Malvinas: la proeza de los dos pilotos que hundieron un buque británico y los cinco misiles que casi cambian la guerra

El 4 de mayo de 1982, hace 41 años, en pleno conflicto de Malvinas, a las 7.10 de la mañana, el entonces capitán de corbeta Augusto Bedacarratz y el teniente de fragata Armando Mayora fueron despertados en la base aeronaval argentina de Río Grande, en Tierra del Fuego. Unas horas antes, en la madrugada, el avión explorador Neptune, a cargo del capitán Ernesto Proni Leston, había identificado al buque destructor británico Sheffield. Eso dio la señal para que se pusiera en marcha todo el sistema de alistamiento de la Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque de la Armada Argentina.

Alrededor de 80 hombres que integraban la unidad pusieron en condiciones el sistema, para que, finalmente, a las 11:04, los dos pilotos al comando de los aviones cazabombardero Super Étendard lanzaran los misiles Exocet y hundieran el primer buque británico después de la Segunda Guerra Mundial. Era, también, el primer ataque directo de las fuerzas militares argentinas en la Guerra de Malvinas, en respuesta al ataque y hundimiento del buque ARA General Belgrano, dos días antes.

Bedacarratz tenía 40 años y era el segundo comandante de la escuadrilla de aviones Super Étendard, que la Argentina había comprado a Francia unos meses antes. Mayora tenía 28 años y un hijo recién nacido. Ambos habían sido seleccionados, junto con otros ocho pilotos, como parte de la escuadrilla para volar los aviones monoplaza en parejas. Las duplas se había compuesto por el piloto más experimentado junto con el más joven.

La Armada Argentina tiene tres ramas fundamentales: los buques, los infantes de marina y la aviación naval. Todos los oficiales de la Armada ingresan primero como oficiales de superficie, para trabajar en los buques, y después se especializan en una de las ramas. Bedacarratz y Mayora eran aviadores navales, capacitados, a su vez, como pilotos de ataque, cuando estalló el conflicto armado.

“Para 1982, en el momento de Malvinas, en la Armada ya llevábamos 66 años operando en el mar, teníamos experiencia y habíamos aprendido lecciones importantes, que nos habían costado sangre y vidas. El área de ataque, en particular, había tenido un progreso, habíamos cumplido con toda una secuencia que nos había llevado a poder volar el Super Étendard, que tampoco fue una decisión casual la compra de ese avión. Era muy competitivo a nivel mundial, porque tenía tecnología que nosotros no habíamos manejado, como radar de búsqueda, centrales inerciales y un montón de equipamiento que para ese momento era muy importante”, explican Bedacarratz y Mayora, en una charla con LA NACION.

La Argentina había hecho una compra de 14 aviones Super Étendard y 10 misiles Exocert (tenían un peso de 700 kilos cada uno), pero la primera entrega fue recién en diciembre de 1981, menos de cinco meses antes del conflicto, e incluía solo cinco aviones y cinco misiles. Por lo tanto, cuando comenzó la guerra, los pilotos no tenían todavía la capacidad operativa para hacer el ataque y era necesario preparar todo el sistema, para que el avión y el misil “dialogaran” para poder ser lanzados.

“Cuando nos enviaron a Río Grande, a mediados de abril de 1982, llevábamos los cinco misiles y cuatro aviones, porque de los cinco que nos habían entregado, se quitaron partes de uno para poder tener repuestos. Cada avión llevaba un misil, que no era un tema al azar, sino que se había determinado que lanzando dos misiles sobre un mismo blanco, en forma simultánea, la probabilidad de impacto era el 90%”, cuentan los pilotos.

El entrenamiento para realizar el ataque del 4 de mayo, por lo tanto, se llevó adelante en muy pocos meses. “El mismo 2 de abril se establecieron las parejas fijas, cuando nos anoticiamos que teníamos que enfrentar a la flota inglesa y que teníamos que preparar el Super Étendard con el misil Exocet. En definitiva, no teníamos más de un mes para poder estar en condiciones. Realmente es un mérito muy importante de toda la gente de alistamiento que diseñó la parte logística. Ese sistema de armas era novedoso, todavía no estaba homologado y no se habían hecho pruebas del Exocet en Francia con el Super Étendard. Nosotros no teníamos ninguna noticia de ese tema, porque la asistencia técnica francesa no vino al país, se canceló por el bloqueo que hizo la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Con lo cual fue nuestro personal de mantenimiento el que puso el sistema en condiciones y el resultado logrado mostró que realmente lo hicieron eficientemente”, dice Bedacarratz.

En poco tiempo, los pilotos comenzaron a planificar, ejercitar y ensayar la misión de ataque con los buques destructores 42 que tenía la Armada Argentina y que eran similares al buque británico Sheffield. Bedacarratz y Mayora volaban siempre juntos. Eso les permitió tener un conocimiento mutuo que el día del ataque fue crucial, ya que tenían la seguridad que cada uno podía anticipar las maniobras del compañero.

De las cinco parejas de pilotos, Mayora explica por qué ese 4 de mayo les tocó volar a ellos. “La primera misión la hizo el comandante de la unidad, como corresponde en cualquier unidad naval. El 1º de mayo, esa primera pareja cumplió con una misión en donde no se pudo completar el ataque, pero teníamos un acuerdo de caballeros que, luego de una misión, la pareja pasaba a la cola. Entonces Augusto y yo quedamos próximos a volar. Intentamos hacer un vuelo el 3 de mayo, que se canceló cuando estábamos a punto de despegar. Por eso estábamos como la pareja de guardia el 4 de mayo, cuando el avión Neptune comenzó a detectar la presencia de buques británicos en una formación naval típica, que nos daba la idea de que era la flota del Almirante Sandy Woodward, que estaba operando en el sur de Malvinas. En función de eso, se tomó la decisión de iniciar este ataque”, cuenta.

Cuando los pilotos despegaron ese 4 de mayo, ya tenían armado el perfil de vuelo, que incluía hacer un aprovisionamiento de combustible desde los aviones de tanques de la Fuerza Aérea, una maniobra medianamente complicada, pero que les daba la posibilidad de extender su radio de acción.

El ataque

Mayora: Lo que estaba planificado era despegar e ir a hacer un reaprovisionamiento en vuelo en el avión KC 130 de la Fuerza Aérea, para llenar los tanques y tener mayor posibilidad de desplazamiento dentro de la misión. Luego, nuestra táctica de ataque era entrar lo más rápido posible, lo más bajo posible y lo más sigilosamente posible, por lo cual volábamos solamente de a dos. Se había hablado de poner aviones de la Fuerza Aérea como escoltas, pero no quisimos hacerlo porque no tenía sentido, nos complicaba el vuelo y la manera en que queríamos atacar. El día que nos tocó volar era un día nublado, con chubascos esparcidos y con condiciones de visibilidad baja. En otro momento, hubiese sido incómodo, pero para nosotros fue muy favorable, porque el avión Super Étendard está pintado de un azul muy oscuro. Cuando navega sobre el agua es indetectable visualmente. Nosotros volamos a 15 metros del agua y en forma separada, lo que hacía que nuestra firma radar fuera también pequeña y difícil de detectar.

Bedacarratz: En este tipo de ataques, en general, hay una distancia de mil metros más o menos entre los aviones, que manteníamos el piloto líder con el numeral. El trabajo de comunicación era muy importante y se hacía a distancia, sobre la base de pulsaciones y códigos tipo morse. De esa forma no hablábamos y de hecho no lo hicimos desde el instante del despegue, excepto cuando recibimos finalmente y sorpresivamente una nueva noticia del Neptune. La última información que teníamos había sido dada dos horas antes y luego recibimos otra justo 15 minutos antes de hacer el lanzamiento. Fue sorpresivo, porque era muy eficiente todo, la secuencia de información del Neptune fue perfecta. Sin embargo, al momento de hacer el ascenso a una altura importante para detectar la flota, la gran sorpresa fue que no encontramos nada.

–Mayora: Como en cualquier planificación, siempre hay modificaciones. Entre que el Neptune nos dio la última posición y nosotros llegamos, los buques se desplazaron de la posición prevista. La táctica que habíamos determinado era ascender, tratar de abrir nuestro radar y sobre el lugar donde nos habían dicho, identificar esa bananita electrónica, que ya sabíamos que era un buque inglés, porque ya lo había identificado el Neptune. Cuando hicimos eso, lo que sucedió fue que no había nada, pero eso estaba previsto y ya teníamos planificado que íbamos a seguir una cantidad de kilómetros más e íbamos a volver a repetir la maniobra. Y cuando lo volvimos a repetir, ahí aparecieron.

Bedacarratz: La exploración del Neptune nos permitió navegar hacia la zona del enemigo en un corredor que libre de blancos, lo cual era una tranquilidad muy importante. Hay que tener en cuenta que el avión explorador estaba al límite de su vida útil. Era un avión que estaba ya entre 35 o 40 años en línea de vuelo, con un radar antiguo e impreciso. De hecho, para poder dar esa última posición que nos dieron 15 minutos antes debieron aproximarse de una forma tan cercana, que seguramente fueron detectados. El avión Neptune corrió un riesgo muy grande.

–Mayora: Nuestro objetivo principal era atacar los portaaviones británicos. Queríamos sacarlos fuera de combate, si teníamos la oportunidad. En esa etapa final del ataque, no podés pensar en otra cosa, estás pensando en que el radar esté bien. El proceso del calentamiento y la preparación del Exocet requiere mucho tiempo, mucha precisión y mucha secuencia correcta para que salga bien. Uno está totalmente enfocado en eso, volando muy bajo y muy rápido, con lo cual no piensa en nada más que cumplir con el procedimiento, que ya estábamos capacitados para hacer, y lograr el lanzamiento. Ahí sí hubo una pequeña confusión, porque volábamos separados y en el momento en que llegábamos al punto de lanzamiento, al ir muy rápido, la cabina era muy ruidosa, y justo pasábamos por un chubasco y no lo veo a Augusto, pero veo fuego debajo de su avión. Ahí me dio cuenta que él ya había lanzado y que me había dado la orden, pero no la había escuchado. En ese momento, lanzo el misil sobre el blanco que habíamos designado. El tiempo desde que uno aprieta el botón hasta que sale el misil son dos segundos, pero a esa velocidad y en ese momento era una eternidad. Cuando se desprendió el misil y lo vimos salir, ahí nos quedamos tranquilos.

Bedacarratz: Todo estaba planificado al detalle cuando hicimos nuestro prevuelo, independientemente, de que haya un procedimiento estándar que la escuadrilla seguía. Para cada situación táctica, había que diseñar y planificar exactamente por dónde y cómo íbamos a ir, y de qué manera íbamos a proceder una vez que se produjera ese instante del lanzamiento del misil. El Exocert es un misil del tipo “tire y olvídese”, porque es un misil inteligente, que sabe perfectamente bien lo que tiene que hacer una vez que se lanzó. De manera que, a partir del instante mismo que lanzamos, mientras el misil cumplía con su misión, nosotros cumplimos con la nuestra, que era regresar lo antes posible y con los aviones intactos a Río Grande. Para eso se había planificado dirigirnos en un rumbo totalmente imprevisible hacia Isla de los Estados primero, en el extremo sur del continente, para dificultar la interceptación de los aviones británicos Sea Harriers. A partir del momento que lanzamos ese pequeño misil de 700 kilos, el avión estaba limpio y pudo acelerarse a una velocidad de 570 nudos, que son más de 1000 kilómetros por hora, y volamos más bajo de lo que habíamos hecho anteriormente, para tratar de salir del horizonte del radar, durante 100 kilómetros.

–Mayora: Usamos a nuestro favor la curvatura de la Tierra en todo momento, cuando volamos bajo el lóbulo radar. El tema clave era cumplir con todas las etapas del operativo. Nuestro ataque fue la primera misión argentina en el conflicto, con lo cual los encontramos muy de sorpresa. De hecho, cuando se inicia el conflicto, la Comunidad Europea hizo un bloqueo a la Argentina y los ingleses interrogaron a los franceses sobre la capacidad técnica que teníamos para poder utilizar los Super Étendard. Los franceses dijeron la verdad, que los pilotos no estaban capacitados, que el sistema de armas no estaba habilitado y que el Exocet no podía ser lanzado. Bueno, el 4 de mayo, se dieron cuenta de que los pilotos lo habíamos logrado, que el sistema de armas funcionaba y que el Exocet andaba. Así que, para ellos, fue una gran sorpresa.

Clima festivo

Al regresar a la base aeronaval en Río Grande, Bedacarratz y Mayora fueron recibidos con euforia, pese a que todavía no se sabía con seguridad el resultado de la misión. “Esa misión era la prueba de un sistema de armas sobre el cual había expectativas muy grandes, porque el misil Exocet era realmente la única arma estratégica que hubo en la Guerra de Malvinas. Estaba la incertidumbre de si realmente se podía lanzar, porque si el sistema no está en condiciones perfectas, se bloquea el lanzamiento y no se puede realizar. Cuando hicimos el lanzamiento, no tuvimos información inmediata de que hubiera un buque hundido. No obstante, nos recibieron con un clima de festejos. Cuando Armando y yo descendímos del avión, todo el mundo nos rodeó y caminaba alrededor nuestro. Nos dirigimos a la sala de pilotos, para hacer el posvuelo y realmente había mucha expectativa por el resultado del lanzamiento. A mí me llamaba la atención de que lo dieran por exitoso. Por suerte, la confirmación de lo que pasó se conoció en horas de la tarde por un comunicado oficial del Ministerio de Defensa británico a través de la misma BBC de Londres. Ese clima realmente increíble que vivimos de festejo anticipado, por suerte, se correspondió”, dice Bedacarratz.

“Había también un antecedente que daba una idea de cuál era el ambiente que estábamos viviendo. El 2 de mayo, los británicos habían hundido al crucero General Belgrano y el 3 de mayo, habíamos encontrado a los sobrevivientes y los habíamos empezado a recoger de las balsas. El 4 de mayo significó una reivindicación de las Fuerzas Militares argentinas, en el sentido de que estábamos en condiciones de devolver el golpe. Así que por ese lado, también había un clima que estaba condicionado por todo lo que había sucedido con el General Belgrano”, agrega Mayora.

En todo momento de la conversación, los dos exoficiales de la Armada buscan remarcar que la misión fue un trabajo de equipo. “El avión Neptune tiene el mérito de haber explorado, de haberse expuesto durante muchas horas en el área para finalmente identificar, hacer el seguimiento y darnos las sucesivas posiciones para que pudiéramos llegar hasta el blanco indicado. Normalmente, trasciende más la acción de los que finalmente terminan lanzando y hundiendo el buque, y pareciera que fue un trabajo de equipos de dos pilotos en dos aviones, cuando en realidad, ese tipo de ataque del 4 de mayo es una verdadera síntesis de cómo se realizan los ataques a una flota en el mar, especialidad que la aviación naval ha tenido desde sus inicios”, dice Bedacarratz.

En el ataque al Sheffield fallecieron 22 británicos. Al respecto, Mayora señala: “Del lado de los británicos y del nuestro había profesionales. La intención en todo momento no es matar, sino cumplir con la misión, que en este caso era dejar fuera de combate a un buque. Obviamente, eso genera daño y pérdidas de vidas, pero no es el objetivo fundamental. El militar es el que más ama la paz, sabe que la guerra es un elemento para tratar de obtener nuevamente la paz. Un tiempo atrás, conocimos a un exconscripto británico, que tenía 17 años cuando fue el conflicto y que cumplía funciones en el centro de comando del Sheffield. Él había dejado la guardia dos horas antes en ese lugar donde pegaron los misiles, podría haber sido uno de los 22 muertos. Cuando hablé con él, reconocía que no estaban preparados para recibir el ataque. Ese también es uno de los temas claves de las guerras: además de todo el análisis de pérdida de vidas, hay que establecer el grado de capacidad que los medios militares tienen para un conflicto determinado. Y los británicos en ese sentido aprendieron, cambiaron mucho la fabricación de los buques a causa del ataque que nosotros produjimos”, comenta.

“El almirante Woodward escribió un libro sobre la Guerra de Malvinas, que llamó Los 100 días. Ahí destaca lo que significó para ellos el hundimiento del Sheffield, no solamente por la pérdida del destructor en sí, que tenía una tecnología muy moderna, sino por la toma de conciencia del poderío que tenían los misiles Exocet, a los cuales ellos no habían podido neutralizar. El desgaste que le significó la sola amenaza de los tres misiles que sabían muy bien que nos quedaban, porque estaban muy bien informados, implicó un alejamiento importante de la fuerza de tareas del radio de acción de los Super Étendard a partir de ese momento. Y también implicó un alejamiento de los portaviones del objetivo fundamental, que era atacar a la zona de Puerto Argentino, y provocó un desgaste muy grande de los aviones de caza Sea Harrier para tener el mismo tiempo de permanencia en el área”, agrega Bedacarratz.

En total fueron 100 hombres entre el personal de tierra y pilotos los que formaron parte de la escuadrilla aeronaval en Río Grande. Luego de esa primera misión, la siguiente pareja de pilotos hizo el mismo procedimiento el 23 de mayo, pero no encontraron el blanco y volvieron, salvando los aviones y los misiles. El 25 de mayo, otros dos pilotos atacaron el Atlantic Conveyor y lo hundieron. El último misil que quedaba fue lanzado el 31 de mayo, en el único ataque combinado entre dos aviones Super Étendard y cuatro aviones de la Fuerza Aérea, que atacaron al portaaviones Invincible.

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