Con absoluta certeza puedo afirmar que hoy prácticamente los 50 millones de argentinos vivimos en un mar lleno de incertidumbre, en el cual los líderes de nuestras instituciones se pelean como niños caprichosos por un juguete, sin importarles si terminan dañándolo.
Los mercados de capitales te enseñan que hay momentos en los que ya no tiene sentido preguntarse cómo evitar un evento, sino que es más válido prepararse para saber actuar cuando ese evento suceda. También te enseñan que hay veces en las que, por ganar a cualquier costo, ese costo te quita mucho más de lo ganado.
Por eso, voy a encarar la nota de esta semana con las dos únicas certezas que tengo: la primera es que en materia económica vamos a estar mucho mejor dentro de dos años, y la segunda es que vamos a arrancar desde más abajo con respecto al lugar en el que estamos hoy.
La Argentina, debido a una mala praxis, tiene completamente distorsionados casi todos los precios de los activos indispensables para movilizar su productividad. Por ejemplo, los valores del tipo de cambio, las tarifas energéticas, los precios del combustible y los salarios. Es imposible desarrollarse con escasez de productos básicos y con un salario medio que no alcanza para hacer frente ni siquiera a un alquiler.
Por eso, el espíritu de esta nota no es preguntar cómo evitar la corrección de esas distorsiones, sino cómo prepararnos para cuando las cosas sucedan, porque van a suceder. Sucederán de manera planificada si la dirigencia que sea gobierno en diciembre logra estar a la altura de las circunstancias, o bien, sin planificación, el mercado terminará haciendo las correcciones de forma desordenada.
Pero, una vez realizadas las correcciones, tenemos mucho para ganar, somos muy baratos para las condiciones que ofrece nuestro territorio. ¿Cómo prepararnos? Intento ensayar algunas enseñanzas del mercado de capitales.
La zona de Amberes dio origen a tres historias económicas relevantes. La primera es el origen de la palabra “bolsa”, ya que tiene su inicio en un edificio que perteneció a una familia noble de apellido Van Der Buërse: en ese lugar se realizaron encuentros y reuniones de carácter comercial. En todo el mundo se siguió denominando “bolsa” a los centros de transacciones de valores o de productos.
Moraleja: es muy importante ser local en reuniones de negocios, para que nunca te dejen afuera, incluso cuando ya no estés en este mundo. Si se negocian salarios, el asalariado y el empleado tienen que ser protagonistas de la discusión, pero si se negocian impuestos, el contribuyente también tiene que ser el invitado principal.
El que no esté representado en esa negociación seguramente pagará gran parte del ajuste.
La segunda de las enseñanzas a las que quiero referirme se vincula con la historia de la flor más codiciada del mundo, el tulipán. El historiador Mike Dash detalla que, para 1637, el precio de un solo bulbo de una variedad llamada Semper Augustus era suficiente para comprar una de las mejores casas en el canal más de moda de Ámsterdam. Pero en una expedición al África apareció un sitio con abundancia de ese bulbo. Los marineros festejaron y gastaron como nuevos millonarios, pero, al incrementar su oferta, abruptamente el precio de la flor cayó a niveles mínimos, y con lo recaudado no fue posible pagar la fiesta vivida, lo cual dio origen a la primera gran burbuja.
Moraleja: ojo con los inventarios, ojo con ahorrar consumiendo. Siempre se repiten los ciclos económicos; cuando hay faltante de un activo, sube su precio. Ese aumento del valor fomenta la producción desmedida, y a la gente ya no lo alcanza el dinero para comprarlo. Cuando esto sucede, no hay a quién venderle y caen los precios, fundiendo al que se endeudó para producir el activo.
Cuando los precios valen más que el promedio de su propia historia, no hay que acumular inventarios y menos aún, endeudarse para tener stock.
El tercer gran hito del cual aprender también ocurrió en la Bolsa de Valores de Ámsterdam. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales (Verenigde Oostindische Compagnie) tenía cotización bursátil y su precio dependía de los rumores que circulaban en la ciudad.
En la Ámsterdam del siglo XVII carecían de la conectividad actual, por lo que la única vía para difundir rumores eran los actos sociales, protagonizados en los “cafés shop”. Siempre había un par de ventajeros que sabían manipular el valor; no les temblaba el pulso cuando decían que una determinada empresa había descubierto un yacimiento de oro con el propósito de disparar la cotización, o bien, cuando les comentaban a los asistentes que unos mercenarios piratas habían asaltado un barco apropiándose de un jugoso botín. De ese modo hundían los precios de la empresa. La perversión de los “actores” no tenía límites.
Hoy en día, con las redes sociales y la conectividad, la propagación de esos rumores se produce en dos segundos. Sin ir más lejos, no hace mucho Elon Musk tuiteó: “Hay que usar la red social Signal”, un día que se había caído WhatsApp. La acción de Signal subió en 2 minutos de 2 a 72 dólares. El organismo de control de Estados Unidos, la SEC, intimó a la empresa a reportar si había información relevante que justificara esa movida en el precio. Signal respondió: “No sabemos, somos una empresa química china, no tenemos nada que ver con la red social, solo que nos llamamos igual”. La acción se desplomó.
Moraleja: ojo cuando se propaga el rumor, ya que la mayoría de las veces esconde una sorpresa para cuando se conozca la verdadera noticia. Gana el que tira el rumor, generalmente alguien muy influyente o un amigo del poder de turno o, sencillamente, en algunos países como el nuestro, esos rumores surgen de los mismos líderes. Nuestros representantes hoy no quieren informar un cuadro de situación, sino solo influir en nuestras acciones para su propio beneficio económico o electoral.
Eso pasa con frases como “esta semana arreglamos con el FMI y nos van a dar mucha plata”; “se viene el dólar soja número 27″; “China nos amplia el swap”, o bien “se viene la devaluación”.
Se anuncia tantas veces que, cuando se produce la noticia, ya parece vieja.
Hay dos tipos de rumores, aquellos que pueden tener un mínimo de base sólida por el contexto del territorio o del sector, y aquellos que directamente son fruto de la necesidad perversa de influenciar a quienes son los agentes económicos y sociales.
Moraleja: el inversor o el ciudadano tiene que analizar los distintos rumores según la credibilidad del emisor, sabiendo que existe un conflicto de interés en cada pronunciamiento de esas versiones echadas a rodar.
Es significativo notar los movimientos previos de los emisores de rumores y cómo esos rumores terminan afectando el día a día de los actores económicos.
Imaginen a un chacarero queriendo poner precios de venta a sus productos, al tiempo que hay rumores de nuevos impuestos al abastecimiento de los insumos que necesita reponer.
Imaginen qué precio de reposición debe fijar un importador o un exportador para la mercadería, si cada semana nace un nuevo tipo de dólar.
La finalidad de provocar rumores es que cuando se sepa la verdad el precio reaccione en sentido inverso al esperable según el rumor engañoso, o, si se confirma el rumor, el valor ya habrá descontado con el movimiento anterior.
De aquí deriva la frase que recomienda “comprar con el rumor y vender con la noticia”.
Amigo lector, en la economía (como en la vida) hay veces que las correcciones son inevitables y solo nos queda prepararnos para minimizar los daños.