Martín Castellano: “Hoy hay discusiones antes impensadas en la Argentina, como la de una reforma del Estado”

Martín Castellano estudió Economía en la Universidad Católica Argentina (UCA), tiene una maestría en la Universidad del CEMA y otra en Políticas Públicas en la Universidad de Chicago; trabajó en el Banco Central entre 1999 y 2001 y entre 2005 y 2011; es jefe de investigación del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) para América Latina

El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por su siglas en inglés) es una asociación de bancos globales creada en los años 80, en el contexto de las crisis de deudas de América Latina. En ese entonces se buscó la forma de aglutinar a los acreedores, que en general eran algunos pocos bancos comerciales, para dialogar con los gobiernos y reestructurar las deudas. Con el tiempo, el IIF fue migrando hacia un organismo de investigación. “Tenemos una membresía de alrededor de 400 miembros, entre bancos comerciales, banco centrales, compañías de seguros y fondos soberanos, entre otros. También se ha ido diversificando por región”, cuenta el argentino Martín Castellano, jefe de Investigación de la institución, desde Washington DC.

–Entre 1998 y 1999, usted estaba en el Banco Central junto con Pedro Pou y hubo negociaciones para pasar de la convertibilidad a la dolarización.

–Sí, en ese momento era una idea porque la Argentina todavía pagaba altas tasas de interés, y se creía que parte de ese riesgo adicional era porque la gente desconfiaba de la convertibilidad y creía que se iba a romper en algún momento. Se creía que un esquema de dolarización completa tal vez podía hacer bajar ese riesgo, ya que iba a ser más costoso desarmar el esquema monetario e iba a generar más inversión. Hubo conversaciones a distintos niveles políticos y al final no terminó de convencer. Me parece que también se buscaba más apoyo político local y no se consiguió. La salida de la convertibilidad es un buen ejemplo de por qué el régimen de dolarización puede ser muy costoso. En ese momento la inflación no era un problema, pero la demanda de la gente era por temas de trabajo, desempleo y crecimiento. Mientras otros países habían devaluado y ajustado sus monedas, la Argentina no podía por su esquema rígido, y surgieron las cuasi monedas de las provincias.

–En esa época eran más comunes los esquemas monetarios fijos, luego de los altos niveles de inflación de los 80.

–Exacto, ahí se implementaron esquemas del tipo de cambio rígido. Pero con el efecto Tequila de la crisis de México, a fines de 1994, estos esquemas empezaron a entrar en problemas. Justamente, uno de los problemas que tenía México era que tenía una política fiscal expansiva con tipo de cambio fijo. Después estuvo la crisis asiática, en 1997, y ahí se empezó a mirar y a mover más hacia tipos de cambios flexibles. Estos esquemas de metas de inflación llevan tiempo en implementarse y en mejorarse. Hoy todos los países van mejorando la transparencia de cómo se comunican las decisiones de política monetaria. Se van perfeccionando. En la Argentina no hubo ese tiempo. Si la Argentina deja de pensar que es distinta por tres o cuatro años, creo que puede implementar ese esquema. Pero siempre por alguna razón se busca una salida distinta. En el proyecto del gobierno de Mauricio Macri se trató de ir a un esquema de metas de inflación, pero todavía no estaban dadas las condiciones.

–¿Por qué?

–El marco institucional del Banco Central tenía muchos problemas, había dominancia fiscal y ni siquiera teníamos todavía un índice de precios creíble. Había precondiciones que no estaban dadas para salir con este esquema rápido, y no funcionó. Tampoco es tan difícil, si otros países lo han hecho, creo que la Argentina debería poder hacerlo. Y los países lo hacen a su manera, interviniendo más o menos en el mercado de cambios.

–Cuando se confirmaron los principales candidatos a presidente, hubo una euforia inicial porque los tres representaban un giro hacia la centro-derecha. Sin embargo, el mercado sigue con desconfianza hacia la Argentina. ¿Por qué sucede eso?

–Hay varias razones, tal vez la más importante es que todavía falta bastante para llegar al nuevo gobierno. Recién asumirá el 10 de diciembre, todavía falta la elección y posiblemente una segunda vuelta, y la situación macroeconómica es muy crítica. Creo que hay mucha incertidumbre acerca de cómo se va a llegar a fin de año. Segundo, si bien es cierto que hay un apoyo popular para hacer cambios radicales e implementar políticas de estabilización, también hay muchas dudas acerca de cuál va a ser el apoyo político y cuál va a ser la capacidad de implementación de la nueva administración de estas reformas. Un tercer factor también es que hay cierta desconfianza de los inversores con la Argentina; a pesar de que las perspectivas pueden ser buenas, ya hubo entusiasmo con experiencias anteriores que no terminaron canalizándose positivamente. Hoy los inversores están en modo de espera y van a querer ver también cómo se implementan las medidas antes de apoyar algún proyecto en particular.

–¿Por qué Javier Milei genera tanta incertidumbre?

–Por esto que decía de la capacidad de implementar. Va a tener que negociar en el Congreso. Por eso, dependerá de las señales que se empiecen a ver, aunque es muy difícil verlas en este momento, donde todavía tiene que ganar una elección. Pero en la medida en que haya coincidencias respecto de las propuestas, la principal duda será la referida a la capacidad que tendría, en caso de ganar, para trabajar con otros sectores del arco político.

– ¿Se puede implementar la dolarización hoy?

–Se entienden los motivos por los cuales se la propone. Va más de una década con dos dígitos de inflación en la Argentina, y entonces hay mucha demanda de estabilidad. En otros países la discusión está un poco saldada. Con tener un banco central autónomo y un plan de estabilización se logró canalizar esa demanda. Y me parece que es la forma que permite minimizar los costos, alcanzar un objetivo de baja inflación y, a la vez, tener flexibilidad para acomodar la economía frente a shocks externos y para minimizar los costos en términos de crecimiento y de empleo. Es lo que vimos en muchos países que han tenido altos niveles de dolarización del sector privado, como Perú, República Dominicana y Paraguay que, a su manera, han implementado estos esquemas de metas de inflación, con banco central autónomo, con mayor o menor grado de intervención en el mercado de cambios, dependiendo de la dolarización del sistema financiero o de la apertura de la economía, pero con flexibilidad cambiaria. Si uno asume que eso no está disponible para la Argentina por alguna razón, ahí surge la posibilidad de la dolarización, que es algo mucho más rígido y tiene muchos costos, pero al menos permite tener un nivel de inflación bajo. Yo creo que la Argentina debería estar en condiciones de lograr lo que otros países hicieron. Es cierto que hubo experiencias pasadas en las que no se pudo, pero creo que no hay nada que impida que la Argentina llegue a tener ese mismo tipo de política.

–¿Eso quiere decir que no hace falta llegar a la dolarización para bajar la inflación?

–Hoy en la Argentina se pueden discutir cosas que antes eran impensadas, como hacer una reforma del Estado, recortar el gasto público, privatizar, desregular. Son temas que se discuten en otros países. Más allá del esquema monetario, deberíamos ver más discusión en la campaña sobre estos temas. ¿Cuál es la manera de reducir el gasto público de forma tal de minimizar el impacto en los sectores de bajos ingresos? Ese tipo de discusión es clave y puede haber importantes acuerdos en el arco político en ese sentido, más allá del régimen cambiario. Además, hay un tema con la dolarización, y es que creo que es muy difícil implementarla en este momento, primero porque no hay dólares, y segundo, porque el apetito por mayor deuda argentina por parte de los inversores o potenciales prestamistas es bajo en este momento. Si se quiere implementar, llevaría tiempo y requeriría otras reformas adicionales previas. Y en la medida que se vayan haciendo estas reformas, el incentivo a dolarizar también va a bajar.

–El equipo de Javier Milei dice que para dolarizar se podría crear un fondo que estaría garantizado con bonos del Banco Central. ¿Es posible que haya un shock de confianza tal como para que ingresen esos dólares?

–Ahí ya tuvimos la experiencia del gobierno de Macri, que pudo generar confianza, unificar el mercado cambiario rápidamente y recuperar el acceso al mercado de crédito a partir de la reestructuración de la deuda. Pero creo que ahora el mercado va a estar un poco más reticente, va a querer saber qué quieren implementar, cómo lo van a hacer, y va a querer ver que se vayan aprobando cosas en el Congreso. Entonces, creo que pueden ser más cautos en cuanto a dar un voto de confianza esta vez.

–Milei también suele dar el ejemplo de Ecuador, que dolarizó su economía. ¿Cómo fue la experiencia ahí?

–El crecimiento de Ecuador en los últimos años estuvo por debajo del promedio de la región y del promedio de los países que aplicaron esquemas de metas de inflación con bancos centrales autónomos. También el tipo de cambio real está sobrevaluado, lo que ha ido afectando el crecimiento. La capacidad de absorber shocks también es más limitada. Ecuador no ha sido capaz de construir un fondo del petróleo o un fondo soberano como para monitorear este impacto. Sí tiene una reserva de liquidez importante para el sistema financiero, que es otra cosa que se necesita al no tener un prestamista de última instancia en un esquema de dolarización, pero ha tenido altos costos. Tampoco hemos visto que la posición fiscal de Ecuador haya mejorado a partir de la dolarización. Distintos gobiernos han buscado la forma de financiarse a través del mercado de capitales, y cuando dejó de estar accesible por el alto costo de interés, se buscaron alternativas, como fondos de pensiones o una moneda digital; buscaron siempre formas de seguir financiando el gasto en lugar de recortarlo. Eso también genera distorsiones macroeconómicas y al final tiene un impacto en el crecimiento. No se prueba esto de que la dolarización fuerza la disciplina fiscal. No lo hemos visto en números y siempre se ha buscado la forma de seguir financiando el gasto público, en lugar de hacer una moderación o de tener políticas más austeras.

–¿Y cómo ve la propuesta de una economía bimonetaria?

–Es algo bastante parecido, pero se le da al dólar, en términos legales y de infraestructura, mayor posibilidad de circulación, y le genera mayor presión al político, que es el que está detrás de la moneda local, para hacer las cosas bien. Porque la gente tiene la opción de irse al dólar muy fácilmente a bajo costo. Genera incentivos a mantener una política económica y fiscal, sobre todo, prudente.

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