“Si hubo una decisión política con Ganancias, ha sido la de beneficiar a los sectores más ricos”, afirma Oscar Cetrángolo, al describir las modificaciones que impulsó recientemente el ministro de Economía y candidato a presidente Sergio Massa. Según el analista, especialista en Finanzas Públicas e investigador en el IIEP- UBA, esas medidas implican un efecto negativo en términos de equidad y tiene como consecuencia una profundización del déficit con consecuencias inflacionarias.
“En el mundo no existe no cobrar el impuesto a la renta. Hoy la región discute cómo fortalecerlo”, dice Cetrángolo, quien advierte por la mala calidad de los servicios que ofrece el sector público y plantea la necesidad de un plan de estabilización.
–¿Qué hace el mundo con el impuesto a las ganancias?
–Es uno de los impuestos modernos en términos de la teoría económica. Apareció a fines del siglo 19 y ese no es un tema menor, porque cuando la Argentina sanciona su Constitución, los impuestos directos se establecen como potestad de las provincias, y en ese momento eran el inmobiliario, el patrimonial, y es lógico que lo cobren los estados provinciales, que son los que le dieron origen a nuestra nación. Por eso hubo dificultades para incorporarlo. Estados Unidos e Inglaterra fueron incorporándolo a principios del siglo 20, y nosotros después de la crisis del 30. Ahí fue importante el papel de [Federico] Pinedo y [Raúl] Prebisch. Y por eso [por la potestad de las provincias] se creó como un impuesto de emergencia, y eso hace que haya que renovarlo cada 10 años, lo cual implica rediscutirlo. Pero a nadie se le ocurrió que no había que tener ese impuesto. Y lamentablemente se le cambió el nombre [originalmente fue el “impuesto a los réditos”].
–¿Por qué? ¿Qué implica?
–Porque ponerle Ganancias a lo que en el mundo se llama ingresos o renta es un tema solo de nombre. El impuesto alcanza a todas las rentas, sean de capital, de la tierra o del trabajo. Lo que se discute en el mundo es si tiene que ser un único impuesto, o cedular; en el segundo caso cada tipo de renta tiene una estructura diferente. Se aplica a las personas físicas y a las sociedades, aunque en el segundo caso, en el mundo desarrollado el impuesto va desapareciendo.
–¿Y cómo funciona en el mundo?
–Un sistema tributario maduro está basado sobre unos pocos pilares muy fuertes. En Europa o en los países de la OCDE está anclado sobre el IVA –que es regresivo pero es el que da muchos recursos y financia gasto social todo el tiempo, por lo que el impacto distributivo depende de cómo se gasta–, el impuesto a la renta y las contribuciones a la seguridad social. También existen los impuestos internos, al tabaco, por ejemplo, pero tienen otras finalidades; se cobra impuestos al tabaco para que la gente fume menos, por caso. Centralmente son esos tres impuestos, más los patrimoniales, que deberían estar a cargo de gobiernos provinciales o municipales.
–¿Por qué se abandona el impuesto a la renta sobre las sociedades en otros países?
–El impuesto a la renta es el más redistributivo, porque si bien el IVA da recursos con un cobro que es para todos por igual, el impuesto a la renta se recauda en los sectores más ricos. Se puede cobrar a empresas o a personas, pero cuando se cobra a empresas no está claro que no sea trasladable a precios. Si hay un mercado concentrado, se incrementa el impuesto a la renta sobre esas empresas y eso se traslada al precio de los productos. Los países van priorizando cobrar la renta de las personas físicas.
–¿Cuánto pesa ese impuesto en la Argentina y cómo se compara el dato con los de otras partes del mundo?
–En Europa, la tributación en promedio es del 38% del PBI, y la Argentina recauda 29% del PBI, estamos por debajo. Ahora, de esos 38 puntos, el impuesto a la renta son 13, y de esos 13, 10,5 son producto de cobrarlo sobre personas físicas, por salarios, rentas y dividendos. Nosotros recaudamos del total del impuesto a la renta apenas 5%, y lo que se recauda sobre personas está apenas por encima del 2,5% del PBI. Con esta reforma no se va a recaudar nada, y se manda un proyecto para eliminarlo sobre el ingreso salarial. Se está dejando un impuesto que va a pagar entre el 1% y el 3% más rico.
–¿Qué análisis hace de esos cambios que impulsa el Gobierno?
–Están desfinanciando al Estado. Hay un problema de equidad. Le está sacando impuestos a los más ricos, cuando tenés más de la mitad de los menores de 18 años bajo la línea de pobreza. Ahí hay un lío grande. Tenemos que tener claras las prioridades. Bajarles impuestos a los más ricos cuando hay semejante porcentaje de la población pobre, indudablemente empeora la equidad: se le está aumentando el ingreso real al 10% de mayores ingresos y al mismo tiempo se está desfinanciando al Estado. Con este nivel de déficit, habrá que aumentar otro impuesto, que será peor, con efectos peores que Ganancias en términos de redistribución. Hoy estamos metidos en una avalancha de gente pidiendo bajar los impuestos, es la única reforma que hoy se escucha. Hay un 5% de déficit fiscal, ¿y querés bajar impuestos? Después no lloren si aumenta la deuda o se aumenta el déficit y hay más inflación, porque eso se cubre con emisión. Y, aun decidiendo bajar impuestos, el último que bajaría es Ganancias. Es un impuesto que habría que reforzar e incrementar para ser un país serio. Y mientras tanto, se cobra el impuesto al cheque, que es el más perverso que puede haber, o Ingresos Brutos. Lo último que haría es bajar Ganancias a personas físicas. Desde el punto de vista de la equidad, esta reforma es absolutamente negativa, no hay forma de pensarlo de otra manera.
–Hay quienes dicen que esta reforma de Ganancias es una cuestión, ante todo, “política”.
–Si es una decisión política, ha sido la de beneficiar a los sectores más ricos. La decisión del Gobierno ha sido beneficiar al 10% más rico de la sociedad, porque cree que con eso van a ganar votos o el apoyo de sindicalistas ricos, porque de eso se trata. Y es muy raro ver un país donde los sindicatos apoyan la derogación del impuesto a la renta.
–¿Qué pasa en la región?
–Siempre hubo dificultad para cobrar el impuesto a la renta, pero las reformas que se están haciendo están vinculadas con cobrar el impuesto y con ver si se hace dual, para que la renta del capital tenga una estructura distinta a la de otros ingresos.
–¿Cómo se puede mejorar o fortalecer el impuesto?
–Hay varios problemas. Con la actual tasa de inflación es difícil pensar una reforma estable, porque hay que estar actualizando los valores permanentemente. En una sociedad sin inflación, que es cualquiera menos la nuestra, se discute cada tanto la estructura del impuesto. En la Argentina, todas las discusiones que involucran la distribución del ingreso se tiene que hacer cada mes. Esta semana se conoció que la inflación de agosto fue del 12,4%, y después de ese número hay que actualizar desde los alquileres hasta el monotributo y los montos no imponibles. Con inflación, todo se discute diariamente y eso no puede funcionar. Ahora hay que mantener Ganancias como está y tener un buen programa de estabilización. Y ahí sí, pensar la reforma del impuesto a la renta que necesita la Argentina, que requiere rearmar la estructura de alícuotas, pensar el nivel de progresividad.
–¿Qué incluye ese tema?
–Hoy tenemos muy achatada la estructura entre alícuota mínima y máxima, aun sin esta reforma, comparando con la estructura en otros países y el ingreso por habitante. Hay que expandirlo, hacerlo más progresivo. Pero, como a lo largo de los años se fueron metiendo aumentos en los mínimos y diferentes deducciones especiales, se fue destruyendo el impuesto, no solo por lo que no se cobra, sino también en cuanto a su estructura. Y hay que discutir qué pasa con la renta del capital y con otras rentas; también, qué pasa con los trabajadores independientes. Mientras tanto, el mundo está cambiando y hay iniciativas muy fuertes en términos del control de la evasión. Hay acuerdos internacionales que hay que seguir y trabajar para ver qué tipo de información tiene que estar disponible. Es el impuesto que más se está trabajando en el mundo y en la región. Estamos en el grupo de países que, en América Latina, menos recauda por este impuesto, en promedio, y su participación es relativamente baja. Hay que mirar qué hacen los países que trabajan en serio con estos temas. La región discute cómo fortalecerlo, y a nadie se le ocurre eliminarlo.
–Hay una tensión entre el nivel de impuestos y los servicios que recibe el ciudadano. ¿Cuál es su visión al respecto?
–Cuando digo que en Europa están recaudando 40 puntos del producto no puedo dejar de decir que toda la sociedad usa la educación pública, la salud pública, los seguros de salud. Para nosotros, la contracara de esta carga impositiva es un sistema educativo destruido; los problemas educativos son mucho más antiguos que la pandemia. En el sistema de salud, gastamos 11 puntos del producto entre el sistema público y el privado, y tenemos terribles problemas de cobertura. Hay malos servicios, problemas de seguridad. Ahí hay otro punto. La sociedad se siente incómoda pagando tantos impuestos para recibir tan bajo nivel de servicios. Entonces, hay que mejorar el nivel de servicios y en la medida que eso no pase, reducir impuestos, pero eso no puede ser ahora, porque hay déficit fiscal. Entonces, lo primero que hay que hacer es equilibrar las cuentas. El argumento de que hay que bajar impuestos porque así la economía se reactiva y se recauda más, es mentira en el corto plazo. Eso puede pasar a 20 o 30 años, pero en lo inmediato implica perder recursos, que hay que financiar de otra manera.
–Mientras tanto, el país tiene déficit fiscal hace años…
–No hay nada peor que un país sin financiamiento y con déficit fiscal. El centro de la cuestión es que tenés un nivel de gasto público muy elevado, porque durante años se financió gasto permanente o cuasi permanente con un ingreso extraordinario. Eso pasó por 15 años y es muy difícil de revertir. A todos los economistas les gustaría hacer ‘Delete’, volver a 2005 y rehacer todo lo que pasó, pero no se puede. Al que le diste una jubilación la va a seguir cobrando, al que le regalaste un impuesto y no lo paga es difícil volver a cobrarlo. Las decisiones que se toman a veces son irreversibles, y por eso es tan peligroso un ministro de Economía haciendo campaña no con anuncios, sino con medidas.
–¿Por qué?
–Usualmente, uno escucha candidatos que prometen cosas que no van a hacer. Ahora, cuando el candidato es un ministro que no solo promete sino que firma, tenemos un problema grande. No es que hay alguien que está prometiendo algo que podrá o no hacer si llega al Gobierno: hoy las promesas del ministro en campaña se traducen en actos efectivos. No está diciendo que va a eliminar el impuesto a las Ganancias, sino que lo está haciendo, y ahí hay un problema serio, porque el que venga después, incluso si es él, va a tener que revertir la decisión, que es un disparate.