El jueves por la tarde Cristina Kirchner recibió en su despacho del Senado algunas visitas, entre ellas la de Rudy Ulloa, el histórico empresario amigo del Néstor de Santa Cruz. Estaba literalmente inabordable. “No se podía hablar con ella”, reconoció después uno de sus interlocutores. Poco antes se había conocido el fallo de la Corte Suprema que suspendió las elecciones en San Juan y en Tucumán y la vicepresidenta lo entendió como un mensaje personal. “Esta es la demostración más clara de que si me presento de candidata me bajan en dos semanas”, bramó. Su cálculo, coincidente con el de la Casa Rosada, era que la dupla Jaldo-Manzur y Sergio Uñac ganaban sus respectivas reelecciones, lo que sumado a los triunfos en La Pampa, Salta y Tierra del Fuego, le permitía al oficialismo dar una fuerte señal de resiliencia popular. Ese plan lo frustraron tres jueces. Nunca antes Cristina había transmitido un tono de tanta resignación como el de su tuit del viernes: “Ya se salieron con la suya”.
No menos enardecido se exhibía Uñac, quien está convencido de que la reforma de la constitución provincial de 2011 lo habilita a un tercer mandato porque no especifica que su período anterior como vicegobernador debe ser considerado. El sanjuanino se había cuidado de no sumarse a sus colegas en el pedido de juicio político contra la Corte y, fundamentalmente, había hecho consultas previas para ver la viabilidad de su jugada. “No nos tiramos a una pileta vacía. Hicimos un sondeo previo y nos habían asegurado que la postulación era jurídicamente sostenible. No es lo mismo que el caso de Tucumán”, aseguran en su entorno, donde hasta le ponen nombre y apellido a los conspiradores. Según ellos, Patricia Bullrich y Miguel Ángel Pichetto operaron sobre Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz; y su rival en la interna local, José Luis Gioja, habló con su viejo amigo Juan Carlos Maqueda. En la Corte se desentienden de estas versiones. “No hablamos con nadie”, aseguran.
Más allá de las broncas, hay un dato objetivo: ni Cristina, ni Uñac, ni Manzur, ni Alberto Fernández ni los habituales operadores judiciales de Juntos por el Cambio tuvieron la más mínima señal de la inminencia del fallo. No suele ocurrir. Hace no más de tres semanas en la propia Corte aseguraban que no habría pronunciamiento sobre el tema, pero algo pareció cambiar en el medio. Según fuentes del máximo tribunal, el tema recién lo tuvieron para resolver el 13 de abril en el caso San Juan, y el 25 de abril en el de Tucumán, pero admiten que la decisión definitiva de avanzar se adoptó “3 o cuatro días antes del fallo”. El trío Rosatti-Rosenkrantz-Maqueda se movió con el mayor sigilo porque quería evitar todo tipo de filtración, y esperó la partida a Europa de Ricardo Lorenzetti –en quien no confían y temían que permeara información para presionarlos- para avanzar con la resolución. Al final de la semana había satisfacción en los despachos de los cortesanos, no solo por la reacción favorable de Uñac y de Manzur, sino fundamentalmente por haber fortalecido un rol central para la Corte. A pesar de sus duras internas, se saben tributarios del único poder consolidado en el torbellino institucional de la Argentina. Entienden que han fijado un límite a la tentación de las reelecciones en un país sin límites. Al cerrar la semana Rosatti le confesó a su entorno: “¿Qué pasaba si no decíamos nada? Cumplimos con un mandato constitucional”.
El ilusionista irrecuperable
Cuando aplacó su furia contra la Corte, Cristina transmitió a sus interlocutores algunas impresiones electorales. Les ratificó que su principal opción presidencial sigue siendo Sergio Massa, e incluso les habló de tres posibles vices: Wado de Pedro, la senadora Claudia Ledesma Abdala (esposa del gobernador santiagueño Gerardo Zamora) y la diputada Natalia de la Sota (hija del exgobernador), quien quedó golpeada por el cierre de listas en Córdoba y siempre mantuvo contacto con el ministro de Economía. La vicepresidenta también transmitió su opinión contraria a desdoblar la elección en la provincia de Buenos Aires, y ratificó a Axel Kicillof como su elegido en ese territorio. De su propio rol electoral no dio señales. Ni siquiera confirmó si participará del acto del 25 de mayo que prepara La Cámpora para volver a cantar “Cristina Presidenta” a partir de un razonamiento atendible: el agravamiento de la crisis tornaría inevitable su postulación para eludir una catástrofe electoral, que también la arrastraría a ella. Eso significaría que no solo perdería el poder de gobernar, sino que también resignaría su hegemonía en el peronismo. Lo primero estaría dispuesta a tolerarlo; lo segundo, de ningún modo.
Pero no todo parece tan lineal en un escenario político tan confuso. Massa arrastra muchas objeciones internas, incluso dentro del propio camporismo. Antes de que se conociera el demoledor 8,4% de inflación, los emisarios territoriales del oficialismo venían transmitiendo al cuartel general reportes lapidarios del clima social. No vislumbran un estallido, pero relatan un nivel de enojo, bronca e impotencia que los asusta. Nunca el peronismo se había sentido tan interpelado por sus propias bases electorales estando en el gobierno. Por eso hay sectores de La Cámpora que advierten: “No creas que Cristina está tan entusiasmada con Sergio. Lo banca porque no le queda otra, pero ve lo que está pasando”. El problema es que no tiene muchas más opciones si ella no va de candidata y Massa no compite. Queda la carta de Kicillof como la última alternativa de candidato único como pretende. Por eso la presión a Alberto Fernández para que desista de las PASO es un poco hueca: si el kirchnerismo tuviera un candidato de fierro lo impondría sin reparar en sutilezas. Las indefiniciones le restan respaldo a quienes piensan que todo se resolvería en una cumbre entre los tres líderes del Frente de Todos. “¿Se juntarían para hablar de qué?”, se preguntan los más realistas. No hay clima todavía. Quizás más adelante.
Esta semana, por primera vez desde que es ministro, Massa se refirió a temas electorales. Pidió eliminar el ruido político y competir con un solo candidato. Una señal de que sigue pensando en lanzarse y un mensaje para que Alberto Fernández deje de plantarle postulantes (gentileza que el presidente le devolvió el viernes señalándolo por la inflación y subiéndose al acto por el gasoducto Néstor Kirchner, adonde no estaba prevista su participación). El ministro está desesperado porque siente que el resto del oficialismo está distraído ante sus advertencias de que el precipicio está demasiado cerca.
Es definitivamente una figura atípica la de Massa: en su peor momento de gestión económica, refuerza su proyecto político. Muchos entienden que al menear su candidatura busca demostrar hacia adentro y hacia afuera que él maneja los hilos de la economía y que lo va a seguir haciendo; si se baja, sería otro “pato rengo” y el Fondo tendría más dudas en renegociar el acuerdo. A su entorno Massa le transmitió una consigna central: en las próximas tres semanas se juega su futuro. Una carrera contra el calendario, y contra la realidad misma. Piensa que en ese lapso puede conseguir el esperado guiño del FMI para un desembolso adelantado e hilvanar un viaje triunfal a fin de mayo por Washington para rubricar el acuerdo, y por Pekín para consolidar el swap. Después mostraría algún descenso en la inflación de este mes a partir de las medidas que evaluó ayer con su equipo, y así quedaría reposicionado electoralmente. Malabares de un ilusionista irrecuperable. La de Massa es una candidatura contra las leyes de la física.
Juntos, pero no tanto
El tablero de encuestas de Juntos por el Cambio se llenó de luces amarillas, no porque el Pro esté brillando, sino porque se acumulan las advertencias. Después de un período de estancamiento, la imagen del espacio empezó a descender. La encuesta de la consultora Fixer que llegó a las distintas terminales internas marcó un descenso de 38 a 32 puntos en intención de votos entre marzo y abril, la peor performance en 15 meses. “¿Cuáles son los principales motivos que generaron una caída de 6 puntos intermensual? Las internas de público conocimiento; la falta de reciprocidad con el votante duro y blando de JxC que sólo reclama mayor unidad; la ausencia de una estrategia política en común, y la nula responsabilidad de sus líderes frente a un escenario económico muy complejo que potencia la sensación de incertidumbre, miedo y angustia”, señala el informe.
Todos los referentes del espacio están convencidos de que las fotos de la mesa nacional ya no sirven. Fingen sonrisas y después no hay contenido para darle sustento. Hay un quiebre en las relaciones personales inocultable, que ante la falta de un liderazgo nítido y una estructura institucional interna sólida deriva en un desorden que tiene alarmado a la mayoría. Lo que está pasando en las elecciones provinciales es un indicador claro: Juntos por el Cambio se convirtió en una símbolo vacío porque cada actor decide en función de su interés local (lo mismo le ocurre al peronismo, que está partido en varias provincias como San Juan, Jujuy o Tierra del Fuego). Pasó en Mendoza con la escisión de Omar de Marchi; ocurrió en Córdoba con la inclusión de sectores de la UCR y del Pro detrás de la candidatura el peronista Martín Llaryora; y también en Tierra del Fuego, donde hoy competirán divididos Pablo Blanco por la UCR y Héctor Stefani por el Pro. Además los resultados provinciales hasta ahora fueron magros: lejos en Río Negro y Neuquén (más allá del apoyo de Macri a Rolando Figueroa); un abismo en Misiones y un estancamiento en La Rioja, donde Felipe Álvarez recibió un apoyo económico importante de Rodríguez Larreta pero el espacio sacó casi los mismos votos que hace cuatro años. Solo en Jujuy Gerardo Morales logró retener el poder con su delfín Carlos Sadir y mostrar un crecimiento respecto de 2019.
Este escenario, sumado a la consolidación de Javier Milei, tiene particularmente inquieto a Macri, quien en los últimos días empezó a sugerir la idea de ir con candidatos únicos a las PASO, incluso a nivel presidencial, para no dispersar el voto. Claro, ya tiene sus favoritos: Patricia Bullrich arriba, Jorge Macri en la ciudad y Diego Santilli en la provincia. Se nota que sigue enojado con Rodríguez Larreta. Lógicamente el jefe porteño no está dispuesto a semejante rendición; ni siquiera a compartir a Santilli con Bullrich. Tampoco a Bullrich le entusiasma eliminar la competencia. “¿Quieren resolver todo a dedo y que todos como soldaditos obedezcamos? No, yo quiero competir porque eso nos va a legitimar como candidatos. Es más, yo no veo desorden adentro. Todo se va a acomodar el día de la interna”, se enfureció cuando le preguntaron por la hipótesis de la unificación. Ella está convencida de que Larreta está abajo en las encuestas y por eso quiere refrendar su liderazgo. Asegura que no se opone al ingreso de José Luis Espert al espacio y que está dispuesta a que “entren todos los que tienen que entrar”.
En el campamento de Larreta aseguran que en la cumbre del lunes quedaron dos cosas en claro: que habrá un solo candidato en la Ciudad (admiten que en las encuestas no hay demasiadas diferencias, pero que se encaminan a laudar a favor de Jorge Macri porque tiene más espesor como candidato que Fernán Quirós), y que habrá dos postulantes en la provincia: Diego Santilli y quien defina Bullrich como su postulante. Ahí también hay otro problema: Cristian Ritondo espera una bendición clara de Bullrich, pero ella todavía no define cómo maniobrar entre Néstor Grindetti, Joaquín de la Torre y Javier Iguacel. Así como Larreta tiene un nudo en la Ciudad, Bullrich lo tiene en la provincia. La amenaza de Kicillof de desdoblar la elección agitó más el avispero bonaerense porque hay quienes sostienen que en ese escenario sería inconveniente una interna.
En el larretismo mandaron a hacer 80 focus group en todo el país y llegaron a algunas conclusiones. Si bien al jefe porteño le reconocen virtudes, le falta nitidez. Bullrich tiene solo tres atributos, pero muy claros; Larreta, una decena, pero difusos. Allí se destaca la demanda por un liderazgo más firme. También apareció cierta ambigüedad frente al Gobierno, por lo que Larreta endurecerá su discurso. Internamente admiten que necesitan dar un golpe de efecto para sacar la cabeza y por eso alentaron la idea de Schiaretti de armar un “frente de frentes” contra el kirchnerismo y Milei. Lo hablaron hace dos semanas el gobernador cordobés y Larreta, el referente del espacio con el que mejor sintonía tiene. En Uspallata hay entusiasmo porque entienden que fortalecería el voto del centro, aunque también le puede hacer competencia al propio Larreta. En Córdoba son más cautos pero admiten que hay una conversación en curso para que haya una megainterna con una reformulación de la coalición JxC. Difícil pensar cómo pasaría semejante replanteo por una mesa de conducción tan irresoluta. Más fácil es imaginar lo que piensa Luis Juez de estos coqueteos.
Pero en esos focus groups también surgió otro dato más profundo: la mayoría de la gente respondió que lo que más le preocupaba eran sus propios problemas, no los problemas generales; que no llega a fin de mes, no la inflación como fenómeno; el miedo que siente al salir de su casa, no la inseguridad como tal. Se trata de la individualización absoluta de la crisis, una fase anómica que desafía la expectativa de soluciones comunes. Esta tendencia coincide con la atomización de la política, que así como vio la disolución de los partidos políticos hoy percibe carente de significado a las grandes coaliciones. El Frente de Todos y Juntos por el Cambio cada vez representan menos y por eso en cada provincia y en cada municipio los dirigentes resuelven su esquema particular sin ceñirse a ninguna estrategia superior. Es un proceso de fragmentación política que dificulta no solo el armado político; también complica mucho la gestión de gobierno. El próximo presidente deberá lidiar con un escenario atomizado políticamente, pero también atomizado socialmente. El país atraviesa un período de individualización de la demanda y de individualización de la representación. Un laberinto a la hora de construir un futuro colectivo.