Un nuevo equilibrio virtuoso en la pampa húmeda

Dionisio Schoo Lastra, en su libro “Lanza Rota”, cuenta en base a testimonios de quienes trabajaron en la estancia “La Larga” del general Roca en el actual partido de Daireaux (BA), que luego de la campaña del desierto, cuando comenzaron los primeros trabajos rurales confiados a un joven mayordomo y ex expedicionario del desierto Marcos Sastre (h), se decía que en esos campos “… en su estado natural no tenían más que pasto puna con manchones de cortaderas y junquillos en los cañadones”.

Al pasto puna “mateado”, como le decían porque brotaba en matas aisladas, el ganado no lo comía…” Así eran los campos abiertos y naturales de la región pampeana, interrumpidos solo por arroyos al este y lagunas de variado tamaño, según pluviometría hacia el oeste. Un mar infinito, donde solo podía uno guiarse por las estrellas, o alguna vieja “rastrillada”. Animales, tanto sean presas o predadores, se adaptaron durante siglos al campo abierto, donde corrían grandes riesgos en la vastedad de territorios al descubierto, contando solo con su sagacidad y su capacidad de reproducirse y mimetizarse en el terreno.

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Más tarde, el alambrado, la alfalfa, los verdeos de invierno, las poblaciones estables, la creación de ciudades, vías férreas, chacras y estancias, con sus “montes” implantados de árboles exóticos traídos principalmente por la inmigración europea, comenzaron a cortar el paisaje con siluetas nunca antes vistas.

Las vías férreas irrumpieron trayendo progreso, siendo la inversión privada más grande que jamás se había visto en nuestro país, y que, a su paso y cada 50 kilómetros, junto a las estaciones de tren, rápidamente, estas paradas se fueron convirtiendo en pueblos y pujantes ciudades, atrayendo una corriente inmigratoria también nunca vista en estas tierras. Este nuevo hecho de fines del siglo XIX cambió no solo el paisaje, sino también el ambiente para el desarrollo de la fauna local que se vio forzada a adaptarse.

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Por otro lado, la ganadería que comenzó su desarrollo también en siglo XIX, con nuevos animales introducidos, caso vacunos, yeguarizos, aves de corral y ovinos, los pobladores buscaron la manera de defenderlos de predadores como el puma, zorros, comadrejas y gatos monteses principalmente. Así, la cantidad de predadores fue disminuyendo, y aumentó la población de otros animales como la liebre europea adaptada a esta nueva situación de campo abierto y menor presencia de predadores que eran cazados por los nuevos pobladores.

Al ir evolucionando las nuevas tecnologías, de a poco, el paisaje y las condiciones, continuaron mutando nuevamente. Ya entrado el siglo XXI se ven muchos menos “potreros arados”, hoy son más una excepción que otra cosa, menos pasturas permanentes en muchas zonas, en especial norte y noroeste de la provincia de Buenos Aires. Pero también están los maíces de primera y particularmente los maíces tardíos, que irrumpieron con fuerza ganando terreno desde finales siglo XX producto de la biotecnología.

Este nuevo evento de miles de hectáreas cubiertas durante todo el verano y otoño, les dio la posibilidad a animales de encontrar una suerte de santuario donde, desde noviembre a julio, están lejos del alcance del hombre. Nunca había sucedido esto en la región. Y especies como el jabalí europeo, ya instalado en zonas de la provincia de La Pampa, encontró más al este la posibilidad de reproducirse, alimentarse y hasta cruzarse con especies domésticas, colonizando año a año más superficie. Lo mismo sucedió con los carpinchos. Estos dos animales de gran tamaño no se habían visto jamás en estas zonas agrícolas anteriormente.

Y al haber presas de porte considerable, el predador más grande de la pampa, el puma, empezó a avistarse en zonas que ni nuestros padres o abuelos recuerdan haber visto. Solo se lo mencionaba en historias antiguas de fogón, cuando los paisanos se referían al puma como el “león”.

Si una cadena trófica soporta un predador de semejante tamaño, implica que hay un cambio significativo en el sistema. A medida que va mutando el ambiente, especies más adaptadas a las variaciones encuentran su espacio para desarrollarse.

Así como también los zorros, que siempre estuvieron, pero muy escasos durante siglo XX, ya que el hombre los perseguía con perros, trampas o armas de fuego para defender sus aves de corral, como también para hacerse del dinero del otrora valioso cuero. Hoy el cuero de zorro, al no tener la demanda que tuvo antes, se ve una cantidad de estos animales que jamás se había detectado en décadas anteriores. Muerto el mercado, muerta la caza del zorro.

También los sistemas de labranza cambiaron, no más cinceles, arados, discos, por lo tanto, los “peludos” y sus cuevas encontraron en el suelo firme de la siembra directa un lugar donde no solo reproducirse sino también generar daño en los cultivos aumentando significativamente la población de este armadillo. La migración y adaptación de especies al medio siempre fue dinámico, pero desde ya, la intervención del hombre acelera, o dirige de manera en general aleatoria estos cambios.

Hoy podemos decir que una cadena trófica como la descripta, que soporta un predador del tamaño del puma, demuestra por sí misma que hay un ambiente sano donde se está produciendo millones de toneladas de grano, carne y que mantiene intactas las posibilidades de seguir incrementando la productividad, mientras se mantiene un sistema de desarrollo sostenible, soportado en los tres pilares de la sostenibilidad: social, ambiental y económico, en una de las planicies más ricas del planeta que puede albergar no solo a más personas, sino también a animales en un ecosistema dinámico pero sostenible.

Que el ambiente cambie no implica que sea perjudicial. Y la dinámica va a continuar. Pero estamos en condiciones de darnos cuenta de que, trabajando en un ambiente sano, donde los cambios en la fauna nos permiten ver indicadores concretos de que es posible seguir aumentando las producciones conviviendo con la naturaleza.

Los autores son productores agropecuarios

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