En las últimas horas, una combinación inesperada ha sometido las ambiciones de Sergio Massa al efecto de una rigurosa doble Nelson. Desde Washington llegó una condena indirecta, pero rigurosa, a la complicidad del Fondo Monetario Internacional con la gestión del ministro de Economía. La formuló Jay Sambaugh, el subsecretario del Tesoro, encargado de las Asuntos Internacionales de esa agencia y, por lo tanto, del vínculo con el Fondo. Sambaugh hace notar a ese organismo internacional el riesgo de hundir su reputación en países que no realizan los ajustes necesarios para normalizar su economía. El 12,4% de inflación mensual, que se conoció ayer, justifica esa prevención. La otra mandíbula de la pinza que hace presión sobre los planes de Massa es local. La reunión que mantuvieron el martes Javier Milei y Luis Barrionuevo permitió mucho más que un intercambio de impresiones sobre la actualidad electoral. Barrionuevo se incorporó a la campaña de Milei con la misión de organizar un dispositivo que permita la adhesión de dirigentes peronistas de todo el país a la aventura del candidato de La Libertad Avanza. La intención es producir en el PJ una fractura cuya profundidad es imposible de pronosticar.
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En la reunión con Barrionuevo, Milei se interesó por conocer detalles sobre un proceso que lo obsesiona, y que tuvo al sindicalista como protagonista principal: la llegada de quien era visto como un outsider, Carlos Menem, a la Casa Rosada. Pero, como “Luisito” no es un historiador, la conversación avanzó hacia un presente mucho más empírico. Milei encargó a Barrionuevo que organice la fiscalización de la elección. Una tarea que supone involucrar a 200.000 militantes. El gastronómico se comprometió, además, a establecer dos plataformas que permitan el acercamiento de dirigentes intermedios del peronismo de todo el país al proselitismo del líder de ultraderecha. El objetivo es lanzar una “Mesa Sindical Milei Presidente” y una agrupación “Juventud Peronista con Milei”.
Es imposible todavía calibrar el alcance de estas iniciativas. Pero para comprenderlas hay que prestar atención a dos factores. Uno de ellos es que este acercamiento, ahora más orgánico, al PJ, hace juego con una corriente invisible que terminó emergiendo en las urnas. Es el atractivo de Milei frente a una sociología que siempre se expresó a través del peronismo. En el Centro de Investigación y Acción Social de los jesuitas, Rodrigo Zarazaga y Gonzalo Elizondo estudiaron los resultados electorales en el conurbano bonaerense según la clasificación social de los votantes. Descubrieron que las preferencias por Massa se superponen con las preferencias por Milei. Ambos obtienen más adhesiones cuanto más pobre es el electorado. Es la relación inversa de lo que sucede con el alineamiento con Juntos por el Cambio. Si se conectan algunas variables bastante notorias, esta novedad resulta más nítida. Desde hace tiempo, en todas las encuestas el suceso de Milei está ligado a la aceleración de los precios y a la suba del dólar paralelo. En la tasa de inflación que ayer divulgó el Indec hay un dato significativo: los alimentos, que constituyen el rubro más sensible para los consumidores de bajo poder adquisitivo, aumentaron en agosto 15,6%. La política económica del ministro deteriora la clientela tradicional a la que apela el candidato a Presidente. Massa vs. Massa.
El condicionamiento que las miserias materiales ejercen sobre las predilecciones del electorado pone en tela de juicio la hipótesis central con la que el postulante de Unión por la Patria vino trabajando en los últimos tres años. La presunción de que La Libertad Avanza estaba destinada a producir una fractura en el campo no-peronista, debe ser, por lo menos revisada. En el Gran Buenos Aires, igual que en el Norte del país, Milei corroe también la base peronista. Sobre este paisaje el emprendimiento confiado a Barrionuevo, que consiste en armar una estructura a la que puedan dirigirse los caudillos intermedios del PJ, puede tener más éxito del que se podría imaginar, si se ignora esa novedad en la organización social de los sufragios.
¿Hacia qué modelo de poder se dirige esta dinámica? Imposible saberlo por ahora. Sólo se pueden vislumbrar dos intencionalidades. Una, la de Milei, un líder de gran atractivo popular, que no dispone de una maquinaria política. Esa carencia fue, hasta ahora, un activo absoluto: este economista atrae, sobre todo, a los que fantasean con relevar a la clase política vigente. Pero lo que puede seguir siendo una virtud comienza a plantear dificultades. No sólo porque a este candidato se le comienzan a pedir señales de gobernabilidad. Antes que eso, Milei está necesitado de organizar a sus seguidores y fiscalizar la elección. Es decir, debe reclutar recursos humanos en “la casta”.
Vista la jugada desde el otro lado de la mesa, aparece una tendencia de rasgos fascinantes. A través de Barrionuevo se expresa un peronismo atávico, cuyo mandato principal fue, desde 1945, hacer que la revolución, cualquier revolución, quede incorporada al sistema. Ofrecer a Milei una estructura es también una forma de domar al león. La “casta” sobrevive gracias a esa inteligencia impersonal. Por eso sigue siendo “casta”. ¿Se puede conjeturar, para el caso de que La Libertad Avanza llegue al gobierno, una asociación más o menos imperfecta entre un presidente sin anclaje parlamentario ni federal, y un PJ que deambula sin cabeza después de la derrota? Tal vez Milei no llegue aun a imaginar ese diseño. Pero sí calcula que para la orientación de su política el peronismo sindical será un aliado, del mismo modo que los movimientos sociales, sobre todo los de ultraizquierda, serán el límite a vencer.
El acercamiento de Barrionuevo con Milei produjo una natural perplejidad. Pablo Moyano, por ejemplo, se escandalizó de que el gastronómico haya estado primero con Eduardo “Wado” De Pedro y ahora milite junto al líder de la ultraderecha. Es verdad: el gremialista fue una especie de jefe de campaña del ministro del Interior. Sin embargo, es curioso que Moyano no perciba un hilo de coherencia bastante evidente en esas dos opciones: la vieja enemistad de Barrionuevo con Massa. Un dirigente ligado al sindicalista, con la cabeza afiebrada por conspiraciones, especuló: “Luisito está jugando una partida encadenada. Apoya a Milei y, si fracasa, espera a Wado. ¿O Wado en el Senado no es la apuesta de Cristina Kirchner para una eventual Asamblea Legislativa si todo desemboca en una catástrofe?”. Delirar no cuesta nada.
Juan Grabois es otro que criticó esa alianza. “Más casta imposible”, dijo. En su caso la respuesta fue más maliciosa. Desde el sindicato de “Luisito” recomendaron: “Que pregunte como se financiaba el búnker que le prestó ‘Wadito’ para la campaña contra Massa”. La política se mueve desde hace demasiado tiempo en las arenas movedizas de la falta de congruencia.
El ministro-candidato apostó a ese signo de los tiempos. Y aplaudió las conductas de amigos suyos que podrían dañar la cohesión interna de Juntos por el Cambio. Por ejemplo, en el Ministerio de Economía se aplaudió que Emilio Monzó, jefe de Sebastián García de Luca, quien a la vez es jefe de campaña de Patricia Bullrich, formulara profecías muy prematuras, como la de un ballottage entre Milei y Massa. Y que dijera que, en ese caso, votaría por Massa. Esas especulaciones cayeron como lluvia ácida en el entorno de Bullrich. Será tarea de García de Luca disciplinar el discurso de Monzó. No es el único amigo del ministro de Economía en tierra de infieles. En el equipo de Milei cuenta con Ramiro Marra y Eugenio Casielles, conocidos en la “casta” porteña con el misterioso nombre de “Grupo Sira”.
Más allá de estas minucias, Massa debe afrontar el drenaje de votos de su propia fuerza. Intentó obturarlo convocando en Tucumán a los gobernadores del noroeste. Confió la campaña en esa región a Juan Manzur. Son actos reflejos a los que se les escapan inconvenientes previsibles. Manzur, que fue humillado cuando, a pedido de varios gobernadores, dieron de baja su fórmula con De Pedro para que avanzara Massa, ¿será tan magnánimo como para esforzarse a favor de sus verdugos? El desdoblamiento de las elecciones en muchas provincias ha sido una demostración inapelable de un estado de descomposición interna en el que los caudillos territoriales se desentendieron del destino nacional de su partido y de su candidato. Massa tal vez les esté dando la razón. Dispuso el pago de una suma fija que deteriora las cuentas provinciales. Varios mandatarios le desobedecieron. Una fue Alicia Kirchner. Esta semana volvió a menospreciarlos, recortando los ingresos de dos impuestos coparticipables: Ganancias e IVA. El ministro sigue haciendo campaña con plata de otros. Eso sí: el favoritismo no es ilimitado. En el caso de la suba del mínimo no imponible de Ganancias los principales directivos de AySA, la empresa “familiar” de los Massa, quedaron excluidos del beneficio. La remuneración de agosto de los empleados de máximo nivel de esa empresa, entre los cuales están casi todos los directores, supera 1.600.000 pesos.
Las manipulaciones electorales de la política económica están provocando un escándalo en quienes miran al Gobierno a la distancia. El sábado pasado, la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos divulgó un extenso discurso en el que el subsecretario de Asuntos Internacionales de ese departamento, Jay Sambaugh, fijaba su posición sobre el rol del FMI. Sambaugh habló en el Center for Global Development (Centro para el Desarrollo Global), un think tank de Washington. Allí dijo que el Fondo “debe estar dispuesto a mantenerse firme en los ajustes de política que sean necesarios” y que su estrategia “no puede ser prorrogar programas o aprobar revisiones sólo para evitar atrasos sin implementar reformas políticas sólidas”. Sambaugh sostuvo que “los programas repetidos que simplemente refinancian la deuda del FMI sin reformas políticas que restablezcan la sostenibilidad y mejoren las vidas de los ciudadanos de un país sólo empeoran la situación de la deuda de ese país, desperdician recursos limitados de los accionistas y dañan la credibilidad del FMI. En estos momentos, el FMI debe estar dispuesto a mantenerse firme en los ajustes de política que sean necesarios”. El subsecretario fue más concreto. Dijo que “para ser eficaz, el FMI debe estar dispuesto a retirarse si un país no toma las medidas necesarias”.
Todo el mundo interpretó que estaba censurando la conducta de Kristalina Georgieva y su equipo frente a la disparatada gestión de Massa. Pero, si había alguna duda acerca de esa alusión, un amigo de Sambaugh y exfuncionario del Tesoro, Mark Sobel, explicitó el mensaje en el blog de la organización Comité Bretton Woods: “‘Argentina’ es la palabra tácita en una fuerte crítica a los estándares crediticios del FMI. Leyendo entre líneas, el Tesoro desaprueba la continua refinanciación de la gran exposición argentina del FMI, al tiempo que desvía la mirada de políticas horribles”.
Massa menosprecia estos mensajes, acaso confiado en las benevolentes interpretaciones que le suministran los consultores que tiene contratados en los Estados Unidos. La más alentadora es que el gobierno de Joe Biden está condenado a tolerar sus desviaciones mientras la Argentina esté amenazada por el triunfo de Milei, que es visto como una proyección de Donald Trump y su política sobre el Cono Sur. Una proyección más necesaria desde la derrota de Jair Bolsonaro. Y, sobre todo ahora, cuando los brasileños comienzan a hacer apuestas sobre las semanas que faltan para que el expresidente termine tras las rejas.
Esos diagnósticos optimistas impiden a Massa ponderar la cascada de malas noticias que llegan desde los Estados Unidos. Entre ellas está el fallo de la jueza Loretta Preska, reconociendo el derecho del fondo Burford de cobrar 16.000 millones de dólares por las violaciones al Estatuto de YPF que se produjeron durante la estatización del 51% de la petrolera. El fracaso en el juzgado de Preska no se debe sólo a los errores en el proceso de confiscación, que la sentencia adjudica al entonces secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, y a quien era viceministro de Economía, Axel Kicillof. La Argentina fue derrotada en la Justicia neoyorkina por descuidos y omisiones gravísimas de la defensa jurídica que, en una ironía de la historia, ejerce Zannini como procurador del Tesoro.
Entre esos errores hay dos muy relevantes. Acaso el más grave fue abandonar una línea adoptada por la Procuración durante la gestión de Bernardo Saravia Frías, en el gobierno de Mauricio Macri. La estrategia fue entonces denunciar en los tribunales de Madrid que Burford simuló no haber adquirido los derechos a litigar de las empresas de la familia Eskenazi. Si hubiera comprado esos derechos, los Eskenazi deberían haber ofrecido antes un acuerdo al Estado argentino. Es decir, la Argentina podría haber resuelto el tema por 15 millones de dólares, que es lo que pagó Burford para quedarse con el reclamo potencial de los Eskenazi. Para eludir esa desventaja, se optó por financiar a las sociedades de esa familia, las dos españolas Petersen, en convocatoria. Por eso el litigante delante de Preska no es Burford, sino Petersen, es decir, las empresas de los Eskenazi. Por esa vía Burford podría cobrar 16.000 millones de dólares, de los que los Eskenazi obtendrían un 30%. Zannini renunció a seguir este curso de acción judicial ante los tribunales de Madrid.
El otro desistimiento de Zannini es más comprensible. No quiso insistir en un reclamo de Saravia Frías: que se ventile toda la información de la compra del 25% de YPF por parte de los Eskenazi, para que Preska advierta que esa familia adquirió los derechos por los que reclama a través de una peripecia enchastrada por la corrupción. Esa trama forma parte de una causa que duerme, como tantas otras, en el juzgado de Ariel Lijo, el hermano de Alfredo, quien se presenta en Comodoro Py como el hombre de Milei en la Justicia.
Descaros, violaciones y suspicacias
Zannini no podía servirse del argumento de Saravia. Hubiera sido (auto)incriminar al kirchnerismo por una de sus operaciones empresariales más oscuras. También hubiera sido agredir a sus amigos Eskenazi: el procurador del Tesoro fue director en el Banco de Santa Cruz entre 2016 y 2019, designado por la gobernadora Kirchner en representación de la provincia.
En el mundo del petróleo muchos empresarios bien informados hacen la pregunta tabú: en el caso de cobrar en el juicio neoyorkino, ¿los Eskenazi devolverán a los Kirchner la plata que les deben? Esa deuda habría sido el motivo de una estatización que se negó a reconocer los derechos de los accionistas. La primera respuesta es “no”. A Sebastián Eskenazi le atribuyen un odio tal hacia Cristina Kirchner que en Comodoro Py lo identifican como el principal instigador de Claudio Bonadio en su saga por encarcelar a la vicepresidenta. Este jueves, a las 18, quizá pueda despejarse mejor esa incógnita. En el Centro Cultural Kirchner dialogarán en público el principal impulsor y padrino de la carrera de Bonadio, además de íntimo amigo de los Eskenazi, Carlos Corach, con uno de los más apasionados defensores de la señora de Kirchner: Horacio Verbitsky. Será para analizar La Educación Presidencial, el libro del periodista que bautizó a Bonadio con el incriminatorio apodo de “Doctor Glock”. El debate parece inevitable.