Para los norcoreanos que llegan a China, la búsqueda de la libertad entraña más riesgos que nunca

SEÚL.- El ingeniero de software norcoreano estaba desesperado. En 2019, lo habían enviado a trabajar al noreste de China para ganar dinero para el régimen norcoreano. Después de meses de trabajo a destajo bajo la mirada vigilante de sus supervisores, en 2021 encontró una dirección de email en un sitio web surcoreano y envió un mensaje escalofriante: “Escribo a riesgo de mi propia vida”, suplicó el ingeniero.

A principios de este año, una joven ingresada a China de contrabando desde Corea del Norte por traficantes de humanos en 2018 se contactó con el propietario del mismo sitio web. Había planeado desertar a Corea del Sur: en cambio, la tenían cautiva en una aldea fronteriza china, donde la obligaban a ciberprostituirse. “Por favor, ayúdennos a escapar de esta casa”, escribió.

El sitio web en cuestión pertenece al reverendo Chun Ki-won, un pastor de Seúl muy conocido por ayudar a los refugiados norcoreanos que huyen a través de China, ruta obligada de casi todos los desertores. El pastor Chun ha sido denunciado varias veces por Corea del Norte y una vez fue encarcelado en China, por ayudar a cientos de norcoreanos a llegar a Corea del Sur o a Estados Unidos.

Pero hoy la tarea de ayudar a los desertores norcoreanos que están en China “se ha vuelto prácticamente imposible”, dice Chun.

Durante la pandemia, China restringió al máximo los cruces fronterizos y hasta los viajes internos. En los últimos meses, con el levantamiento de las restricciones, Chun y otros activistas humanitarios recibieron una explosión de pedidos de ayuda de miles de norcoreanos que están varados en China.

Para colmo, el precio que cobran los traficantes se disparó, porque cada vez corren más riesgo de ser atrapados por la policía china: por el Estado de vigilancia impuesto por Pekín, escapar de las autoridades es cada vez más difícil. En 2019 llegaron a Corea del Sur unos 1047 norcoreanos; el año pasado, ese número se desplomó a apenas 63.

“Si el número de desertores cayó, no es porque los norcoreanos tengan menos deseos de escapar del régimen represivo de su país”, dijo el mes pasado Hanna Song, activista de los derechos humanos que monitorea la situación de los refugiados, durante una audiencia ante el Congreso norteamericano en Washington. “Esa disminución más bien responde a la profundización del Estado de vigilancia que impone China”.

El pastor Chun compartió con el diario The New York Times los cientos de mensajes de texto, de audio, registros bancarios y otros documentos que permiten reconstruir sus esfuerzos para ayudar al ingeniero en software y a la cibertrabajadora sexual, de nombre Lee. El nombre del ingeniero y el apellido de la joven, así como otros detalles de su situación, se mantienen en secreto para proteger sus identidades.

Varado en China

Lee y el ingeniero en software no se conocen, pero ambos recurrieron a Chun por el mismo motivo: salir de China sin que los manden de vuelta al régimen represivo de Kim Jong-un.

“Vigilan todo lo que hago”, decía el ingeniero en software en aquel primer email de 2021.

Había llegado a China junto a otros miles de jóvenes profesionales informáticos norcoreanos que antes de la pandemia eran enviados regularmente a trabajar al extranjero para ganar dinero para el gobierno de Kim, ya sea trabajando en tecnología de la información o en el ciberdelito.

Corea del Norte se mantiene aislada de Internet y envía a estos especialistas altamente capacitados a trabajar en China, el sudeste asiático y otros países, para paliar los efectos de las sanciones internacionales impuestas al país por su programa de armas nucleares. Esos trabajadores expatriados suelen vivir en dormitorios compartidos, donde además deben espiarse unos a otros, y sus vigiladores norcoreanos están atentos a la menor señal de deslealtad, como ver telenovelas surcoreanas.

A través de la aplicación de mensajería Telegram, el ingeniero de software le dijo a Chun que su vida era “la de un pájaro enjaulado”. Se pasaba de la mañana a la noche rastrillando internet en busca de trabajo de codificación para ganar dinero para el régimen de Pyongyang.

No había llegado a China con intenciones de huir a Corea del Sur, pero el año pasado le envió a Chun un video con la cara llena de moretones y le contó que lo habían golpeado por desobediencia. “Quiero vivir como un hombre libre, aunque sea solo un día y aunque muera en el intento”, escribió.

Los organismos de derechos humanos han denunciado a China por las condiciones de esclavitud de muchos norcoreanos en ese país, pero esas reclamos han sido mayormente desoídos. Los norcoreanos que son capturados tratando de huir a Corea del Sur son tratados como inmigrantes ilegales, no como refugiados, y por lo tanto se los deporta a Corea del Norte para que enfrenten su castigo.

China utiliza su tecnología de vigilancia para atrapar a desertores de otros países o a extranjeros que permanecen en el país sin autorización.

Lee llegó a China hace cinco años y desde el principio su plan era desertar a Corea del Sur.

Según Lee, el traficante que la introdujo de contrabando en China le dijo que si trabajaba para su jefe durante tres meses, la llevarían hasta Corea del Sur, pero el hombre la vendió a una mujer norcoreana casada con un oficial de policía chino de la ciudad de Baishan, cerca de la frontera.

En las zonas rurales de China, las mujeres como Lee suelen ser vendidas a hombres que no pueden encontrar esposas, o a proxenetas y traficantes de personas que las obligan a trabajar en redes ilegales de cibersexo. La mujer de Baishan encerró a Lee en un apartamento y la obligaba a realizar actos sexuales frente a una cámara web para clientes masculinos de internet.

En enero, Lee se contactó a Chun y le dijo que ella y otras dos mujeres norcoreanas estaban a punto de ser vendidas a otro traficante de personas, y que necesitaban ayuda urgente.

Llegar hasta una “casa segura”

Ayudar a los refugiados de Corea del Norte implica contratar traficantes de personas, o “intermediarios”, en los que se pueda confiar, apunta Lee Hark-joon, un cineasta que dirigió dos documentales sobre los refugiados norcoreanos.

Pero “la prioridad del intermediario es el dinero, no el refugiado”, dice el cineasta, y menciona casos de refugiados abandonados después de haber pagado o que fueron mantenidos como rehenes para extorsionarlos y sacarles más dinero a cambio de no entregarlos a las autoridades chinas.

Y desde la pandemia el problema se agudizó. Según activistas de los derechos humanos, el costo de trasladar a un desertor norcoreano a través de China antes de la pandemia se medía en miles de dólares, y hoy el precio se mide en decenas de miles.

En enero, Chun logró reunir recursos para financiar el rescate del ingeniero de software, de Lee y de sus dos compañeras de cautiverio. Contrató a un operador en Tailandia que se asoció con operadores en China. El plan era transportar a los norcoreanos a una casa segura en Qingdao, ciudad portuaria sobre las costas del Mar Amarillo.

Cuando todos llegaron a salvo a la casa segura, el siguiente paso era atravesar toda China de contrabando hasta Laos, y de allí a Tailandia, donde los norcoreanos pueden solicitar asilo en Corea del Sur, una ruta común para muchos refugiados. El recorrido a través de China sería en auto, ya que desde la pandemia los controles de identificación en el transporte público son omnipresentes, y esa opción era inviable.

Rastreado y capturado

El operativo pergeñado por Chun empezó a desmoronarse cuando los traficantes no llevaron al ingeniero de software directamente a Qingdao, sino a una casa en la ciudad de Jilin, en el noreste de China, haciendo una parada no programada en el camino. Desde ahí, los intermediarios contactaron a Chun para pedirle dinero extra para comprarle comida, ropa y zapatos nuevos al refugiado.

A la mañana siguiente, cuando los intermediarios salían de la casa para recoger a las tres mujeres en Baishan, la policía los detuvo en Jilin. La policía también arrestó al ingeniero en software.

El ingeniero había sido reportado como desaparecido por su vigilador norcoreano, y el automóvil que los traficantes usaron para recogerlo había sido identificado por una cámara de vigilancia durante la parada no programada, según le dijeron a Chun los familiares de los traficantes, que hoy están presos.

Desesperado, el pastor Chun se puso a buscar a otros intermediarios para recuperar a las tres mujeres antes de que fuera demasiado tarde.

“Los intermediarios las van a estar esperando a medianoche en el lugar designado. Es un auto bordó”, decía el mensaje de texto que le envió a Lee, donde también le indicaba que llevara un paraguas en la mano derecha para que los traficantes pudieran identificarla.

A principios de febrero, las tres mujeres norcoreanas llegaron a la casa segura de Qingdao. Pero pocos días después, el esposo de su captora, el oficial de policía chino de Baishan, irrumpió en la casa derribando la puerta con otros matones. Las mujeres llamaron a Chun en medio de ese caos.

Chun cree que seguramente uno de los traficantes había llegado a un acuerdo con el esposo para intercambiar a las tres mujeres por una recompensa en efectivo. “No hay otra explicación”, dice el pastor.

Ahora el ingeniero en software está en una cárcel china a la espera de ser deportado a Corea del Norte, donde quienes han intentado escapar a Corea del Sur terminan en campos de confinamiento, o algo peor, dice Chun.

El paradero de Lee y sus compañeras sigue siendo desconocido.

“Hace 23 años que ayudo a los norcoreanos, y nunca me sentí tan descorazonado como ahora”, dice el religioso.

Por Choe Sang-hun

raducción de Jaime Arrambide

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