El centenario Henry Kissinger afirmó en la ya célebre entrevista que publicó The Economist en su penúltima entrega: “Estamos en la clásica situación previa a la Primera Guerra Mundial, donde ninguna de las partes tiene mucho margen de concesión política y en la que cualquier perturbación del equilibrio puede tener consecuencias catastróficas”. Kissinger, que jamás ha sido tremendista, imagina un tercer conflicto bélico de escala global protagonizado por los Estados Unidos y China. La Argentina se mueve en ese escenario con una extraordinaria debilidad originada en dos factores. El primero, está desahuciada desde el punto de vista financiero. Las reservas líquidas netas del Banco Central, es decir, excluidos los depósitos del público, son negativas en más de 7000 millones de dólares. Y las reservas líquidas brutas se redujeron a 6000 millones de dólares. El segundo factor de fragilidad es que el Gobierno lleva adelante sus relaciones internacionales con una ignorancia escandalosa respecto de cómo funciona ese mundo que describe Kissinger. Es una combinación inquietante, porque cuando un país tiene una dependencia extrema de las fuentes internacionales de recursos, la inteligencia diplomática se convierte en una prioridad de vida o muerte. En contraste, Alberto Fernández y su equipo parecen estar como en aquella serie de los años sesenta: Perdidos en el Espacio.
Este cuadro tan preocupante se ha vuelto más visible con la visita que la multitudinaria comitiva encabezada por Sergio Massa y Máximo Kirchner está realizando a China. El viaje se realizó con dos propósitos principales: conseguir un permiso para que el Banco Central pueda aumentar la cantidad de yuanes del swap con China destinados al comercio exterior; y obtener una autorización del Banco de Desarrollo de los Brics para financiar exportaciones brasileñas a la Argentina.
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Massa anunció ayer por enésima vez que se podrán para pagar importaciones con moneda china. Es una noticia vieja. En realidad, lo que él debería conseguir es disponer de más yuanes que los permitidos. Hasta ahora accede sólo a 5000 millones de dólares de los 19.000 millones del swap. Cuantos más pueda utilizar, más dólares retiene. El intercambio está rodeado, como casi todo lo que se negocia con China, de una impenetrable opacidad. Por eso las incógnitas son numerosísimas.
La más importante es si este entendimiento se puede realizar fuera de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. El diputado Kirchner afirmó ayer que los chinos mantienen “una relación colaborativa, donde las ayudas se realizan sin ejercer ningún tipo de presión”. Una referencia implícita, pero peyorativa, a los entendimientos con el Fondo. La comparación ignora un detalle: China es el tercer accionista de ese organismo, después de los Estados Unidos y Japón. Nada que reprochar: Eduardo Duhalde, siendo presidente y después de un viaje al exterior, se confesó sorprendido de que los chinos estuvieran en el Fondo. La permanente pedagogía del embajador Sabino Vaca Narvaja dentro de la familia Kirchner tiene todavía mucho para corregir e iluminar.
La relación entre el acuerdo con China y la negociación con Kristalina Georgieva es crucial. Por eso muchos expertos se preguntan si, en realidad, Massa no estará negociando, antes que una ampliación del monto disponible, la supervivencia misma del swap en caso de que las discusiones en Washington se compliquen. Sería conseguir una excepción.
El otro interrogante es si Pekín ha pedido garantías a cambio del préstamo de yuanes. Por ejemplo, el oro del Central. Son 4000 millones de dólares de los cuales 2500 están depositados en Londres. ¿Por qué cabe la pregunta? Porque es lo que ha sucedido cada vez que el Banco Popular de China, equivalente al Central, realizó un desembolso en algún país africano. Un par de diputados de Juntos por el Cambio está por formular un pedido de informes a Miguel Pesce para que aclare si existió este condicionamiento.
En el terreno práctico, las ventajas del acuerdo que procura Massa son dudosas. La mayor parte de las operaciones en curso con proveedores chinos han sido facturadas en dólares. Y un detalle que no hay que olvidar: en el swap se consigna una fecha para devolver los yuanes, lo que obliga a contar con los dólares necesarios para adquirirlos.
El segundo objetivo que se fijó Massa ha resultado más esquivo que el primero: lograr financiamiento para las empresas brasileñas que exportan a la Argentina, de tal manera que el Central también se ahorre dólares. Como ya había aclarado Lula da Silva durante la visita de Alberto Fernández a Brasilia, el banco de desarrollo de su país (Bndes) no cuenta con fondos para esa ayuda. “Alberto vuelve a Buenos Aires con cariño, pero sin plata”, bromeó Lula. Frente a esa dificultad se buscó una alternativa: que el Banco de Desarrollo de los Brics, presidido por Dilma Rousseff, se haga cargo de extender ese crédito a los exportadores brasileños. Para conseguir este beneficio había que conseguir otra excepción. Como el banco sólo financia a miembros de los Brics: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, debería votarse un permiso especial de desviación de fondos a la Argentina. En ese trámite la palabra decisiva sería la de los chinos.
Ayer Fernando Haddad, el ministro de Hacienda brasileño, dio la desagradable noticia: “No hubo tiempo para considerar el pedido argentino”. Haddad tampoco le dio tiempo a Massa para, con su arte inconfundible, dibujar una excusa menos vergonzosa. De todos modos, la realidad es más cruel que el reloj. ¿Había alguna razón para que los chinos aprobaran financiamiento a empresas brasileñas que pretenden, como explicó Alberto Fernández en aquella visita a Lula, reemplazar en el mercado argentino a empresas chinas?
Además de las urgencias que impone la dramática crisis de reservas, Massa debe cumplir con un encargo. Cristina Kirchner pretende que vuelva con los desembolsos para seguir construyendo las interminables represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, en Santa Cruz. El consorcio integrado por China Development Bank Corporation, Industrial and Commercial Bank of China Limited (ICBC) y Bank of China Limited, administra los desembolsos como un suero. Recién se cumplió con el 40% de la central Cepernic y con el 30% de la Kirchner. La vicepresidenta, que se informó sobre la marcha de este negocio a través de Vaca Narvaja, a quien hospedó durante una semana en El Calafate, en marzo, le indicó a Massa que debe regresar con 500 millones de dólares de esos bancos. Mandados.
La peregrinación financiera de Kirchner, Massa y el resto de la comitiva a Shanghái y Pekín se realiza en un momento en el que los expertos en economía internacional encienden alarmas sobre el papel de China en el sistema de financiamiento global. En abril pasado, Sebastian Horn, Bradley Park, Carmen Reinhart y Christoph Trebesch publicaron un documento para el National Bureau of Economic Research titulado China as an international lender of last resort (China como prestamista internacional de última instancia). Es un texto revelador del enorme peso que han adquirido los chinos financiando a países asfixiados por problemas macroeconómicos. Con una peculiaridad: los autores relevan datos hasta 2020, es decir, no incorporan que esa gravitación aumentó muchísimo después de la pandemia. El trabajo demuestra como los chinos están utilizando el crédito a países en problemas como una herramienta decisiva de su ascenso geopolítico. Si se considera la totalidad del financiamiento internacional chino, según algunos expertos ya es equivalente al que suministran, sumados, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Es una estrategia complementaria con la de fomentar el comercio internacional en yuanes, como moneda alternativa al dólar y plataforma para la creación de un mercado de capitales con último centro en el Banco Popular de China.
Vale la pena consignar algunas coordenadas para entender mejor el viaje de Kirchner y Massa. Entre 2008 y 2020 China auxilió a bancos centrales de 40 países. Diecisiete hicieron retiros efectivos de los fondos. Sólo cuatro los hicieron fuera de una emergencia. Desde el año 2000, 20 países recibieron 240.000 millones de dólares, de los cuales 180.000 corresponden al período 2016-2021. De esos montos, 170.000 millones fueron a países al borde del default. El pelotón de los que realizaron retiros en medio de una asfixia financiera está encabezado por la Argentina, a partir de 2014. Le siguen Mongolia, Surinam y Sri Lanka. En cuanto a la duración del swap, Argentina encabeza la lista, seguida por Pakistán y Mongolia, que son países en los que China tiene intereses geopolíticos inmediatos.
Una información de Horn, Park, Reinhart y Trebesch que puede resultar útil para que el diputado Kirchner comprenda mejor la “relación colaborativa en la que no se ponen condiciones”: la tasa de la Reserva Federal para los swaps de monedas, como los que tiene con México o Brasil, es de alrededor el 1%; la de los préstamos del FMI, de 2,5%; la de los préstamos de la Eurozona, del 3,2%; la de los préstamos del Tesoro de los Estados Unidos, del 4,9% y la de los préstamos chinos, del 5,2%.
Otra minucia: China le cobra a Mongolia y a Turquía a una tasa Shibor, que es la tasa interbancaria de Shanghái, de 1,72% más 200 puntos básicos, pero aplica a la Argentina la misma tasa, aunque con un sobrecargo de 400 puntos básicos. Eso sí: son puntos básicos colaborativos, sin condicionamientos, pero que no figuran en el Libro Rojo de Mao con el que Vaca Narvaja tuvo entretenido hasta ahora a su pariente Kirchner.
A pesar de la superstición según la cual los chinos prestan sin requisito alguno, Massa tomó el recaudo de viajar con toda la juguetería que pueda atraer a sus anfitriones. Por ejemplo, negocios con litio, materia en la que él es un experto. O tecnología 5G, en la que Huaweii es un proveedor dominante: el ministro se preocupó de que en la comitiva estuviera el vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos, cerebro de la licitación que se prepara en el Enacom. Y, en una zona más brumosa, la compra de aviones de guerra. Mientras Massa y Kirchner están en China, en la Cancillería de Santiago Cafiero se sigue preparando la documentación, junto al Ministerio de Defensa, de Jorge Taiana y Francisco Cafiero, para adquirir una escuadra de JF-17 Thunder Block II, que fabrican en conjunto China y Pakistán. Todo suma: la economía China se está desacelerando lo que ya impacta sobre el precio de las commodities, que se desinfla. Vientos adversos para los productores de materias primas.
Los negocios que Massa ofrece en China, entre los que sólo le faltó ofrecer las cataratas, tienen derivaciones relevantes. En principio, entran en contradicción con la agenda que él mismo ha cultivado con los Estados Unidos. Nada que sorprenda: Massa globaliza su legendaria duplicidad. Hoy habla ante los funcionarios de Pekín con el mismo fervor con que se subordinó a Wendy Sherman, la diplomática a la que Joe Biden encomendó el monitoreo de la relación con la Argentina en cuestiones de “seguridad global”, es decir, de alineamiento respecto de China. En abril viajó a República Dominicana sólo para entrevistarse con ella, que estaba de paso por las Antillas.
¿Qué impacto tendrá el acercamiento de Massa a China en sus negociaciones con el Fondo? La pregunta es pertinente no sólo por el peso de los Estados Unidos en el organismo. Tiene la misma importancia el rol de Japón, que es allí el segundo accionista y tiene una relación muchísimo más sensible con Pekín que la de los norteamericanos. Sobre todo, desde que China y Rusia aceleraron su convergencia. Para calibrar esa rivalidad: Japón está duplicando este año su presupuesto de Defensa.
Las discusiones con el Fondo siguen siendo laberínticas y no sólo por razones geopolíticas. Massa tiene una necesidad desesperante de garantizarse los desembolsos previstos hasta fin de año. Son 10.000 millones de dólares de los cuales espera poder utilizar 4000 en intervenciones en el mercado de cambios. El problema más evidente tiene que ver con las condiciones que el Fondo puede fijar a cambio de ese permiso, comenzando por una devaluación más drástica del peso. Pero hay otros inconvenientes. La liberalidad con que Georgieva ha tratado a la Argentina está creando dificultades en la negociación con países como Túnez o Pakistán. Analistas financieros observan que los pakistaníes, que juegan un rol clave en el tablero de Medio Oriente, no logran todavía destrabar un desembolso de 1900 millones de dólares, a pesar de haber realizado un ajuste fiscal y monetario significativo, y de que padecieron grandes inundaciones.
Georgieva está en dificultades porque, mirando hacia atrás, el programa argentino no cumple con ninguna de las metas. Y mirando hacia adelante, Cristina Kirchner, líder indiscutida del oficialismo, sostiene que debe ser abandonado. A las fisuras macroeconómicas Massa suma distorsiones institucionales. En el proyecto de blanqueo que envió al Congreso el 16 de marzo se esconde una novedad de primera magnitud. Establece la posibilidad de Acuerdos de Colaboración entre sujetos que quieran proveer información que le sirva al Estado para detectar activos no declarados, y una comisión integrada por la AFIP y el Ministerio de Justicia que conducen Martín Soria y Juan Martín Mena. El artículo 28 del proyecto libera de la obligación de mantener el secreto fiscal a gerentes, directores o titulares de sociedades de cualquier tipo. El criterio de esta innovación es que los intereses del Estado son superiores a los acuerdos de confidencialidad entre privados. Síntesis: con la excusa del blanqueo se terminaría con el secreto fiscal en la Argentina. En realidad, ya se está terminando, desde el momento en que, como denunció el diputado Juan Manuel López (Coalición Cívica), la comisión de Juicio Político de Diputados recibió de la AFIP un informe sobre una sociedad del funcionario de la Corte Suprema, Silvio Robles, sin que mediara decisión judicial alguna.
A propósito del juicio político a la Corte, está cada vez más claro que el kirchnerismo no previó que las negras también juegan. ¿Cómo no imaginar que las decisiones judiciales en materia de elecciones provinciales pueden estar relacionadas con las hostilidades de los gobernadores contra el máximo tribunal? Ahora está en lista de espera nada menos que el antiguo maoísta Gildo Insfrán y su régimen de partido único. Es un caso estratégico, no sólo por el lugar que ocupa Insfrán en el oficialismo. También porque podría ser un antecedente para otro expediente: el reclamo, que también está en la Corte, para que se suspendan las reelecciones indefinidas de intendentes bonaerenses.
A las dificultades con China y con el Fondo se agregan las pésimas noticias que llegan para el oficialismo desde Europa. La catastrófica derrota del socialista Pedro Sánchez, en España, significa un gran inconveniente para el principal aliado de Alberto Fernández en el Viejo Mundo. Más ruidoso fue el derrumbe de Podemos, que su líder, Pablo Iglesias, explicó ayer de esta manera ante Ernesto Tenembaum: “Los aliados de Cristina Kirchner en España hemos sido derrotados”. Un amigo, Iglesias.
El terremoto español tiene un efecto inmediato para las perspectivas financieras de los gobiernos amigos de Sánchez e Iglesias en América Latina. La Unión Europea, alerta también ante el avance chino, dispuso un fondo de 300.000 millones de euros, denominado Global Gateway, para movilizar inversiones hasta 2027. El socialista Sánchez podría ser una palanca providencial en el acceso a esos recursos: el 1 de julio se hará cargo de la presidencia del Consejo de Europa hasta el 31 de diciembre. Pero apareció un contratiempo: Sánchez adelantó las elecciones generales para el 23 de julio. Si repite la derrota del domingo pasado, lo más probable es que Fernández y Massa encuentren al frente de Europa al ascendente Alberto Núñez Feijóo, del Partido Popular. Los economistas internacionales de esa fuerza política ya adelantan que, si se confirma esa situación, las ayudas financieras estarán condicionadas a la calidad institucional de los países que tomen el crédito.
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Pedro Sánchez ya no está para dar, sino para pedir. Espera aprovechar la cumbre entre la Unión Europea y la Celac, que se celebrará el 18 de julio, cinco días antes de sus cruciales elecciones, para que Lula, Fernández, Miguel Diaz-Canel, Daniel Ortega y Nicolás Maduro lo rodeen pidiendo, en nombre de la democracia, que España no caiga bajo las garras del fascismo.
Este es el paisaje sobre el que se desplazan Fernández, Massa, los Kirchner. Como alerto Kissinger, el mapa esta cambiando. Y ellos parecen una patrulla perdida.