Isaac Newton fue un físico inglés que estudió algunas leyes básicas que rigen el universo. Su tercer ley, una de las más famosas, postula que “para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto”. Si aquel hombre que murió en 1727 estuviese vivo, quizás podría explicar desde la teoría de la física lo que sucede con la inflación en la Argentina: “Si ninguna fuerza se le opone a otra, pues no hay razón para que aquella se desacelere”.
Algo así pasa en la Argentina de estos días que ha concebido el ocaso del cuarto mandato kirchnerista: si no hay ningún ancla que intente frenar el aumento generalizado de precios, pues, ¿por qué debería frenar o ralentizar su marcha?
Por más que se intente, no hay ninguna medida antiinflacionaria que se pueda enumerar en los últimos meses. La administración del triunvirato compuesto por Cristina Kirchner, Sergio Massa y Alberto Fernández, en ese orden, luce aturdida, quieta y desconcertada ante semejante vendaval. Y entonces, cada uno, con lo poco o lo mucho que tenga, trata de cubrirse de lo que irremediablemente vendrá. Sin ninguna medida en materia económica, pues no hay mucho distinto que esperar. La situación es tan grave que hasta el mentado “plan llegar” o “plan aguantar” carece de un plan.
Las conductas de coberturas son el reflejo de una sociedad que no soporta la quietud. Esos padres y esas madres que salen a trabajar para sostener un hogar regresan a la cena con una certeza: mañana serán más pobres. Los ingresos de las familias se quedan mientras la economía se indexa. Cada uno que tiene un peso lo cambia por cualquier cosa. Ya no importa el precio que se pague; el paradigma que impera es que cualquier compra de hoy es más barata que mañana.
Con la inflación a las puertas de las dos cifras por mes, el presidente Alberto Fernández aparece como el más desconcertado en el reino de los desconcertados. Justo el día en que el índice se posó en 108,8% en los últimos 12 meses, el mandatario habló de inflación autoconstruida. “Tenemos que ver cómo lo hacemos”, fueron sus palabras para tranquilizar una sociedad con los bolsillos perplejos.
La vorágine del último año ha enterrado algunas cifras. En mayo del año pasado, la inflación acumulada, es decir desde el mismo mes de 2021, estaba en el rango de 60,7%. Desde entonces, la inflación sumó 48 puntos porcentuales. Se podría contar de otra forma: aquel valor de entonces se incrementó un 79%. Durante ese tiempo bien se podrían reconocer dos políticas de los tres ministros que pasaron: Massa, Martín Guzmán y Silvina Batakis. Todos intentaron con Precios Cuidados, Justos, Máximos o como se los quiera llamar. También, los tres emitieron.
La primera medida, los controles de precios, fracasaron y jamás resultaron un ancla de nada. Apenas generan alguna oportunidad para hacerse de un producto un poco más barato. La segunda, la emisión, fue todo lo contrario. No fracasó sino que tuvo un éxito rotundo y causó los efectos que todos preveían. Salvo algunos en el Gobierno, la mayoría pronosticó que imprimir papel moneda generaba más inflación. Y efectivamente, sucedió. Todo un éxito de la gestión Kirchner, Massa y Fernández.
Con un Gobierno quieto, el movimiento de los precios luce aún más acelerado. Mal que le pese al kirchnerismo, las leyes de física no se pueden vetar ni tampoco ocultar con el discurso. Tarde o temprano, se imponen. Newton dijo hace siglos que “para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto”. Sin ninguna acción, hay poco que esperar. Apenas, que el estado de las cosas, en el mejor de los casos, se mantenga.