas personas a través del estudio de su ADN.

Para Camille Colonna, responsable de las investigaciones arqueológicas y antropológicas del Instituto, la idea es arrojar más luz sobre los modos de vida de los antiguos pobladores de Lutecia. Y hacerlo a través de sus ritos funerarios.

Por Sara González

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