La pospandemia y la invasión rusa a Ucrania aceleraron los cambios en la organización productiva y política del mundo. Este proceso está impactando en forma directa en las cadenas globales de valor. Leer esos cambios resulta clave para maximizar oportunidades, reducir riesgos y recuperar un camino de crecimiento sustentable para la próxima década.
Un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial explicita tres megatendencias sobre las que se articulan estos cambios: la digitalización y automatización de la producción industrial (Industria 4.0), la ecologización de la producción industrial (sustentabilidad productiva) y los cambios en el orden económico y la forma de producción a nivel global.
Para avanzar en esta agenda, el primer paso es definir nuestro punto de partida. Hoy, la actividad industrial recuperó gran parte del producto bruto perdido por las crisis cambiarias (2018-2019) y el impacto de la pandemia (2020). Pero se han acumulado problemas de la macroeconomía (inflación, brecha cambiaria, falta de dólares –que impacta negativamente en el acceso a insumos importados– y desequilibrios fiscales, entre otros) que afectan la dinámica de las empresas para producir e invertir con un horizonte de largo plazo. Por ende, necesitamos un ordenamiento macro que le dé sustentabilidad al siguiente paso.
En este punto del diagnóstico de partida, conviene focalizar y hacer zoom en la región, que se encuentra estancada desde hace diez años y que crece mucho menos que Asia. Si bien los países vecinos no han sufrido los vaivenes macroeconómicos que sí sufre la Argentina, sus macro favorables no alcanzaron para ganar terreno en la disputa global. En este contexto, América del Sur encuentra dificultades para reducir las brechas de productividad, haciendo que se incrementen los pasivos respecto de la inversión de largo plazo para el desarrollo tecnológico y de las exportaciones.
Para acompañar la estrategia macro debe ponerse en juego una dimensión clave que permita desplegar el potencial de la Argentina: la agenda de crecimiento.
Esa agenda debe delinear una política productiva y de inserción internacional que promueva el agregado de valor en origen. Un proceso que debe consolidar el protagonismo del sector privado a partir de incentivos financieros y tributarios. Tener el doble foco en la macro y en la política productiva es un requisito para mirar el futuro desde una perspectiva integral. Pero, casi más importante que ese doble foco es consolidar la agenda de crecimiento alrededor de las tres grandes megatendencias que lo están cambiando todo.
Primera tendencia: industria 4.0. Se trata de un concepto que a partir de 2011 englobó una serie de innovaciones aplicadas a los procesos productivos. Doce años después, una de ellas, la inteligencia artificial, tiene un mercado de US$150.000 millones. En los próximos ocho años, las proyecciones indican que esa cifra se va a multiplicar por trece. Otro ejemplo con peso biográfico: hace 20 años, China tenía tan solo el 0,2% de las patentes a nivel global. En la actualidad, con 1,5 millones de patentes registradas, representa un 40% a escala mundial. La Argentina llegó a invertir hasta US$4000 millones en I+D en 2015 (pero solamente un 35% correspondió al sector privado). Para los próximos ocho años, esa cifra debería superar los US$6500 millones por año, para que el país sea competitivo en la agenda tecnológica.
En nuestro país, la Industria 4.0 es un fenómeno incipiente e importante: en 2018 existía un elevado porcentaje de firmas industriales comprometidas con el desarrollo tecnológico (45%), pero solo un bajo porcentaje de esas empresas (6%) contaba con tecnologías de cuarta generación. De acuerdo con un relevamiento del Centro de Estudios UIA (CEU) realizado en 2021, una de cada cuatro empresas industriales utilizaba más de tres herramientas con tecnología 4.0. Sobre el universo encuestado, un 60% se encontraba realizando inversiones en I+D+i y un 90% consideraba que la aplicación de tecnología al proceso productivo resultaba clave para la sostenibilidad de sus negocios.
Segunda tendencia: la producción sustentable. La segunda megatendencia sobre la cual la Argentina necesita trabajar requiere tener una mirada estratégica para identificar las oportunidades y las amenazas. Esto significa darle músculo a cuestiones como la gestión de los residuos, la electromovilidad (litio) y las energías alternativas. Para esa transición energética, que tendrá un costo alto, particularmente para los países más comprometidos por su nivel de emisiones, la Argentina posee recursos importantísimos, que le permitirán atravesarla si aprovecha las oportunidades y costos.
Vaca Muerta es una de las claves para la transición energética. Ponerla en valor implica la posibilidad de llevar la producción al doble de lo que consume la Argentina durante el invierno. Además, con las inversiones adecuadas podremos exportar gas natural licuado por casi US$27.000 millones. A partir de estos dos vectores como plataforma, la Argentina deberá articular un hub que desarrolle equipamiento y capacidades industriales alrededor de la perforación. Paralelamente, también podrá darle respuesta a una demanda local y regional: la demanda de urea, un fertilizante que es el sexto producto importado en Brasil y el octavo en la Argentina.
Tercera tendencia: el nuevo orden productivo. Las lógicas de la globalización que conocimos están cambiando. Donde antes reinaba el just in time, hoy está comenzando a ganar terreno el just in case. La pandemia, la invasión de Rusia a Ucrania y la tensión creciente Oriente-Occidente han reconfigurado el rol que el comercio global demanda de sus proveedores. La prioridad hoy, por encima de todas, es garantizar el flujo en las cadenas de valor. Un estudio del BID muestra el potencial del Mercosur en materia de reshoring: la Argentina y Brasil pueden generar alrededor de US$12.000 millones de exportaciones industriales en muchos sectores que responden a esta nueva megatendencia. Por eso, es clave generar una política de exportaciones proactiva y de inserción en cadenas globales, que tenga como uno de sus pilares el desarrollo productivo conjunto con Brasil.
Cobre, litio, gas natural, química, foresto-industria, pesca, sector automotor, alimentos elaborados, metalmecánica y servicios basados en el conocimiento, entre tantas otras actividades, pueden generar US$50.000 millones adicionales de exportaciones con vistas a 2030. Por eso, leer las megatendencias en clave temporal es una prioridad.
Tenemos una ventana de oportunidad y su duración es finita. A la agenda de decisiones para los próximos 20 años debemos trabajarla desde la urgencia del presente y con una visión estratégica. En un contexto global incierto y con reconfiguraciones dinámicas, la ventana de oportunidad se reduce conforme pasa el tiempo. Cada una de estas tres megatendencias nos pone frente a un desafío trascendente: dejar de monologar con la coyuntura y empezar a dialogar con una estrategia de largo plazo. Hay problemas. Hay oportunidades. Hay futuro.