En 1995, en una remota localidad de Kenia, un artesano me vendió una hermosa talla de un Masai, aceptando gustoso que le abonara con tarjeta. ¿Por qué esa persona se desprendería de un bien tan valioso recibiendo un papelito firmado por mí, a quién él no conocía? Porque sabía que si yo no pagaba él igual iba a cobrar, dado que el emisor de la tarjeta era quien corría con el riesgo de incobrabilidad.
Si las comisiones que cobran los emisores de las tarjetas, son proporcionales al valor de las transacciones que procesan, ¿por qué les ponen límites? Yo, por ejemplo, no recomiendo leer mis libros sino… ¡comprarlos!. Sólo en un país con déficit energético se explica que las empresas del sector recomienden “economizar” el uso del fluido.
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Acaba de disponerse un aumento en el límite del valor de las transacciones que se pueden hacer durante cierto período. ¿Por qué se publicitó que la medida sería anunciada por el ministro de Economía de la Nación, cuando se trata de un acuerdo entre privados? Después de todo, en un país donde en los primeros cuatro meses en promedio los precios aumentaron 31%, ¿por qué es noticia que el referido límite haya aumentado en la misma proporción? En otros términos: ¿por qué dicho límite no se indexa y por consiguiente el aumento del límite es automático? Si los precios se duplican, ¿qué tiene de extraordinario que pretenda multiplicar por dos, lo que gasto en peluquería, supermercado y librería?
Respuesta: el riesgo crediticio no es independiente de la tasa de inflación. Más precisamente, si el aumento de la tasa de inflación genera postergaciones en los pagos, cuando no incobrabilidad, la resistencia de los emisores de tarjetas a indexar los límites a los gastos que se abonan con dicho instrumento es entendible. ¿Cubriría el Estado el aumento del riesgo?
Hablé de tarjetas en general, pero el punto planteado en estas líneas se refiere principalmente a las tarjetas de crédito, es decir, al mecanismo que permite financiar ciertas compras, más allá del mes en que se realiza la transacción. Es menos relevante en el caso de las tarjetas de compra, inventadas a mediados del sigo XX por alguien que quería cenar con sus amigos, en un restaurante donde no lo conocían, sin preocuparse por tener efectivo; y totalmente irrelevante en las tarjetas de débito, que son una herramienta para transferir fondos de manera instantánea.