Martes por la mañana. Gabriel Rubinstein (viceministro de Economía) y Leonardo Madcur (jefe de Gabinete del Ministerio) mantenían una reunión con representantes del Fondo Monetario Internacional (FMI) de manera virtual. También participaba del encuentro Lisandro Cleri, vicepresidente del Banco Central, un personaje que ganaría protagonismo en las horas siguientes.
Sergio Massa entró en esa oficina completamente blanca del quinto piso del Palacio de Hacienda empujado por la suba del dólar blue. Había pasado en muy poco tiempo de $462 a $497. En medio de la corrida cambiaria, Rubinstein, Madcur y Cleri, que acababan de cortar con Washington, le devolvieron a su jefe rostros de preocupación y una indicación taxativa: esto hay que frenarlo como sea, porque la suba del blue no tiene techo cuando “entrás en el dólar de pánico”. Es el término que se usó en esa conversación.
Los cuatro asumieron que debían intervenir ya, aunque el FMI estuviese en contra. No fue necesario discutirlo. Madcur, el dueño de ese despacho, volvió a conectar el Zoom con Washington para hablar con Luis Cubeddu, el hombre dentro del FMI encargado de llevar el programa con la Argentina. Massa le comunicó su decisión, en línea opuesta a lo que quiere el Fondo.
Cubeddu fue el encargado de notificar hacia arriba que el Gobierno había decidido volver a usar reservas del Banco Central para frenar la suba de los dólares financieros, el único mecanismo cambiario legal que puede emplear para enfrentar al blue.
La decisión, aclimatada en el pánico que generaba la posibilidad de ver un dólar a $500, se venía discutiendo desde hacía varios días entre los funcionarios mencionados más arriba. Las señales de alarma se habían encendido el jueves 20, cinco días antes. Esa advertencia temprana generó un lamento al interior de Economía: si hubiesen intervenido antes, quizá les habría resultado más fácil y barato sofocar la corrida.
El mismo martes, el Gobierno se desprendió de dólares para comprar bonos que luego podría vender en pesos. La operación resquebrajó el acuerdo que cerró Massa con Kristalina Georgieva a fines de febrero. La jefa del FMI le había reclamado por el uso de reservas del Banco Central para comprar deuda con la intención de bajar el dólar. En ese mediodía frenético, Massa repitió la jugada por la cual le habían tirado de las orejas.
No fue la única ruptura que ocurrió en ese martes trágico, en términos cambiarios. Cleri tomó ese mediodía una participación como hasta ahora nunca había tenido en el manejo de la mesa de dinero del Banco Central. Le abrió la puerta su presidente, Miguel Pesce, que tuvo una actitud mucho más proactiva que en otras ocasiones con las decisiones de Massa.
Un compañero directo de trabajo de Pesce, a quien le han dedicado palabras groseras en su diálogo interno los últimos tres ministros, incluido Massa, sugirió que el propio titular del Banco Central se asustó con la corrida.
Una figura casi desconocida es fundamental para entender el andamiaje del dólar en la Argentina. Se trata de Fabián Sgarbi, el funcionario de Pesce que maneja la mesa de dinero del banco. Esta vez fue del todo colaborativo con el hombre de Massa que coordinó la intervención para que bajaran los dólares financieros.
Hay una especie de nuevo pacto en el Banco Central: Cleri se encargará del lado de la mesa que implica manejar la coyuntura del dólar, pero dejará libre otro costado, el que trabaja sobre el dólar futuro.
La corrida no solo se llevó una parte del valor del peso. También marginó un poco más a Pesce, el último sobreviviente de la tropa de Alberto Fernández en un lugar importante de la conducción nacional.
Pesce resistió hasta último momento. El temor al dólar le permitió a Massa lograr lo que no habían podido Silvina Batakis, tímidamente, y con mayor vehemencia su antecesor, Martín Guzmán. De hecho, la salida de Guzmán, que detonó la bomba de inflación y devaluación que todavía sigue explotando, se debió a la inacción del Presidente con respecto a un puñado de pedidos específicos. Uno de ellos era, de hecho, echar a Pesce del Banco Central.
Massa dio un paso más el miércoles pasado. Por relato o por convicción, les mandó a decir a sus colaboradores que no podía atender a nadie porque estaba como jefe de la mesa de dinero de la entidad monetaria. Aunque se trate de un deseo impracticable, el ministro pasó el mensaje puertas abiertas del Gobierno: el Banco Central soy yo.
La operación fue costosa para la Argentina. El dólar paralelo funciona en el país con la lógica de una vieja canción infantil. Aquí no se trata de llamar al burro para que saque a la chiva, sino de abaratar los dólares financieros (MEP y CCL) para que baje el blue.
Para frenar la corrida, el Gobierno soltó dólares que forman parte de las reservas. Esa operación, que implica comprar caro y vender barato el patrimonio nacional, le permitió al Frente de Todos enviar otro mensaje. El Gobierno está dispuesto a dejar todo lo que tenga el país para llegar en una pieza hasta diciembre. Es parte del libro rojo de Cristina Kirchner aplicado por Sergio Massa.
Ambos tienen, además, buena vinculación. Massa intercambia comunicaciones telefónicas con la vicepresidenta con visitas a su oficina. La semana pasada se reunió con Máximo Kirchner y con Cecilia Moreau en el que era su despacho en la Cámara de Diputados. Lo vieron cruzar el pasillo que lleva al Senado, donde trabaja la vicepresidenta.
A esa altura, el dólar ya estaba en ascenso. Y el eco de Massa se escuchó en el reclamo que le hizo Cristina Kirchner al Fondo el jueves pasado en La Plata. La corrida, la inflación y el estancamiento no son enemigos suficientes para resquebrajar esa sociedad política que parece fraguar cada día más.
El peligro cambiario no pasó. Es por eso que Massa definió un conjunto de decisiones que afectarán la compra de dólares y todas sus cotizaciones, incluido el blue.
La Bolsa y la Comisión Nacional de Valores (CNV) ya acordaron nuevas reglas de operación para el denominado contado con liqui (CCL), el mecanismo que permite sacar divisas del país. Es una normativa que empeorará las condiciones de acceso al CCL a quienes tengan fines especulativos, según la interpretación oficial, pero mejoraría las compras para quienes realmente lo necesiten por algún motivo. Ya está cerrado. Se anunciará el martes.
Economía continuará la pelea en el plano comercial, ya que no hay divisas para casi nadie. Massa se sorprendió el último jueves. Se reunió con empresarios que tienen negocios con Brasil para encontrar mecanismos que permitan dejar de usar dólares. Había representantes de Peugeot, Techint, John Deere, Volvo, BASF y Ford, entre otras. “A nadie se le cayó una idea”, reclamó el ministro en privado. Rescató de esa supuesta aridez creativa un solo nombre: Javier Madanes Quintanilla.
El dueño de Aluar propuso una alternativa para implementar en el cortísimo plazo: postergar pagos mediante la securitización de exportaciones, uno de los pocos instrumentos que funcionan en la denominada franja del hard dollar. El Gobierno intentará empujar esa idea en los próximos días.
Madanes Quintanilla, por su parte, se llevó una efímera crisis de identidad a cambio de romper el hielo. El cartelito con su nombre, que indicaba dónde debía sentarse, lo señalaba como titular de Siderar, la empresa de aceros planos del Grupo Techint, con el que no tiene nada que ver.
La pulsión oficial por asumir peligros extremos es un gran fastidio para la oposición. El equipo de trabajo de un dirigente importante de Juntos por el Cambio, con chances de alcanzar la Presidencia, reconocía el último miércoles que quería hacer una reunión con el embajador norteamericano, Marc Stanley. Busca que lleve a Washington un mensaje: el Frente de Todos se gastará todo lo que queda y no dejará dólares para el día después del cambio de mando. Varios se ven en ese sillón, que sólo admite lugar para uno. Es una circularidad increíble. Hace menos de cuatro años, el mismo mensaje gritaba Alberto Fernández después de las PASO.
En la práctica, es una preocupación que supera los límites de la oposición. Delfín Jorge Ezequiel Carballo, hasta el mes pasado presidente del Banco Macro, salió con una carpeta llena de papeles del hotel Palladium el último miércoles. Había estado con Patricia Bullrich y Luciano Laspina, el coordinador en temas económicos de la extitular de Pro, una de las aspirantes, junto a Horario Rodríguez Larreta, a quedarse con la candidatura presidencial de Juntos por el Cambio.
Quienes participaron de la reunión eligieron no decir nada sobre la conversación. LA NACION, sin embargo, reconstruyó algunos pasajes. Carballo sugirió alternativas para enfrentar la bola de Leliq y salvar al sistema bancario. No es un testimonio más. El socio fundador del Macro tuvo una participación activa en el reordenamiento posterior a la crisis de 2001 y la salida del corralito. Es uno de los banqueros más escuchados por sus propios colegas.
De ese encuentro surgieron algunas curiosidades. Carballo es socio de Jorge Brito (hijo), presidente de River y, ahora, presidente del Macro. Brito, a su vez, tiene una relación muy cercana con Massa, a quien considera como una de las personas más capaces del país. Eso, sin embargo, no les permite ahuyentar el fantasma de un accidente macroeconómico, como lo llaman, que teme el círculo de dueños de bancos.
La necesidad de anunciar cosas cuando hay poco bueno por decir conduce a artilugios peligrosos que se profundizarán en lo que queda del año. El Gobierno quiere recrear un nuevo acuerdo de precios y salarios para frenar las expectativas de inflación en los próximos tres meses. Es un anuncio que se construye sobre las ruinas de otro similar que todavía está vigente, como Precios Justos.
Precios Justos fue el escenario para algunas de las imágenes más polémicas del último tiempo. A mediados de enero, el sindicado de Camioneros difundió una imagen de algunos de sus afiliados controlando el abastecimiento en supermercados.
El procedimiento estaba a cargo de Oscar Borda, encargado de los bloqueos a empresas que, según sus palabras, iba a darle una mano a Matías Tombolini, secretario de Comercio Interior. Los empresarios sostuvieron que era como mandar al zorro al gallinero. Hay algo peor: la excursión no está documentada en los registros oficiales.
Se trata de una inconsistencia importante. LA NACION le hizo una consulta formal a la Secretaría de Comercio sobre este tema. Respondieron por escrito que esa cartera no tiene acuerdos con el Sindicato de Camioneros ni dictó actos administrativos que autoricen su participación en el programa Precios Justos. Más aún: sostiene que Camioneros no ha llevado a cabo tareas de fiscalización en ese programa. La foto podría ser un revival de la época de Guillermo Moreno: las cosas que ocurren en la práctica van más allá de los papeles.
Viernes por la tarde en Economía, 18.40. El equipo de Massa estaba reunido para una celebración frugal por el cumpleaños del ministro. José Ignacio de Mendiguren (secretario de Industria) lo carga a Cleri. Le dice que vive con cara de susto. Otros van sobre Madcur. No saben si vive en Buenos Aires o en Washington, por sus viajes al FMI. La mayoría se quería ir cuanto antes a descansar.
La semana terminó con la evidencia de que la Argentina es cada vez más frágil, pero al equipo económico lo rodea cierta tranquilidad: podría haber sido peor.