KIEV.- Aparece en la sala de reuniones del cuarto piso de la oficina presidencial a las 13.01, una hora después de lo previsto. Se abre una doble puerta blindada y, escoltado por uno de sus guardias personales, un hombre armado hasta los dientes aparece vestido como siempre, con ropa militar: chomba con escudos patrios y pantalón verdes, borceguíes. “Perdón por el retraso, pero estuve hasta ahora en una reunión de inteligencia”, se disculpa Volodimir Zelensky, humilde y sonriente, que comienza a saludar a todos los periodistas presentes, uno por uno, con un apretón de manos.
A nadie le importa el retraso. Obtener una entrevista con él, el excomediante devenido en uno de los líderes más populares del mundo, comandante en jefe de una guerra que ya lleva 529 días, y el principal objetivo de Rusia, que lo querría muerto, es para todos un logro.
Es más, hasta pocas horas antes de que se diera el encuentro, nadie tenía seguridad que con su agenda imposible -con viajes al frente, reuniones presenciales y virtuales con sus aliados y diplomáticos de todo el mundo-, la entrevista pudiera hacerse realidad. “Puede caer un misil en algún lado y salta todo”, nos decían.
Después de gestiones fenéticas, finalmente la hora acordada era a las 12 locales (las 6 de la Argentina). Pero por cuestiones de controles de seguridad, nos dicen que tenemos que estar en inmediaciones de la Oficina presidencia a las 10. Se trata de una zona híper blindada de Kiev, la zona gubernamental, con antiguos y elegantes edificios residenciales, donde se encuentra también el Palacio Presidencial, los ministerios y el Parlamento. Está repleto de bloques de cemento, erizos checos y barricadas y desde el 23 de febereo de 2022 es inaccesible para los comunes mortales, a menos que haya un permiso especial.
Nos advierten que no se pueden sacar fotos. Nos avisan que no podremos tener nuestros celulares por cuestiones de geolocalización y seguridad. ¿Y si lo ponemos modo avión? No, no se puede. Igual podrían ser detectados.
Lo que más impacta en el barrio gubernamental -así lo llaman- es el silencio. El tránsito está prohibido, no hay autos y no vuela ni una mosca. Pareciera que ya no vive nadie aquí. Es una zona en la mira del Kremlin, muy protegida pero al fin y al cabo la más riesgosa, que queda a apenas quince minutos a pie de la Plaza Maidán, la plaza de la Independencia.
Hay un primer control de pasaporte y bolsos. Un militar ya tiene la lista de los periodistas latinoamericanos que entrevistaremos al presidente. Aparece una funcionaria de su oficina que nos acompaña. Caminamos un par de cuadras, cruzamos un edificio y un patio y llegamos a los muros y a una entrada con rejas de la oficina presidencial. Se abre un portón súper custodiado y hay un segundo control de documentos y pertenencias. Se ve un parque -el termómetro marca ya 30 grados y la sombra es bienvenida- y, a lo lejos, edificios con ventanas marcadas por la presencia de bolsas de arena.
Avanzamos y, en otro control, un militar gentilmente nos pide que coloquemos en el piso, en fila, los bolsos. Desde un remolque cercano se abre una puerta y, de un contenedor metálico tipo cucha, baja “Rey”, un pastor alemán que husmeará nuestras cosas, en busca de explosivos.
El cuarto control es ya adentro de un edificio donde pueden verse más bolsas de arena y planchas de madera. Pasamos una máquina como la de los aeropuertos, un detector de metales manual y, en un primer momento de pánico, nos piden dejar no solo nuestros teléfonos celulares, sino también todo lo que tengamos en la mochila. “Nosotros les damos papel y biromes, no se preocupen”, nos dicen.
Les explico que ahí, en la mochila, tengo mi último libro, Cien días en Ucrania, sobre la guerra, recién salido, que le quiero regalar al presidente Zelensky. “No se puede, lo tiene que dejar acá, nadie puede darle nada al presidente si antes no es revisado por el protocolo”, es la respuesta. La misma frustración viven mis colegas que tienen otras cosas para darle o hacerle firmar.
Avanzamos y subimos en ascensor a un cuarto piso donde se ven un gran hall y varias puertas. Después de atravesar un enésimo detector de metales llegamos a una amplia sala de reuniones muy iluminada. Todo está preparado para la entrevista: hay una larguísima mesa blanca rectangular -de más de 15 metros-, con micrófonos y auriculares para la traducción simultánea ya listo, un anotador con el escudo patrio y una birome.
La sala, con un piso de parquet con diseños y decorada con mucho dorado y algo de celeste, tres arañas de cristal, espejos, me recuerda (salvando distancias y paradójicamente) a la decoración llamativa -y algo kitch- que había visto en el Kremlin, el palacio presidencial de Vladimir Putin, el cuando cubrí la visita que le hizo el presidente Alberto Fernández en febrero de 2022, semanas antes del inicio de la “operación especial”. La principal diferencia, claro, son las dos enormes banderas ucranianas que nos rodean.
En el techo del salón saltan a la vista cuatro cámaras de seguridad, entre ellas, dos domos.
Habíamos hecho un sorteo para ver organizarnos con las preguntas. Nos acomodamos en la mesa de acuerdo a ese orden. Llega un mozo que nos da botellitas de agua y un vaso; un técnico que controla los micrófonos; un fotógrafo. Aprovechamos el tiempo para hacer copetes y matamos el tiempo conversando y haciendo bromas entre nosotros. Algunos más, algunos menos, estamos todos nerviosos. La entrevista con Zelensky es la frutilla del postre de una semana intensa en Ucrania, colmada de reuniones, experiencias, entrevistas.
Aparece Sergy Nikiforov, vocero de Zelensky, que avisa que él se sentará en la silla que está colocada a la derecha de la de la cabecera de la mesa, donde se estará el presidente. Que llegará a las 12 y que tendremos una hora de tiempo. Es joven, gentil, habla inglés y aprovecho para preguntarle si podré por favor darle, después de la entrevista, el libro que le traje y los demás, sus dones. Sí, lo están chequeando y más tarde traerán todo, nos asegura. Alivio.
A las 12.06 un militar muy joven trae en una bandeja un vaso de agua que deja en la cabecera, donde se sentará el presidente. Quizás significa que está por llegar. Pero no. La espera se prolonga. Aparece un militar armado hasta los dientes con auriculares de la guardia presidencial: evidentemente se acerca la hora de la verdad.
A las 13 y un minuto aparece Zelensky. Se disculpa por el retraso y nos saluda uno por uno. Durante la entrevista sorprende porque, pese a la guerra, se muestra relajado. Cuando, en un momento, hay un problema con el canal de audio del traductor simultánea, no se irrita. Todo lo contrario. “Ustedes no me conocen”, asegura, sonriendo, como diciéndonos que, después de todo lo que ha vivido con la guerra de los últimos meses, lo último que lo puede irritar es algo así.
Al final, vuelve a saludar, muy cariñosamente, a todos. Logro darle mi libro y nos sacamos una foto de grupo. En vivo, se nota que es más bajo de estatura de lo que parece. Y, aunque es el hombre del momento, nos sorprende a todos por su humildad, afabilidad, su humanidad, pese a 529 días de guerra.