Hace poco más de un año, Sergio Massa se ilusionó con tomar el mando del país. La hoja de ruta que se trazó era sencilla. Tenía que maniobrar como pudiese un avión incendiado y tratar de aterrizarlo. Pese a los daños en la aeronave, imaginó, sería aclamado por los pasajeros. De esa manera, barnizado en una heroicidad repentina, iría por la elección final que lo depositaría en la Casa Rosada.
Aquel recorrido se cumplió en parte. Hoy es el candidato más fuerte del oficialismo y como tal, el beneficiario de esa porción de la sociedad que siempre vota a lo poco que ha quedado de aquel peronismo de las mil caras. El problema es que el piloto, mientras tira y tira de los comandos y mira los números en rojo del tablero de control económico, ve cómo gran parte de la tripulación toma un paracaídas y se tira en silencio. Prefieren eso, dejarse llevar por el viento electoral, antes que continuar el viaje de Massa.
El ministro de Economía y candidato presidencial no está cómodo con las noticias que dibuja el manejo de su cartera. Sólo la pasividad de un oficialismo que trata de aferrarse al Estado como si fuese la única soga de salvación, ha logrado que los propios no lo condenen ante los números en los que se sumió la economía durante el cuarto gobierno kirchnerista.
“Sergio no está sólo. Tiene apoyo de todo el partido. Puede que no se vean a las principales figuras que salgan a hablar y hacer campaña, pero tiene 20 voceros que son consultados y siempre rescatan la figura del ministro. Es un liderazgo nuevo, que poco tiene que ver con lo conocido. Tiene el PJ adentro y muestra gobernabilidad”, dice uno de sus colaboradores.
Cuenta que, en los entretelones de la campaña, tanto La Cámpora como mucha militancia del llamado aparato peronista, trabaja a pleno para la fiscalización y la movilización de votantes. Reconocen, eso sí, que esta es la elección más difícil de las “tres”. Obvio, se cuentan en el balotaje.
Pero más allá de las especulaciones políticas, varios decisores miraron con atención estos últimos días del Massa doble comando, candidato y ministro. No fueron pocos los que trataron de adivinar el lunes próximo con la fórmula de interpretar lo que sucedió.
Por estas horas, Massa rompió con uno de los grandes paradigmas que reinaron en la política: “En años electorales, no se aumentan las tarifas”. Claro que ese dogma se escribió en otro momento, cuando, por ejemplo, había reservas en el Banco Central o la inflación era de menos de la mitad de la actual. El ministro, no sólo que subió las tarifas, sino que el gran golpe al bolsillo lo dio estos días con las tarifas de electricidad que llegaron multiplicadas a millones de hogares. Semejante receta antielectoral, especulaban varios despachos de la city porteña, debería tener una razón más que justificada. “Ya hemos visto durante dos décadas que por un decreto o una resolución del ENRE [Ente Regulador de la Electricidad] se postergaban los aumentos. Lo podrían haber hecho, pero prefirieron que las tarifas lleguen con un importe que consolida una suba en el costo y la quita de subsidios a un sector de consumidores”, analizaba un potente banquero.
Ahora bien, cuáles pueden ser esas razones. Massa conoce mejor que nadie sobre la dificultad de esta elección. Pero su camino, aquel que trazó hace un año, es largo. En ese Juego de la Oca, el casillero de octubre está lejos y ahí tiene que llegar con la posibilidad de estar en segunda vuelta. Para acercarse necesita una condición, que no es suficiente, pero sí necesaria: debe acordar con el Fondo Monetario Internacional como para que el organismo le entregue los dólares para volver a pagarle. Esa cifra, que podría ser de alrededor de US$7500 millones, seguramente llegará, pero traerá consigo un remito con “tarea para el hogar”.
De ahí que no son pocos los que especulan con que esta suba de tarifas es una de las concesiones que hizo el ministro a cambio de no tocar el tipo de cambio oficial ante de las PASO. “El FMI no quiere saber nada más de entregar dólares a la Argentina para que los venda a precio de regalo a los importadores. Hay un mercado que está dispuesto a pagarlos 600 pesos, y Massa los regala a menos de la mitad a los que logran importar. En Washington le dicen que no le piden que los venda a 600, pero tampoco tan baratos”, cuenta otro exégeta de los pasos del candidato. Cerca de ese búnker financiero esperan alguna novedad, pasada la elección primaria.
“Ya pasó el infierno”, se ilusionan en el entorno del ministro. Confían en que con el panorama claro de que el próximo gobierno será más promercado, y con ese desembolso en el bolsillo, Massa podrá finalmente aterrizar el avión incendiado. Claro que la anestesia que provoca estar tan cerca del poder les torna indolora, incolora e insípida, una inflación que apenas ocurridas las PASO, cuando se conozca el dato, caminará tranquila al 130%. No pueden ver siquiera el daño que produce en un sector enorme de la población. Para argumentar que la “superinflación” no produce tanto daño, repiten que la actividad económica no se frenó. No son afectos a los datos. Según el Indec, la industria y la construcción en junio, mostraron caídas mensuales desestacionalizadas de 1,3% y 1,5%, respectivamente. Además, en la comparación interanual también los números son rojos, con retrocesos de 2,3% y 2,5% en cada caso.
¿Puede un ministro de Economía ser candidato con 130% de inflación anual, con la actividad económica en baja y con el tipo de cambio que no frena? Los hechos dicen que sí, que una vez más, el kirchnerismo anotó un nuevo contra fáctico al colocar al frente de la fórmula a uno de los tres principales responsables del notable deterioro económico (los otros son Cristina Kirchner y Alberto Fernández). La pregunta que sigue es si puede ganar las elecciones. Por ahora, ninguna de las encuestas que se conocen lo posiciona en la Casa Rosada a partir de diciembre.
Octubre está lejos, y el primer escalón a sortear es el domingo próximo. Luego vendrá una semana clave. Nadie que conoce una verdadera negociación entre un acreedor y su principal deudor tomó en serio que no haya habido acuerdo aún por las vacaciones del organismo. La espera seguramente estuvo acordada. Bajar el déficit y subir las tarifas (que impactan en los subsidios energéticos) fue parte de ese consenso que permitió pasar la fecha de las PASO. No parece posible que haya alguna condición a cumplir que no esté relacionada con el tipo de cambio. Eso se sabrá después de que se lean las urnas, y de ahí la atención que hay en la city porteña.
Mientras tanto, Massa calcula qué hacer con aquellos que se tiraron del avión. Confía en todos los escenarios. Si gana, manda; si no gana, será el dueño de una porción importante de los votos después del balotaje. ¿Será el dueño?, vale preguntarse. O la titularidad se la disputará Cristina Kirchner y La Cámpora, que se quedaron con la representación parlamentaria. El ministro del doble comando, competitivo solo porque Javier Milei generó una opción electoral que bajó el piso necesario para ilusionarse, no se desvela por fin de año. Tiene puesta la mira en el domingo, cuando la sociedad le dirá si lo hace responsable o no del medio país pobre, dólar a 600 pesos y una inflación que todos los días lima el salario.
Sea como fuere, tendrá que atender el teléfono del FMI la semana que viene. Y ahí se despejará la duda más grande que tienen quienes miran la economía inmediata. Solo resta saber si esa ventanilla de dólares oficiales que mantiene abierta podrá seguir ofreciendo el producto más escaso del país a precio de oferta.