Pragmatismo o friendshoring y apertura o proteccionismo, los clásicos dilemas en el comercio exterior argentino

¿De qué lado estás? Mientras el mundo profundiza dos modelos de gobierno opuestos relacionados, entre otras cosas, con la democracia o la falta de ella y el respeto por las indispensables libertades y garantías individuales que supone un estado de derecho, algunos analistas sugieren hacer pie en la economía a la hora del comercio. Pragmatismo puro.

De hecho, la Argentina ya comercia con los países que integran y van a integrar los Brics: Brasil y China son sus dos socios comerciales más importantes, aunque con el gigante asiático la balanza comercial negativa es muy alta, fueron US$9500 millones en 2022. India es otro socio clave, con exportaciones por US$4542 millones en 2022 e importaciones por US$1849 millones y muchísimo espacio para crecer en este país de 1400 millones de habitantes.

Con Arabia Saudita e Irán, entre otros países que son o serán socios, el comercio existe, pero es muy poco. Rusia es un caso aparte por las sanciones internacionales que pesan sobre este país, en guerra con Ucrania. El comercio bilateral es muy pobre: exportaciones por US$498 millones e importaciones por US$277 millones en 2022, pero es un importante mercado para los limones argentinos, por ejemplo, con ventas por US$27 millones el año pasado.

Mientras, se acentúa a nivel global el “friendshoring”, un concepto muy occidental para hablar del comercio entre países que tienen valores similares, pero no hay que engañarse. El pragmatismo prevalece cuando las papas queman.

El ingreso de la Argentina al club de los Brics significa un desafío que va más allá del intercambio con “los buenos o los malos”. La apertura no es, precisamente, uno de los fuertes del país. La mayoría de los sucesivos gobiernos de la democracia postdictadura han sido reacios a la competencia, pero esto no termina aquí. Los empresarios, en general, lo son aún menos. La tentación de “pescar adentro de la pileta” suele prevalecer para beneficio de pocos en desmedro del consumidor.

La comunicación oficial habla de las ventajas para la Argentina del acuerdo comercial. Pero hay que tener en cuenta que los beneficios deben ser para los dos lados; para ganar, hay que dejar (y querer) que el otro también gane. Esto no es un camino de ida, sino de ida y vuelta. El resto de los países del Mercosur lo sabe, como también padecen la resistencia de la Argentina a una mayor apertura comercial.

Además, este país tiene una maraña de impedimentos, regulaciones, impuestos y trabas que dificultan tanto las importaciones como las exportaciones. ¿Por qué no empezar por aquí?

Según las partes involucradas en el anuncio, este acuerdo se estuvo trabajando desde por lo menos un año. Se trata de un contraste importante con las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea, que concluyeron en junio de 2019, y que habían sido iniciadas en 1995. Este pacto, negociado con uñas y dientes por ambas partes, podría ponerse en marcha próximamente. El nivel de minuciosidad con que se detallan los puntos acordados para cada uno de los sectores productivos de ambos lados del océano es extremo. Para ello, se convocó a los representantes de cámaras y diversas entidades del sector privado y público, quienes dieron su opinión. En algunos casos, se les concedieron algunos años para adecuar su competitividad. Un abismo con respecto al veloz acuerdo de los Brics. Habrá que ver las condiciones y la letra chica.

Tal como dice el analista Félix Peña, “lo que habría que hacer antes de que se formalice la incorporación de la Argentina a las Brics es juntar a las instituciones dedicadas al comercio para desarrollar un análisis de los impactos que puede tener esta acción para los próximos 5 años”. Un paso a paso necesario para que la matriz productiva de la Argentina aproveche oportunidades y se adapte también a la competencia más fuerte, que significaría también un retroceso importante del proteccionismo.

Depender únicamente de las commodities, se sabe, es poco inteligente, porque hay componentes externos que no se pueden atenuar. Este año, el campo dio, una vez más, una muestra de que la fábrica a cielo abierto es riesgosa si es la única manera de recibir dólares del mercado. Se vio un impacto negativo de US$20.000 millones a causa de la sequía que no se recuperan, lamentablemente, con otras actividades por su falta de competitividad. Es el país todavía sin Plan B, aunque Brics comience con esa letra.

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