Las sorpresas estuvieron ausentes para los que esperaban que los misterios sobre las candidaturas oficialistas empezaran a develarse en la tarde-noche de La Plata. No es tiempo ni están dadas las condiciones para hacerlo. La precariedad y la imprevisibilidad no encuentran un ancla. Como los precios y el dólar.
Antes que nada, Cristina Kirchner hizo, en su “clase magistral” en La Plata, una escenificación de la centralidad que conserva entre los propios, con el clamor de fondo de una sala de teatro pidiendo por una candidatura que sigue manteniendo en el misterio. Pero, también, fue una reafirmación de la alianza por necesidad que tienen el cristicamporismo y el massismo, amenazada por un enemigo recargado: la derecha liberal, a la que le dedicó buena parte de su presentación.
Habla Cristina Kirchner en el Teatro Argentino de La Plata, en vivo: “Yo ya viví, di todo lo que tenía para dar”
Al mismo tiempo realizó una encendida y extensa reivindicación y ratificación de su pensamiento económico-político, más en el rol de líder de una facción que intenta condicionar la construcción electoral de su espacio que como una vicepresidenta en ejercicio. Y fue explícita en ese plano al decir dos veces que “hace falta construir programas de gobierno”. Mensaje para Sergio Massa.
No pareció importar que esa fijación de posiciones económicas se contradiga en los hechos con las de sus actuales socios, que alguna vez fueron encarnizados adversarios. En todos los casos, son más expresiones de debilidad que de fortaleza, que solo la urgencia y el temor a la pérdida del poder pueden conciliar. Por eso, hubo elogios pero también algunas elípticas críticas a “Sergio”, como lo llamó con familiaridad al ministro de Economía.
Tampoco esa es una novedad. Las diferencias encuentran un punto de consenso y de paz en el oficialismo cuando la situación política y económica pasó de estar al borde de la cornisa para empezar a planear sobre el abismo. Los adversarios internos dejan de atacarse entre sí para culpar al unísono a los enemigos externos por sus desgracias y especialmente, por las desgracias que padecen todos los argentinos
Así, la celebración del 20° aniversario de la derrota triunfal de Néstor Kirchner en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2023 opera de referencia estimulante, no tanto para la esperanza como para alimentar una ilusión que se marchita a diario con la marcha de la economía.
Aquel 22% de los votos que abrió el largo ciclo kirchnerista hoy en su ocaso se asemeja en mucho a los pronósticos de votos para el oficialismo que surgen ahora de las encuestas, aunque para utilizarlo como base de lanzamiento haya que olvidar el hito del 54% que lograron Cristina Kirchner-Amado Boudou en 2011. Desde entonces todo se desliza por un tobogán. No hay lugar para más fracturas.
Las diferencias con 2003 son hoy demasiadas y la vicepresidenta no pudo ocultarlo aunque intentó trazar paralelismos desde el comienzo de su discurso, al afirmar que “el pasado se torna presente” para luego agregar o advertir “y tal vez frustre el futuro”. En esas remembranzas, la referencia hecha al “que se vayan todos” de 2001-2002 no debe haber sonado agradable para el gran ausente en La Plata, el Presidente que ella construyó, para quien no hay indulto. Un abismo que se vuelve otra vez amenazante.
La necesidad de actualizar consignas se torna así perentoria y es indisimulable, como se vio en La Plata. Por eso, acaba de modificarse (o ampliarse) el santo y seña utilizado hasta hace nada por funcionarios, dirigentes y militantes de todas las facciones frentetodistas para zafar de las encrucijadas que los obligaban a dar explicaciones por los errores, incumplimientos y tropiezos del Gobierno.
“Ah, pero la derecha”
Del ya famoso “ah pero Macri” se pasó ahora a “la culpa es de la derecha”. Con Juntos por el Cambio como culpables no alcanza y tampoco quieren darle a esa coalición tanta centralidad. Por eso, sumaron a los libertarios antisistema y Cristina Kirchner les dedicó a ellos la mayor parte de sus contraargumentos. Como si la emergencia y crecimiento de Javier Milei y sus seguidores no estuviera relacionado directamente con los fracasos de la actual gestión.
La vicepresidenta terminó por convalidar la nueva variante del anatema que destina a los enemigos, convirtiendo a la derecha liberal en el contradestinatario dominante de su discurso. Sin importar que los hechos se empeñen en cuestionar simplificaciones por más que se revistan de extensas argumentaciones. Las contradicciones internas son inocultables.
Tampoco importa que el artilugio no sea novedoso y solo sirva para anestesiar penurias y darles alguna línea argumental a los fieles que no dudan, pero padecen la crisis que su gobierno no puede o no sabe resolver y solo ha tendido a agravarse.
Sergio Massa es el último bastión que les queda y están condenados a sostenerlo, aunque su performance no arroje éxitos en las variables que más impactan sobre la sociedad en general y su electorado, como la inflación y el deterioro constante y acelerado de la moneda.
La corrida cambiaria de los últimos días, después del récord inflacionario del 7,7% de marzo, aportó el nuevo pegamento para reforzar la alianza contranatura (o gracias a la naturaleza del poder) que componen el cristicamporismo y el massimo. Facciones que desde sus orígenes y hasta no hace tanto se ubicaban en las antípodas ideológico-políticas y, sobre todo, discursivas del arco frentetodista.
Las diatribas antinorteamericanas y antifondomonetaristas que Cristina Kirchner y sus fieles de La Cámpora siempre han expresado logran ahora en el plano narrativo encontrar atajos para tratar de disimular contradicciones y hallar coincidencias con la histórica y muy actual adscripción y dependencia de Massa con los poderes del norte. La vicepresidenta lo explicitó.
La reformulación o “rebalanceo” (como lo llaman para no hablar de revisión ni de nuevo acuerdo) de lo pactado con el Fondo Monetario en el que avanzan Massa y su equipo para acomodar las metas a la más deteriorada realidad económica nacional es el hecho que permite la confluencia, junto a la denuncia de la conspiración de la derecha. El acuerdo que Cristina Kirchner volvió a denostar es el que firmó Martín Guzmán, al que el cristicamporismo condena, y no el que su defendido sucesor “Sergio” intentó cumplir y ahora se apresta a revisar con el beneplácito del organismo.
Por eso, unos ya no hablan de romper con el maldito organismo imperial de crédito, sino de hacer un nuevo acuerdo, mientras el otro exagera diferencias. Ambos coinciden en resaltar la culpabilización al macrismo por haber traído de vuelta al FMI: puestas en escenas de un teatro de sombras en el que cada uno desempeña su papel.
Con esa escenificación de trasfondo parte del equipo económico emprende un nuevo viaje a Washington para justificar desviaciones de lo pactado y pedir clemencia y ayuda para salir. Al mismo tiempo, el eficaz equipo de comunicación de Massa exagera las concesiones que hace el organismo de crédito como si fueran fruto de su rudeza para negociar y no del temor cada vez más palplable de que el sistema colapse con consecuencias imprevisibles.
El massismo explota, además, las preocupaciones geopolíticas de Washington que radican no solo en que haya más desorden en la región, sino también en la ampliación de la presencia o dependencia de China. La efectivización del swap chino para pagar importaciones desde ese país es parte de esa puesta en escena. Amenazas con balas de fogueo.
El comercio con China no es la preocupación central de Estados Unidos, sino el avance de ese país en cuestiones vinculadas con la seguridad y la energía. Pero todo sirve para construir escenarios. La activación del préstamo en yuanes no es un posicionamiento geopolítico, solo busca evitar que la crisis de reservas genere más estancamiento de la economía que el que ya se prevé y que se estima en una caída del PBI para este año del orden del 4 por ciento.
El avión ruso que encendió las alarmas de la oposición no pudo cargar combustible en la Argentina y debió volar a Paraguay
Según cálculos de economistas de la oposición que conservan buenas fuentes en el Banco Central allí quedarían apenas 1.500 millones de dólares de reservas netas, incluyendo los depósitos especiales de giro, casi la cuarta parte de lo que se necesita mensualmente para afrontar importaciones. Así de crítica es la situación.
Las herramientas con las que cuenta el oficialismo para llegar al fin del actual mandato y encarar con posibilidades el proceso electoral son escasas en lo económico y en lo político. Quedó expuesto otra vez en La Plata y sus dirigentes se encomiendan al temor a un nuevo fantasma. “Ah pero la derecha”, es la consigna.