¿Qué te apuesto? El arte de predecir y poner en juego, más que el dinero, las propias ideas

En la escuela todos hemos protagonizado discusiones con nuestros compañeritos de grado sobre hechos diversos. En la época en que no había internet, estas disputas no se podían solucionar googleando. Si los dinosaurios fueron o no extinguidos por un meteorito podía ser materia de controversia por varios días, hasta que alguno de los participantes, más seguro de sí mismo, se plantaba y desafiaba: ¿qué te apuesto? El “qué te apuesto” era la manifestación de certidumbre, de confianza en sí mismo. Y si el contrincante dudaba, eso bastaba para determinar el triunfo retórico del apostador.

¿Son los adultos tan diferentes? Aún con una miscelánea de herramientas periodísticas y científicas a disposición, hay cuestiones que no se pueden dirimir con los datos. Entre ellas resalta la actividad más común entre los economistas: la predicción. Y las predicciones pueden defenderse mediante argumentos o mediante el análisis de datos o mediante una buena teoría… O apostando plata.

Existe un dicho en inglés que manifiesta con crudeza esta actitud algo pendenciera: put your money where your mouth is, cuya traducción literal suena espantosa: poné el dinero donde ponés tu boca. El sentido es, por supuesto, que si se va a adoptar una posición, se esté dispuesto a perder dinero para defenderla. Aún cuando este tipo de provocaciones son conocidas por estos lares, no cabe duda de que existe cierto sesgo cultural, porque en español no existe ningún dicho popular que refiera a esta actitud.

Y, sin embargo, la semana pasada, tras las elecciones, seguramente se dirimió una multitud de apuestas para medir la capacidad predictiva de uno contra la de los compañeros de oficina, la familia o los amigos. El ganador se lleva el pozo, sí, pero sobre todo el crédito de haber sido “el que mejor entendió la realidad”. Indudablemente, hay algo entre lúdico y adrenalínico en la actividad apostadora, pero a la hora de realizar predicciones se pone en juego además la reputación, porque el que gana debe ser reconocido por el resto como el que tenía razón.

“En la última semana, tras las elecciones, seguramente se resolvieron muchas apuestas hechas entre compañeros, familiares y amigos. El ganador se lleva el pozo, pero, sobre todo, el crédito de haber sido ‘el que mejor entendió’ la realidad”

Algunos economistas que gustan de realizar pronósticos todo el tiempo suelen ser acomodaticios con sus vaticinios, remarcando sus aciertos y pasando por alto sus pifies, actitud que dio lugar a la clásica broma de que los economistas fueron inventados para hacer quedar bien a los meteorólogos y a los astrólogos. Pero algunos economistas son más vehementes para defender sus profecías y ponen su plata donde ponen sus palabras.

Una de las apuestas más famosas fue la que protagonizaron a fines de los 70 Paul Ehrlich, un eminente biólogo, y Julian Simon, un ignoto economista. Ehrlich defendía el argumento malthusiano de que un crecimiento demográfico demasiado acelerado excedería pronto la disponibilidad de recursos no renovables. Simon salió al cruce y le propuso a Ehrlich que seleccionara cualquier materia prima, para demostrarle que, al menos un año después, el precio del recurso caería en lugar de subir. Ehrlich pensó que tenía todas las de ganar, pero para asegurarse eligió cinco metales sobre los que estaba más seguro de que su precio explotaría. Se estableció un período de 10 años para la apuesta, cuyo valor dependería de la diferencia de precios finalmente observada. Simon terminó ganando, aunque apenas US$600, porque tres metales bajaron de precio y dos subieron. Pero la plata no importó. Ehrlich se indignó por el resultado, porque entendió que se presentaría públicamente como un demérito a sus teorías, y calificó todo el asunto como una “traición” a la ciencia y a la razón.

Una contienda bastante menos dramática fue la que enfrentó al economista heterodoxo australiano Steve Keen con el empresario financiero Rory Robertson. Quizás impresionado por la crisis subprime en Estados Unidos, Keen afirmó que los precios de las supuestamente sobrevaloradas propiedades de Australia se desplomarían pronto en un 40%. Rory le propuso una apuesta pero no a pagar con dinero. La alternativa reflejaba lo que realmente estaba en juego, el prestigio intelectual, y por eso se acordó saldarla de manera humillante. El perdedor debía trepar al Monte Kosciuszko, recorriendo a pie los 200 kilómetros que lo separan de su ciudad Canberra, vistiendo una remera con la inscripción “Estaba irremediablemente equivocado sobre los precios inmobiliarios, pregúntenme al respecto”. Keen perdió la apuesta y cumplió, aunque en un gesto compasivo Rory le prometió que si en algún momento del resto de su vida veía caer los precios en esa proporción, él mismo haría el duro recorrido.

“En el negocio de las apuestas personales tienen un lugar especial los multimillonarios, con una tendencia a apostar sumas considerables pero que para ellos no significan demasiado”

En el negocio de las apuestas personales tienen un lugar especial los multimillonarios, con una tendencia a apostar sumas considerables pero que para ellos no significan demasiado. Según cuenta Noah Smith en su brillante blog, un tuitero bajo el seudónimo de James Medlock comentó en broma sobre la predicción de una hiperinflación en Estados Unidos tras la pandemia y la elevada emisión monetaria que se llevó a cabo para suavizarla. Su irónico tuit afirmaba que le apostaría a cualquiera un millón de dólares a que no habría híper. La gracia es que sin híper él ganaría, pero en caso de que los precios en dólares volaran… ¡un millón de dólares no valdría casi nada!

Pese a la broma, un fanático libertario de nombre Balaji Srinivasan, tomó en serio el reto y le ofreció una apuesta alternativa. Medlock debía apostar un bitcoin (que valía US$26.000 en ese momento) y Balaji, por su parte, un millón de dólares. A los 90 días, Balaji se llevaría el bitcoin y Medlock su millón. La única forma de que Balaji ganara, entonces, era que el bitcoin valiera, tras la supuesta híper, más de un millón de dólares. Obviamente Balaji perdió y, nobleza obliga, pagó su deuda. Pero sorprende el monto de la “inversión” que hizo solamente para promocionar su criptomoneda favorita.

Uno de los ámbitos más propicios para las apuestas son, desde luego, los mercados financieros. Warren Buffet fue el autor de la famosa frase de que la gente no le diera sus ahorros a los profesionales, sino a monos con los ojos vendados. Los primates elegirían en qué acciones invertir lanzando dardos sobre las páginas del Wall Street Journal. La sugerencia, se entiende, es que elegir activos al azar es mejor que seguir las estrategias de los expertos. Y puso su dinero detrás de sus palabras: apostó un millón de dólares a un fondo de cobertura que una cartera consistente en un índice de la bolsa de acciones tecnológicas S&P haría más plata en 10 años que las estrategias financieras de los profesionales de la firma. Buffet ganó y la apuesta sirvió para publicitar los índices “compuestos” de acciones. De paso, el resultado sumó desprestigio a los autodenominados gurúes de las finanzas.

Pronosticar es difícil, especialmente el futuro señalaba el físico Niels Bohr, o tal vez el escritor Mark Twain. Pero lo que sí es fácil de predecir es que estas prácticas continuarán porque lo que está en juego no es el dinero, sino las ideas.

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