Sergio Massa se enfrenta a una pared cada vez más alta

“Yo estoy decidido a ser candidato pero solo si no hay PASO en el FdT y voy solo. No hay margen, como está la situación económica, para matarnos en una interna. Si tengo que enfrentar a un candidato de Alberto o de Cristina, ¿qué voy a hacer, voy a criticar al Presidente o a la vicepresidenta? Imposible”. Sergio Massa le confesaba así anteayer a algunos de sus más íntimos y antiguos colaboradores sus elevadas pretensiones, sus realistas dudas y sus complejos dilemas. También revelaba una estrategia.

En medio de extremas complicaciones y pronósticos adversos en casi todos los frentes de su gestión, que el ministro de Economía ocupe buena parte de su tiempo y energía a sostener la ilusión de una candidatura presidencial parecería una extravagancia inverosímil, si no se tratara de quien hoy ocupa la oficina principal de palacio de Hacienda. Los que lo escucharon no tuvieron ningún motivo para sorprenderse.

Quienes lo conocen desde que ingresó a la actividad política hace casi tres décadas, han constatado reiteradamente que Massa es uno de esos jugadores que se acostumbran y disfrutan de apostar mucho, con muy poco resto, en varias mesas de ruleta al mismo tiempo. Lo hace desde hace demasiado tiempo, con suerte más que dispar, pero sin rendirse nunca (aún en bancarrota), buscando siempre algún recurso para seguir y sin cambiar de método, apenas adaptándolo o maquillándolo según las circunstancias.

Lo está practicando otra vez en estas horas, aunque le quedan apenas un par de fichas prestadas y apostando contra bancas demasiado poderosas que ya le conocen todas las martingalas. Muy parecido a lo que alguna vez hizo, mandándole distintos mensajes desde tres teléfonos diferentes a una decena de políticos que compartían la misma mesa con la intención de manipularlos en su beneficio y la ilusión de no ser descubierto. Sobran testigos.

Estados Unidos, China y Brasil son algunas de las mesas (económico-financieras) en las que Massa hace sus últimas apuestas y los destinatarios a los que les manda al mismo tiempo mensajes más de una vez contrapuestos, mientras el juego se le vuelve cada día menos sustentable.

La crisis de reservas ya entró en zona roja (literalmente), la inflación alcanza niveles que se prefieren esconder, la caída de la recaudación empieza a mostrar los primeros efectos de la sequía, como muestran las cifras oficiales de abril, y las presiones o condicionamientos internacionales para prestar asistencia financiera excepcional retrasan o impiden la ayuda, que resulta vital y que cada día que se demora resulta un calvario.

Las últimas gestiones de Massa en Washington y en Brasil no tuvieron el resultado buscado en el tiempo que se esperaba ni de la manera deseada. Los adelantos del Fondo Monetario que fue a mendigar (la calificación viene de la capital norteamericana) y la asistencia brasileña para facilitar las exportaciones de ese país con destino a la Argentina se demoran entre exigencias técnicas y desconfianzas financieras, a pesar de las buenas intenciones de las autoridades políticas de cada uno de los países. Lo admiten en el Ministerio de Economía.

“En Brasilia no nos fue tan bien como esperábamos, pero no nos fue tan mal como lo contaron acá algunos medios y políticos. Seguimos trabajando para lograr el apoyo y evitar que se pare el comercio o que se vayan dólares que ya no alcanzan”, dicen en el entorno de Massa. Una admisión de que no perdió la ficha que apostó, pero que tampoco ganó como había prometido. El crédito (literalmente) se le está achicando. No es la primera vez que Massa atraviesa una crisis de confianza. Pero esta es de otra naturaleza y recae sobre el único capital que le queda, el de la gestión.

Esas complejas realidades objetivas de su jurisdicción ministerial tienen ya mismo impacto concreto y abren perspectivas aún más complicadas para el futuro inmediato tanto en lo económico como en lo político. Pero a eso deben sumarse las limitaciones que la política y, sobre todo, la crítica situación interna del frente oficialista le imponen.

No se trata ya de las restricciones por cuestiones electorales que encuentra para hacer un plan de estabilización, cuyos efectos positivos nunca podrían ser cosechados en tiempo para beneficio de su candidatura o de la cualquier otro postulante oficialista. Cada intento de búsqueda de asistencia financiera encuentra casi los mismos escollos y conflictos. Por eso, se celebra como un gol de campeonato cada préstamo que se consigue por mínimo que resulte para la magnitud de las necesidades y, a pesar, de las condicionalidades que traigan.

En tal contexto se inscribe lo que sucede en estos días en torno de la licitación del espectro para la telefonía 5G, que tiene como trasfondo clave la recrudecida disputa geopolítica y geoeconómica entre Estados Unidos y China. Lo explicitó públicamente anteayer el embajador norteamericano Mark Stanley al señalar que su país necesita “más herramientas” para competir en la región con China en este tema y otros que Washington considera vitales para su seguridad y economía,

Para comprender mejor el mensaje hay que incluir en el análisis esa licitación y la activación del préstamo chino para pagar con su moneda las importaciones de bienes de ese país, que en el Ministerio de Economía exhiben con orgullo. Son elementos que Massa utiliza para seguir apostando y presionar en busca de créditos que le permitan mantenerse en juego, evitando romper con ninguno de sus avalistas. Pero cada vez le cuesta más.

En medio de esas y otras disputas, la fecha de licitación del 5G sigue congelada por el ente de las telecomunicaciones que controla Massa. Pero el Enacom no deja de dar pasos preparatorios, mientras hace saber que no vetará el uso de la tecnología china, sino más bien todo lo contrario. Se ampara en que busca no perjudicar a las empresas que en el país ya operan mayormente con esa tecnología. Y subrayan, sin inocencia, que la que más lo utiliza es Telecom, del grupo Clarin. Todo tiene que ver con todo, como dice Cristina Kirchner y a pesar de ella, que siempre ve con mejores ojos a los chinos que a los estadounidenses. Aunque los orientales estén aquí en el mismo barco que quienes considera sus enemigos.

Dentro del oficialismo no hay coincidencias sobre el tema, con el agravante del poder de veto sobre los detalles que está ejerciendo la vicepresidenta, según reconocen colaboradores del ministro. La discusión sobre el pago en dólares o su equivalente en pesos de la porción del espectro que se asigne es el eje de la discusión. Previsiblemente hay enormes diferencias al respecto entre Cristina Kirchner y las empresas privadas (más si una de ellas es Clarín). Y Massa no es un actor neutral. Demasiadas mesas en las que se juegan demasiados intereses cruzados.

Apuesta máxima

Por eso, con su reconocida audacia, el ministro, busca ahora mismo, antes de que sea muy tarde, todos los apoyos juntos. Es, probablemente, su última apuesta. Y la está poniendo a prueba. “Si yo no tengo apoyo interno del resto del Frente para la gestión no puedo lograr que se estabilice la situación, porque tampoco nadie de afuera va a confiar en nosotros y los necesitamos como nunca. Y si no se estabilizan las variables clave (inflación y dólar) no hay chances electorales. Para eso hay que dar dos señales políticas: bajar las tensiones internas y apoyar una candidatura única”. En ese silogismo massacéntrico se resume lo que pretende y demanda el ministro-candidato, aunque no lo explicite todo junto y de manera textual. Sino sonaría a chantaje. Es mucho lo que demanda, pero es a lo único a lo que le queda apostar. Todo o nada.

La pared está demasiado cerca y cada vez es más alta. Pero un fracaso final no sería solo suyo y las consecuencias no las pagaría solo él. Por esa razón, y por su tenacidad para intentar siempre una jugada más, sigue en pie, aunque después de ochos meses de gestión los resultados sigan sin llegar. La decisión tomada anteayer y luego revertida de ocultar el dato de inflación de mayo, hasta después de las elecciones en cinco provincias en manos del peronismo o aliados, dice demasiadas cosas al respecto.

En primer lugar, anticipó, confirmó y potenció el mal escenario de la evolución de los precios que ya auguraron las consultoras privadas y que comprueban a diario los consumidores. Otra vez, el piso estará cuatro puntos por arriba, como mínimo, de lo que el ministro pronosticó hace cuatro meses En segundo lugar, el interventor del Indec puso en cuestión credibilidad y prestigio bien ganados por una decisión que como él mismo admitió no tiene fundamento técnico alguno, sino que responde a una consideración exclusivamente político electoral, lo cual le está vedado.

Como si eso fuera poco, la acción tiene el agravante de recordar el pésimo antecedente de la destrucción de los indicadores por parte el kirchnerismo, de reponer los cuestionamientos al censo del año pasado y de subrayar la creciente y cuestionada participación de Lavagna (h) en reuniones del equipo económico de Massa. Así, sobre el ministro ahora se refuerzan prejuicios de muchos adversarios externos e internos sobre lo que sería capaz de hacer para lograr sus objetivos. Eso sí, nadie duda de su proactividad incansable ni de la magnitud de sus ambiciones.

La demanda de acelerar las definiciones electorales del oficialismo, surgidas de su entorno, agrega la cuota necesaria de desconfianza y prevención por lo que acaba de ocurrir y por lo que podría sobrevenir.

El enojo que los más allegados a Massa dicen que éste habría expresado ante lo hecho por Lavagna es puesto en duda por muchos, sobre todo desde la Casa Rosada. Más aún por quienes conocen la trayectoria del interventor del Indec y la importancia que le asigna a su prestigio, así como su baja propensión a la audacia. Inversamente proporcional a la del ministro de Economía. Aunque hay ejemplos de inesperados raptos de autonomía, que, en lugar de agradar a un jefe, como se pretendía, terminan por incomodarlo. ¿Será este el caso?

Tiempo de definiciones

Lo cierto es que el resultado de las próximas elecciones provinciales tiene una significación muy relevante para todo el oficialismo. No tanto por el impacto nacional de un triunfo de los oficialismos, que mayoritariamente se prevé, sino más bien por las consecuencias para la interna oficialista que pudieran tener tanto alguna derrota inesperada o una victoria que muestre sensibles pérdidas de votos respecto de elecciones anteriores. En tal caso, Massa no solo sería el principal apuntado por la crítica situación económica, sino que aceleraría otras disputas, además de poner en riesgo mortal la pretensión del ministro de ser el candidato único de su espacio. Justo cuando se está entrando en tiempo de definiciones.

Daniel Scioli, el enemigo interno número uno de Massa, ya demandó en público el lunes pasado que se le reconozca el derecho a competir en la PASO del FdT, para lo cual cuenta con el apoyo de Alberto Fernández, aunque desde la cercanía del embajador en Brasil alimenten las versiones de supuestas desavenencias, desconfianzas y traiciones. ¿Simulacros para no cargar con salvavidas de plomo? Es la duda de muchos,

Mientras tanto, Eduardo “Wado” de Pedro maximiza el beneficio de ser un ministro del Interior autónomo para mostrarse por todo el país y estrechar los lazos con los gobernadores peronistas a los que beneficia con recursos, obras y promesas. Es parte de su reforzado intento por construir un perfil de presidenciable.

Lo hizo anteayer, al exponer en el Senado ( territorio exclusivo de Cristina Kirchner) su plan productivo federal. Un proyecto en el que viene trabajando desde hace dos años, para el cual -dice- ha contado con el aliento y el apoyo de dirigentes industriales y del sector agropecuario y con el que se quiere mostrar como la versión productivista, superadora y moderada del cristicamporismo. Si no es para 2023 será para 2027. Pero, por las dudas, él se prepara, con el apoyo explícito de la vicepresidenta. Cristina Kirchner no se resigna a tener por único candidato a Sergio Massa. Al menos, sin condicionamientos ni piezas de recambio a mano, aunque sea para perder honrosamente y preservar todo lo que pueda y le quede de su capital político.

No es el escenario en el que pretende moverse el ministro de Economía. Para su gestión y para sus ambiciones electorales. La pared a la que se enfrenta y debe superar está cada vez más cerca y es cada día un poco más alta.

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