Tras la corrida del dólar, Sergio Massa se endurece y asimila el discurso kirchnerista en la antesala electoral

“Ni en pedo vamos a aflojar”. La frase resonó el martes por la noche en el quinto piso del ministerio de Economía, donde habían pasado horas de zozobra en medio de la corrida del dólar blue. Con la Casa Rosada sin dar muestras de reacción y las distintas facciones del oficialismo preguntándose si el gobierno llegaba a las elecciones, Sergio Massa decidió emprender los días siguientes como una batalla a todo o nada. Por su propia gestión y por su futuro político, que incluye la posibilidad de ser candidato este año. Pero sintió que lo habían metido en una pelea “con las manos atadas”.

Así se autopercibía el jefe del Palacio de Hacienda cuando el Banco Central no intervenía en el mercado cambiario siguiendo puntillosamente lo firmado con el Fondo Monetario Internacional (FMI). También cuando la gestión de Miguel Pesce –tal vez el último bastión de poder real que le queda al presidente Alberto Fernández– permanecía en el quietismo y no aumentaba las tasas de interés. Ahí fue cuando Massa cambió puertas adentro su habitual discurso “market friendly” para ponerse el casco y dirigir a su tropa a la confrontación. “El que arruga se va a su casa”, llegó a advertirles a sus funcionarios.

Ese martes negro, cuando el dólar blue rozaba los $500, habló con Cristina Kirchner. Luego, durante la semana, lo hizo una segunda vez, revelaron fuentes oficiales a LA NACION. El cambio de tono del massismo se evidenció por esas horas de nervios y tensión extrema en un tuit de Cecilia Moreau, la presidenta de la Cámara de Diputados, de máxima confianza de su jefe en el Frente Renovador. “Hay algunos jugadores del mercado que solo conocen al Massa que trabaja 16 horas por día y dialoga con todos, pero me parece que de acá al viernes van a descubrir al que conocemos en la política, que cuando se cansa de que lo quieran boludear, pelea con todo lo que tiene”, advirtió. Así, quedaron delimitados los plazos del enfrentamiento: sería entre el miércoles y el viernes, hasta el cierre semanal de las operaciones.

Pero en el inicio de las hostilidades, Massa ya tenía las herramientas para frenar la corrida. Había conseguido el apoyo del FMI –comunicado incluido- para utilizar las reservas del BCRA en su intento por “pararles el carro a los cuatro vivos” que, a su criterio, inflaban el blue. Y también les había rodeado la manzana con la caída de los dólares financieros, que anclaron al paralelo y lo arrastraron a la baja. “Hoy perdieron 40 mangos en cinco horas. Y van a seguir perdiendo”, se envalentonaron en el quinto piso de Hacienda. Ese miércoles Massa tuvo una reunión final con su viceministro Gabriel Rubinstein, su asesor principal Leonardo Madcur y con Lisandro Cleri –”está creciendo, es muy profesional y está a full time”, dijeron sobre él en Hacienda-, y partió a su casa de Tigre pasada la medianoche.

Al otro día, mientras algunos massistas difundían un meme de su jefe con una ametralladora al estilo Rambo, el ministro dio la indicación de que no decir nada sobre el acto que encabezaría el viernes Cristina en La Plata, pese a que en cada aparición de la vicepresidenta se paralizan los corazones en el oficialismo. “Massa está de jefe de la mesa de dinero, no nos da bola con otra cosa que no sea ordenar eso”, se disculparon en Economía. Sin embargo, el massismo sabía perfectamente que la titular del Senado no lanzaría ninguna candidatura y que postergaría las definiciones electorales.

“No es un acto de proclamación”, les anticiparon desde La Cámpora. Y cumplieron, para decepción de los kirchneristas que esperaban que su líder se coronara a sí misma. En el Teatro Argentino de La Plata apareció entonces Cecilia Moreau sentada al lado de Máximo Kirchner, en una clara muestra de la alianza interna entre el kirchnerismo y el massismo. En la misma fila de butacas estaba Axel Kicillof, el gobernador que pone todas sus fichas en la candidatura de Cristina para que no termine recayendo en él como último recurso; y su vice Verónica Magario, en representación de La Matanza. En ese eje frentetodista no figura Alberto Fernández. La vicepresidenta remató la faena nombrando a Massa como “Sergio”, demostrando una cercanía que también se va consolidando con la asimilación de los discursos de la pre-campaña. “Hay que resistir a la derecha que quiere que el gobierno haga el trabajo sucio”, marcan sobre una eventual devaluación. Y recuperan cierta épica dialéctica que perdieron por completo durante el gobierno del Frente de Todos. “Los derrotamos en el mercado, los vamos a derrotar en las urnas”, sostienen al mezclar el agua con el aceite.

Cristina Kirchner habló de “cambiar las cláusulas” del acuerdo con el FMI y lo responsabilizó por la corrida del dólar y la inflación. Pero aclaró: “Nadie está diciendo que no hay que pagar”. Ese parece ser el límite tolerable para Massa para embarcarse en la negociación con los técnicos del Fondo, que retomará en la semana del 10 de mayo en Washington. Hasta ahora, mientras el kirchnerismo ladraba, el ministro de Economía se presentaba en la capital norteamericana como el garante de que el entendimiento no sería incumplido, tanto ante el organismo que dirige Kristalina Georgieva como ante el Tesoro estadounidense, al que considera la llave para que a la Argentina no le bajen el pulgar donde se toman las decisiones. El fantasma de 2001 siempre acecha.

En medio de esas contradicciones, Massa sostiene su alianza imperfecta con el kirchnerismo. A tal punto, que el viernes –ya con las aguas cambiarias más calmas-, el ministro ponderó el discurso de Cristina delante de Alberto Fernández. Tomó, por cierto, el pasaje con el que más se identificó, cuando la vicepresidenta habló de dejar atrás las “cabezas viejas” para analizar y planificar la inserción de la Argentina en un mundo fragmentado que requiere del cuidado de los recursos estratégicos nacionales. Massa resignificó esa frase en la idea de entronizar a las “cabezas nuevas”. Siempre se concibió a sí mismo como el representante de una renovación política y económica dentro del peronismo, que no es lo mismo que decir PJ. De hecho, el congreso del Frente Renovador sesionará en Miramar una semana antes que el organismo símil del Justicialismo, convocado para el 16 de mayo.

De ahí que Massa no haya abandonado sus ambiciones presidenciales, pese a que cada vez que lo consultan repite una línea inalterable: “Tenemos que resolver la situación económica”, dice a modo de mantra. No obstante, hay gestos políticos que resultan demostrativos. En el acto que encabezó con el Presidente en el Centro Cultural Kirchner (CCK), la lapicera con la que se firmaron convenios entre el gobierno nacional y las provincias circuló entre sus manos y las de los gobernadores, pasando por alto las de Alberto Fernández. Una simbólica transferencia de poder anticipada justo cuando el peronismo mantiene un debate de alto vuelo sobre lapiceras y el bastón de mariscal.

Tras la zozobra cambiaria, Massa busca ahora pasar a la ofensiva. Por eso anticipó la convocatoria a empresarios -publicará una carta en las próximas horas- para tratar de evitar que la corrida del blue derive en una remarcación masiva de precios. La idea surgió después de que la CGT y los movimientos sociales oficialistas se presentaran en Economía para apoyar a Massa en medio del tembladeral, algo que antes hacían con Alberto Fernández. Pero a la central obrera no le cayó bien que se hablara luego de un congelamiento de precios y salarios. Massa estaba invitado al acto del 2 de mayo en la sede de Azopardo, pero el mismo día el ministro viajará a Brasil junto al Presidente para participar de una reunión con Lula.

El endurecimiento de Massa, que se ajusta a su necesidad política del momento y a la retórica kirchnerista, también se evidenció en el acuerdo con China para activar el swap y el intercambio comercial en yuanes. Busca así que no se terminen de evaporar las reservas, pero es de esperar que la medida no le salga gratis en Washington. “Si me llevan a pelear, tienen que saber que voy a pelear hasta el final”, dijo el viernes, el día que cumplió 51 años. Y en el que parece haber comenzado la cuenta regresiva para definir si su alianza con Cristina y Máximo Kirchner cristaliza en una candidatura presidencial.

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