LONDRES.- La primera corona que lucirá el rey Carlos III este 6 de mayo durante su coronación es una impresionante pieza de dos kilos y medio de oro sólido, con terciopelo, piel de armiño y piedras preciosas. La segunda es más liviana y está adornada con 2868 diamantes. Durante la ceremonia recibirá los cetros enjoyados, espadas, un anillo y el orbe crucífero del soberano. A continuación, recorrerá las calles de Londres en un carruaje dorado.
Habrá brillo por todas partes. Históricamente, todo eso apuntaba a proyectar el poderío de la monarquía británica, y hoy en día los elaborados rituales de coronación siguen ayudando a legitimar el proceso de transición real, y de paso vender la marca de la realeza.
Pero esa deslumbrante celebración que a los contribuyentes británicos les costara unos diez millones de libras también podría hacer resaltar uno de los puntos débiles del rey Carlos: la transición también ha renovado el escrutinio sobre la fortuna de la familia real, y cada vez son más los británicos que piensan que el erario público no debería subsidiarla.
Las encuestas coinciden en que la mayoría de los británicos apoyan la monarquía y muchos tienen una opinión favorable de Carlos, aunque no es ni remotamente tan popular como su madre. Muchos creen que la familia real le genera dinero al país, porque su atractivo turístico. Otros se enorgullecen de la monarquía como símbolo de la herencia británica.
Considerando sus beneficios, “la monarquía realmente no es cara”, dice William Shawcross, biógrafo oficial de la Reina Madre, abuela del nuevo rey. Además de continuidad y estabilidad, “la monarquía representa, por así decirlo, el alma de una nación”. Pero hay una minoría en ascenso que ve a la familia real como una reliquia demasiado cara.
A muchos seguramente los divierte enterarse que el rey es técnicamente dueño de inmensas porciones de Inglaterra y de Gales, y de una sorprendente variedad de animales marinos: todas las ballenas, delfines y marsopas de las aguas del Reino Unido son del monarca.
Pero los críticos, sobre todo los jóvenes, cuestionan seriamente por qué una sociedad democrática le paga a un hombre cuyo trabajo es simbólico. Y los ofende tener que pagar un 40% de impuestos a la herencia mientras que el rey Carlos no pagó nada por los cientos de millones de dólares en propiedades que heredó de su madre el año pasado.
La familia real es propietaria o usufructuaria de más del 1% de las tierras del Reino Unido. En comparación, los 10 mayores terratenientes de Estados Unidos concentran el 0,7% de la tierra. Esa concentración de riqueza es especialmente ofensiva para quienes sufren la actual crisis inflacionaria en Gran Bretaña.
Los funcionarios de palacio no respondieron a la solicitud de comentarios del Washington Post, pero se han esforzado por transmitir que la coronación será un evento “sustentable”, con menos invitados y una ruta de desfile más corta que la de Isabel II.
Mucho se ha hablado de las intenciones de Carlos de modernizar y “agostar” la monarquía, una idea seductora para quienes piensan que la realeza cuesta más de lo que vale. Las personas familiarizadas con la visión de Carlos creen que más que rebajar el gasto, el rey buscará maneras de generar más dinero, ganancias que engrosen las arcas públicas y de instituciones benéficas, pero también de la familia real y la corona.
Propiedades y ganancias
Entonces, ¿qué tan rico es el rey? Este mes, la lista de los más ricos del diario The Sunday Times calculó que la fortuna personal de Carlos asciende a los 600 millones de libras, unos 750 millones de dólares. Y el diario The Guardian, que le encargó la investigación a un equipo de nueve periodistas, llegó a una cifra muy superior: 1160 millones de libras, unos 1440 millones de dólares.
Pero eso solo abarca lo que suele contarse como fortuna personal: el Castillo de Balmoral y la casa de campo de Sandringham Estate, obras de arte, joyas, caballos de carrera, y décadas de ahorros e inversiones financieras.
Desde el Palacio de Buckingham refutaron los cálculos de The Guardian como “una mezcla sumamente fantasiosa de especulaciones, presuposiciones e inexactitudes”. Pero quienes están familiarizados con la situación económica de los Windsor dicen que la familia tal vez no sepa exactamente cuánto tiene, ni qué es suyo y que no.
“Ni el rey debe saber la cantidad de cosas de valor incalculable que hay guardadas por todas partes”, dice un alto funcionario británico que pidió preservar su anonimato, y agrega que de muchas de las cosas heredadas de generación en generación ni siquiera hay registro. “Y hasta el día de hoy no sabemos si son de la familia o son de la nación.”
Una política reciente establece que los obsequios recibidos en “capacidad oficial no son propiedad privada” de la familia real. De todas formas, la ambigüedad de la palabra “oficial” permitió que Isabel reclamara como suyos muchos caballos recibidos como obsequios personales de los líderes mundiales que no necesitaban ser declarados.
El centro de la polémica sobre lo que pertenece por derecho a la realeza son los inmensos territorios reclamados por los reyes medievales y transmitidas a sus herederos.
Caído del cielo
Mientras era Príncipe de Gales y heredero al trono, Carlos recibía una ganancia anual caída del cielo del Ducado de Cornualles, establecido por III en 1337 para apoyar a su hijo. La propiedad se extendió luego a más de 52.600 hectáreas en 20 condados del sur de Inglaterra y Gales, y Carlos ayudó a convertirla en una sofisticada cartera de bienes raíces por valor de más de 1200 millones de dólares. Los activos inmobiliarios incluyen tierras de cultivo y bosques, así como el campo de cricket Oval en Londres, oficinas, alquileres vacacionales y desarrollos residenciales.
Quienes han trabajado con Carlos lo describen como un propietario proactivo. Contrató ejecutivos inteligentes a los llamaba a toda hora, según un exrepresentante del ducado que habló bajo condición de anonimato para referirse a asuntos internos. “Podía ser por cosas triviales o por cosas importantes, y a veces solo porque quería otro punto de vista. Se preocupa bastante”.
El heredero no puede vender las propiedades importantes del ducado, pero tiene derecho a las ganancias de arrendamiento y de las inversiones, que en los últimos años le reportaron un ingreso anual de más de 25 millones de dólares. Carlos pagó voluntariamente el impuesto sobre la renta, pero los ducados reales, a diferencia de otras empresas y latifundios en Gran Bretaña, están exentos de impuestos a las ganancias.
Cuando murió Isabel, el ducado de Cornualles pasó al nuevo heredero, el príncipe Guillermo, y Carlos, como monarca, empezó a percibir las ganancias del ducado de Lancaster. Esta segunda propiedad, una extensión de tierra incautada por el rey Enrique III en 1265, abarca 18.000 hectáreas en Inglaterra y Gales, con granjas, castillos, canteras, minas, oficinas, hoteles, campos de golf, y propiedades inmobiliarias de primer nivel en Londres. Al momento de morir Isabel, el Ducado de Lancaster le reportaba más de 25 millones de dólares anuales.
La familia también percibe los beneficios del Crown Estate, otra colección de tierras, en este caso proveniente de la conquista normanda en el siglo XI. Hoy en día, esa cartera de inversiones de 19.400 millones de dólares incluye propiedades destacadas como Regent Street en Londres, el Windsor Estate, centros comerciales, gran parte de la costa e incluso el lecho marino hasta 12 millas náuticas desde la costa. Actualmente, el arrendamiento de parques eólicos en el lecho marino está engrosando esas ganancias.
A diferencia de los ducados, el Crown Estate es administrado por el gobierno y sus ganancias van al tesoro estatal. Pero un porcentaje fijo va a manos de la realeza bajo la forma de “Subvención Soberana”, destinado a viajes oficiales y esparcimiento, mantenimiento de propiedades y salarios del personal. Y según la cláusula de “torniquete dorado”, la subvención anual a la realeza no puede disminuir aunque caigan las ganancias.
La realeza británica insiste en que la relación calidad-precio es favorable: su último informe anual señala que la Subvención Soberana ascendió a 86,3 millones de libras, o sea unos 1,6 dólares por ciudadano británico.
Pero ese cálculo deja muchas cosas afuera. Para empezar, porque no contabiliza las millonarias exenciones impositivas de las que goza la realeza. Y tampoco toma en cuenta que la familia real paga poco y nada para vivir en algunos de los palacios más lujosos del mundo, donde tienen acceso a los tesoros nacionales, desde las joyas de la corona hasta 600 obras de arte de Leonardo da Vinci.
Pero sobre todo, ese cálculo no considera que muchos británicos creen que la monarquía no tiene derecho a usufructuar vastas extensiones de tierras y de lecho marino en nombre de una vieja tradición.
Karla Adam y Mary Jordan
(Traducción de Jaime Arrambide)