LONDRES.– Es una historia digna de la pluma de Shakespeare: la rebelión de la nobleza británica y la exclusión de la aristocracia. Ese episodio, mal conocido, fue el tema que dominó todas las conversaciones que mantuvieron este viernes por la noche los 1000 invitados que asistieron a la recepción ofrecida en el Palacio de Buckingham por el rey Carlos III y su esposa Camilla.
Esa recepción, para muchos, presentaba el aspecto de un premio consuelo para las miles de personalidades que no podrán asistir el sábado a la ceremonia de coronación en la Abadía de Westminster. Algunas versiones inverificables aseguran que unos 4000 nobles, aristócratas, parlamentarios y millonarios de la high society –es decir casi todo el establishment– fueron excluidos de la ceremonia, pero resultaron compensados con una invitación para participar en una ambigua recepción.
“No se trata de una cena tradicional con los invitados sentados, sino de una reunión informal”, explicó un miembro de la corte. “Se trata más bien de un acontecimiento similar a la llamada recepción anual del cuerpo diplomático que se realiza cada mes de diciembre en el Palacio de Buckingham. Es todo lo opuesto a un banquete de Estado. Podríamos definirlo como un encuentro simpático entre miembros de la realeza, familia y amigos”, precisó.
Esa aclaración pretendía explicar parte del enigma: los dos únicos lugares reservados en la Abadía de Westminster al reino de Holanda –aliado histórico de Gran Bretaña– serán ocupados por el rey Guillermo de Orange y su esposa Máxima. Para no ofender a las otras personalidades de la familia, Buckingham también invitó a la recepción a la exreina Beatriz de Holanda y la princesa Amalia, heredera del trono.
Felipe de Bélgica y su esposa acudieron con su heredera Isabel; Carlos Gustavo de Suecia asistió acompañado por la princesa heredera Victoria. La princesa Leonor, heredera del trono de España, no pudo asistir por estar ocupada con los exámenes del fin de año escolar, pero los reyes Felipe y Leticia acudieron a la recepción y estarán presentes en Westminster.
El servicio de protocolo de Buckingham pensó que la astucia inventada para reducir la cantidad de invitados permitiría evitar la crisis. Eso significa que algunos privilegiados fueron invitados a los dos acontecimientos, otros a uno solo pero tuvieron el consuelo de compartir una velada con los “más altos miembros de la casa real” británica y personalidades políticas como Jill Biden —la esposa del presidente norteamericano— y Olena Zelenska, cónyuge del jefe de Estado de Ucrania. Otros —la mayoría— fueron excluidos de todas las celebraciones y conservan un rencor que demorará mucho tiempo en extinguirse.
Los más afectados por ese tortuoso proceso fueron los 2000 duques, marqueses, condes, vizcondes, barones y caballeros que figuran en el Burke’s Peerage, considerado como la biblia de la nobleza. El servicio de protocolo del Palacio de Buckingham también infligió profundas humillaciones a personalidades influyentes de la corte: tres de las cuatro damas de honor que habían portado la toga de Isabel II en su coronación no fueron invitadas a la abadía de Westminster. La cuarta, lady Glenconner, fue rescatada a último momento gracias a su proximidad con la princesa Margarita, tía preferida del rey Carlos.
Contrariamente a lo que ocurría hasta el siglo XVIII, el rencor de la nobleza no constituye un peligro político para el monarca: solo 90 de los nobles tienen una banca en la Cámara de los Lores que —por lo demás— carece de influencia en las decisiones. Pero los otros, junto con los aristócratas resentidos representan una “fuerza de oposición” considerable por su influencia dentro del Partido Conservador y su capacidad de presión en el establishment.
El riesgo no es despreciable para un rey que abriga el proyecto de modernizar la sociedad y deberá contar con esa casta estrechamente identificada a los Windsor, al igual que la Iglesia anglicana y el Ejército. Una gran parte de esa categoría social influyente pertenece a la llamada nobleza terrena que tiene ramificaciones en cada región del país y son capaces de promover una corriente de opinión crucial para un monarca que comienza su gestión.
Shakespeare diría que es peligroso subir al trono tropezando en el primer escalón.