La conmoción por la trágica muerte de Morena Domínguez detuvo la campaña electoral. Imposible saber qué efecto tendrá sobre las preferencias de los votantes el domingo que viene. Pero ese drama tiene un poder expresivo inigualable del contexto en que se desenvuelve la política en la región donde se libra la batalla principal. No fue un cisne negro. Las tristísimas imágenes de Morena debatiéndose entre la vida y la muerte sobre el cordón de una vereda condensan significados previsibles. Sobre todos para quienes habitan el suburbio. La violencia como atmósfera natural. La vulnerabilidad de los más vulnerables: una chiquita humilde, de 11 años, hija del trabajador de una cooperativa subsidiada, que deja la vida en el intento de salvar su mochila camino de la escuela, a manos de un motochorro de su misma clase. Es el modo que adquiere la existencia, o la semiexistencia, de los pobres en el conurbano bonaerense. Es el instante en el que se miran otros vecinos amenazados por un destino similar. Es la encarnación de una estadística inquietante: Morena pertenece a ese 64% de niños o adolescentes sumergidos, condenados a crecer en el Gran Buenos Aires, sobre los que acaba de informar el INDEC. La suspensión del proselitismo fue un pésame. Pero también la manifestación de impotencia de una clase dirigente que lidera desde hace muchos años una involución. Como aconsejó Wittgenstein, sobre lo que no se puede hablar, mejor guardar silencio.
La noticia impacta en el centro de la agenda pública. Desencanta a Axel Kicillof, orgulloso de que desde hace más de un año viene bajando el número de homicidios dolosos. Un fenómeno enigmático, que se verifica en muchísimos distritos después de la pandemia. Pero la muerte de Morena también ofrece un terreno resbaladizo para quienes se tienten con partidizarla, como sucedió este miércoles con los que intoxicaron las redacciones afirmando que entre los asesinos había un menor que en su momento fue defendido por una diputada ligada a Juan Grabois. La información oficial consignó después que esos delincuentes son dos hermanos mayores de edad.
Horacio Rodríguez Larreta | El hombre que está en campaña desde la cuna
El crimen sucedió en Lanús, donde gobierna Néstor Grindetti. Para deslindar responsabilidades, Diego Kravetz, el responsable de la seguridad municipal y candidato a la sucesión de Grindetti, lamentó enseguida otro asesinato “ocurrido en la provincia”. Kravetz es una de las figuras en las que piensa Patricia Bullrich para encargarle el orden público si se convierte en presidenta.
La muerte de Morena estremece a una sociedad a la que los estrategas electorales miran como a una esfinge indescifrable. La abstención en las urnas viene precedida por una abstención en las encuestas. Jaime Durán Barba está sorprendido porque de cuatro consultados, tres no contestan. Uno de los responsables de la campaña de Sergio Massa se hace eco: “Tenemos alguna información sobre lo que piensa el 30% del electorado. El 70% restante está envuelto en la penumbra”.
Es muy importante registrar esa prescindencia. Primero, porque condiciona los resultados del domingo. ¿A qué se debe la abstención? En el oficialismo confían en que esté motivada por el miedo. “Si es así tenemos una chance”. ¿Y si es por bronca? En ese caso se beneficia Juntos por el Cambio. En todas las grandes democracias, sobre todo las de sufragio voluntario, se ensayan métodos para motivar al que no quiere ir a votar. En los Estados Unidos, los avances en el procesamiento de grandes masas de datos están permitiendo detectar las preocupaciones de aquellos que son indiferentes a los mensajes partidarios. Personas abrazadas a agendas específicas por las cuales, con una oferta seductora, volverían a las urnas. Cuestiones ambientales, de género, de comportamiento en general. Existen programas para clasificar a los electores según su perfil psíquico de tal modo de enviarle después un mensaje premoldeado. Hasta donde se sabe, estas herramientas todavía no se usan en la Argentina. Por lo menos en estas primarias.
Hay otra razón por la cual los que están alejados de la política platean un desafío delicado. Es a esa gente reticente y mortificada a la que habrá que hacerle los ajustes que prometen, a media lengua, los candidatos que exponen sus programas de estabilización. La crisis de representación amenaza con una crisis de gestión.
Sobre este paisaje se recortarán los distintos mensajes que surjan de las urnas. ¿Hacia dónde hay que mirar? El dato más relevante, por supuesto, es el volumen de votos que obtengan las dos fuerzas principales. Conviene no dejarse llevar por porcentajes, mirar los números absolutos, y calcular la distancia entre las dos cifras. Allí se esconde la clave del tramo siguiente de la competencia: ¿esa diferencia es remontable para el que salió segundo? ¿O la carrera estará casi definida en las primarias?
Como en todas las elecciones hay batallas estratégicas. Por su valor indicativo. Por su influencia en la dinámica del poder. Por la calidad de sus protagonistas. En el conurbano bonaerense aparecen tres distritos relevantes. La Matanza, donde el intendente Fernando Espinoza enfrenta el reto de Patricia Cubría, del Movimiento Evita. Lomas de Zamora, de Martín Insaurralde, el principal aliado de Máximo Kirchner en la región. Y Avellaneda, de Jorge Ferraresi. Si el PJ no supera en su fortaleza, la tercera sección, el 50% de los votos, Massa está en problemas. También se puede mirar Mendoza: al tradición ha sido que el peronismo saca allí un porcentaje equivalente al promedio del país.
Córdoba y Santa Fe son distritos que también hay que poner bajo la lupa. Unión por la Patria está débil en los dos. Por eso Massa apuesta a que Juan Schiaretti y Javier Milei trabajen para él, dividiendo la oferta opositora. Schiaretti y Milei no participaron en los comicios provinciales en los que el kirchnerismo salió derrotado. Nada asegura que Massa esté deseando lo que le conviene. Si se mira la única encuesta presencial realizada en villas de emergencia del área metropolitana, la del CIAS de Rodrigo Zarazaga, queda la impresión de que Milei se alimenta, sobre todo entre los jóvenes, del voto peronista.
Santa Cruz interesa por su valor simbólico. También porque el domingo se elige gobernador, igual que en Entre Ríos, donde habrá internas provinciales. Y senadores nacionales, categoría para la que compite Alicia Kirchner, acompañada por Pablo González, el presidente de YPF. En San Juan y Misiones también se renuevan senadurías. Vale la pena tomar nota de los cambios que aparezcan en este mapa federal, donde se destacan también Chaco, Chubut y San Luis. Allí estará cifrado el balance de poder territorial que encontrará el próximo presidente, sobre todo si es de Juntos por el Cambio, con la proyección natural que ese balance tiene sobre el Congreso. Existe un escenario, para nada improbable, en el cual Juntos por el Cambio termine estando en el Senado a dos bancas de la mayoría. Sería un Juntos por el Cambio muy distinto del que se conoció hasta ahora.
En la provincia de Buenos Aires hay tres duelos peronistas imperdibles. Uno es el de La Matanza. Es el gran experimento del Movimiento Evita. Nadie supone que Cubría pueda derrotar a Espinoza. Pero sí que lo dejará herido. Sólo ese resultado obliga a un balance de larga duración: veintidós años después de la gran crisis de 2001 la antigua corriente piquetera aparece estructurada, disputándole el poder al PJ partidario. Es una novedad que hace juego con la descomposición social que enmarca el asesinato de Morena. La pobreza dejó de ser un fenómeno marginal. Está ocupando el centro del sistema.
El otro combate se celebra en Hurlingham. Allí descargó todos sus recursos, políticos y económicos, La Cámpora de Máximo Kirchner. El objetivo es desplazar a Juan Zabaleta para entronizar a Daniel Selci. La pelea tuvo su punto de partida el día que Zabaleta prometió “matar a Máximo Kirchner”. Cristina Kirchner dijo que aprendió que en política los agravios prescriben a los seis meses. Su hijo tomó clases con otro profesor. El conflicto peronista en La Matanza y en Hurlingham es tan encarnizado que hay que registrar los nombres de Lalo Creus y Lucas Delfino: son los candidatos a intendente de Juntos por el Cambio en esos dos partidos.
En Tigre se enfrentan David contra Goliat. A Julio Zamora, el intendente, dos camaristas electorales, Santiago Corcuera y Daniel Bejas, le prohibieron ir colgado de la boleta de Sergio Massa. El presidente de la Cámara, Alberto Dalla Via, votó en contra de esa posición, coincidiendo con el juez de primera instancia, Alejo Ramos Padilla. Los argumentos de Corcuera y Bejas favorecieron a Malena Galmarini, quien se arriesgaba a perder frente a Zamora. ¿Se sigue arriesgando? Zamora rema contra la corriente. Pero ha encarado la campaña de corte de boleta más impactante de la historia de ese municipio, lo que es mucho decir en una comuna donde brilló por años el partido local de Ricardo Ubieto. Descolgado de Massa, Zamora se colgó de esa tradición y divulgó en los últimos días un video de la viuda de Ubieto apoyando su candidatura. Un detalle para anotar: Cristina Kirchner sigue fastidiada con los Massa por haber cercenado a Zamora, a quien ella había prometido integrar las dos listas de Unión por la Patria.
Por supuesto, la ciudad de Buenos Aires es otro escenario importantísimo. Una de las razones es que es el lugar donde asoma un experimento poskirchnerista: la candidatura de Leandro Santoro, detrás de la cual el PJ porteño retoma su vieja resistencia a la colonización de los liderazgos nacionales. En este caso, a la colonización de La Cámpora. Se nota ese conflicto porque en los últimos días, desde cuentas digitales de agrupaciones inorgánicas asociadas a Máximo Kirchner, comenzó una campaña aconsejando votar a Martín Lousteau este domingo, y a Santoro en octubre. El argumento apela a un acto reflejo: que pierdan los Macri. Los peronistas que apoyan a Santoro esperan, al contrario, que en la interna de Juntos por el Cambio gane Jorge Macri. Así quedaría vacante el voto radical de Lousteau, al que podría aspirar Santoro, que tiene la cultura y el lenguaje del alfonsinista que nunca dejó de ser. No hay que perder de vista esta experiencia, destinada a converger con otra, igual de novedosa: el peronismo que emerge en Córdoba, bajo el liderazgo de Martín Llaryora. Más inspirado en José Manuel de la Sota que en Schiaretti, Llaryora da señales de aspirar a una reintegración con el PJ tradicional. Otra insinuación poskirchnerista.
Por supuesto, el gran atractivo de la saga porteña es la pelea entre Macri y Lousteau por su repercusión en Juntos por el Cambio. Se sabrá por fin qué efectos tiene sobre la carrera de los contendientes la conflictiva separación de urnas que dispuso Larreta. Lo importante es que el lunes habrá un candidato definido. El gobierno local será como un cielo con dos soles, porque ese candidato comenzará, de facto, a cogobernar. Su figura va a ser clave para la peripecia posterior del aspirante a la Presidencia en Juntos por el Cambio por una razón elemental: se trate de Bullrich o Larreta, su última plataforma de campaña será siempre la estructura y los recursos de la ciudad de Buenos Aires.
La competencia porteña sirvió de excusa también para un reacercamiento de Mauricio Macri con Larreta. El ecumenismo de Macri es hijo también de la prudencia: él sospecha que Larreta en las últimas semanas comenzó a repuntar gracias a la ola de indecisos, despolitizados, que se fueron asomando al debate electoral. La proximidad de Macri beneficia, a la vez, a Larreta: cada vez que, por los erráticos consejos de Guillermo Seita, se peleó con el expresidente, tuvo un bajón en las encuestas. El paseador de perros, como Luis Juez bautizó a Seita, está a punto de perder dos mastines: Larreta y Schiaretti.
En Unión por la Patria hay un fenómeno asombroso. El estoico profesionalismo de Sergio Massa para atravesar un calvario electoral. El “momento Massa” que celebraban sus estrategas de campaña se convirtió en una pesadilla. Corrida del dólar, ajustes de tarifas, malditas estadísticas sociales, y un veto del Fondo Monetario a utilizar yuanes para pagar deudas. Por suerte está Qatar, adonde recurrió el Gobierno, poniendo a media asta por un rato la bandera de los derechos humanos, como observó Ricardo Monner Sans. Un trago amargo para Macri: saber que su amigo el jeque Al Thani le provee oxígeno a su detestado “Ventajita”.
La “coralidad” que pretendían en el comando electoral tampoco se logró. Massa quedó hablando solo. O, lo que es peor, formando un dueto desafinado con su esposa.
Tampoco prosperó el argumento de ser la prenda de unidad del peronismo. Juan Grabois, imaginado al comienzo como una candidato de juguete, cobró vida propia. El origen de la jugada, afirman expertos irrefutables, hay que buscarlo en Roma. Un mensaje sibilino de Francisco, “fíjensé si Juan no tiene algo que aportar”, habría llegado a Cristina Kirchner, que esta vez no quiere desairar al Papa. ¿Predilección pontifical por Grabois o antipatía hacia Massa? Imposible responder. Lo cierto es que a Grabois le concedieron la lista completa de la coalición. También un comando de campaña: el que Wado de Pedro no pudo utilizar por la defenestración que organizó Massa. Allí trabajan ahora Eugenio Begue e Itaí Hagman, los dos colaboradores claves de Grabois. La donación de De Pedro incluyó un sarcasmo: las oficinas de Grabois quedan al 700 de la calle Estados Unidos. Para malestar de Massa, muchos dirigentes comenzaron a reclamar la presencia de Grabois en sus distritos. Julio Alak, Ferraresi, Mayra Mendoza, Federico de Achával, Sergio Uñac, Anabel Fernández Sagasti y hasta Alicia Kirchner hicieron campaña con el rival de Massa. Coronó este clima Axel Kicillof: cuando Luciana Geuna y Maru Duffard lo conminaron a decir por qué candidato a presidente votará este domingo, se empeñó en mantener el secreto. Todo dicho.
Grabois es el candidato de una operación de contención cuando hay mucho para contener. Él hace los deberes con aplicación. Por ejemplo, cuando LA NACION le preguntó cuándo comenzó la trayectoria decadente de la Argentina, contestó “en 1976, con la dictadura”. Muy bien 10, felicitado. Massa, en cambio, se concentró en hostigar a sus rivales de ocasión: dijo que fue con la Alianza y con el endeudamiento de Macri. Ventajita.
Más allá de las anécdotas, Massa enfrenta tres inconvenientes. El primero: lo dejaron solo. Se cumple así el designio de la vicepresidenta, que no quiere estar asociada a una eventual catástrofe en las urnas. Primero se dio de baja a sí misma con el mito de la proscripción. Después simuló que los gobernadores le bajaron a De Pedro. Y celebró al candidato “de unidad”, Massa, que ni siquiera milita en el PJ. Era más que obvio que la estrategia era encontrar al buen samaritano que cargara con la mochila del 120% de inflación, la pobreza del 39% y el dólar de 600. Y dejarlo solo.
Un golpe de realidad que dejó en shock a la política
El segundo problema es discursivo. La campaña de Massa está encerrada en sólo dos argumentos. Asustar con el regreso de la derecha y pedir perdón por lo que, se supone, es el gobierno de la izquierda. El que él integra como superministro de Economía. La letanía es casi una invitación a la abstención. Massa renuncia a lo más elemental: defender al oficialismo, como sea. Nadie vota arrepentidos. ¿Por qué no lo hace? Porque teme desplantes de la señora de Kirchner, que no tolera el menor elogio al Presidente. Conclusión: antes siquiera de probar fortuna en su aventura, Massa ya se “albertizó”.
La tercera cruz de Massa es que Alberto Fernández sí sale a defenderse. Está fascinado con su programa de preguntas y respuestas y llama a cada rato a los candidatos, sobre todo a su ministro de Economía, para corregirlos si se equivocan en algún dato que ilustre la virtud de su gobierno. La intervención más reciente muestra al Fernández más logrado, x1: dedica tres minutos a demostrar que Massa le debe todo a él. El candidato encontró, en el último minuto, una compañía.