Ya todos hemos presenciado cómo la ganadería intensiva de carne bovina, con el maíz como principal insumo en las dietas de los animales, ha desarrollado toda una economía y dinamismo propios. Un proceso de transformación y desarrollo que nos permitió sostener niveles de producción de carne junto al crecimiento de la producción agrícola. No solo es el agregado de valor del grano al transformarlo en proteína animal, sino también la utilización de diversos subproductos de la industrialización del maíz, lo que pone a la ganadería intensiva como un actor fundamental de la bioeconomía circular. Y, claro está, este desarrollo genera en su dinámica innovación, desarrollo tecnológico y biotecnológico, arraigo y empleo cada vez más calificado.
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¿Qué viene hacia adelante para estos dos aliados? Desde la innovación y tecnología es difícil imaginar lo que podemos llegar a tener por delante. Estos procesos suelen sorprendernos muchas veces con un importante impacto desde lo productivo. Pero podemos analizar, desde la demanda, las oportunidades que se abren tanto para la producción de maíz como de carne bovina.
Las estimaciones de población mundial para 2050 ya se ubican cerca de los 10.000 millones de habitantes, lo que implicará una demanda de alimentos creciente en el mercado mundial. Las proteínas cárnicas tendrán un rol fundamental dentro de dietas saludables.
El marco de producción, con una mirada cada vez más enfocada en la sostenibilidad de los sistemas productivos y con la reducción de sus impactos, requerirá de producciones cada vez más eficientes en el uso de los recursos ambientales, pero también de insumos como son el maíz y los terneros de invernada en un planteo de engorde a corral. Es en estos aspectos que la Argentina tiene la posibilidad de ser un jugador fundamental en el abastecimiento de carne de calidad para el mundo. Hoy tan solo el 35% de nuestra producción de maíz es utilizado en procesos de transformación y agregado de valor, producción de carne vacuna, aviar y porcina, producción láctea, huevos, alimentos para mascotas, molienda para consumo humano y combustibles.
Si pensamos en la ganadería y los mecanismos para generar un crecimiento sostenido de la producción, que permita aprovechar el escenario futuro asegurando el abastecimiento de nuestra principal demanda que es la del consumo interno, nos encontramos con dos grandes deudas permanentes del sector. La primera, nuestros índices de destete que, pese a diversos intentos desde planes públicos y privados, aún no hemos logrado modificar; si bien existen grandes diferencias entre productores, los indicadores a nivel país son realmente pobres. Sobre esto deberemos generar una mirada diferente para intentar un cambio real.
La otra deuda pasa por nuestro peso medio de faena, que es clave para un mejor aprovechamiento de nuestra “máquina productiva”, que es el stock bovino. Este escenario actual, con disponibilidad de maíz para transformar y una ganadería con potencial de crecimiento en eficiencia, es lo que nos posiciona como un actor con un rol fundamental frente a lo que el mundo requerirá en las próximas décadas. El vínculo entre la producción de maíz y la producción de carne bovina puede ser un factor clave en el crecimiento de la producción de carne en la Argentina y en la mejora de la competitividad del sector en el mercado mundial.
Los sectores productivos, con reglas de juego claras y estables, tienen la experiencia, el know how suficiente para potenciar la sinergia entre ganadería y agricultura, de modo que podamos aprovechar la oportunidad que se presenta desde la demanda. Y con la responsabilidad que conlleva para el país el rol de proveedor global de alimentos, en especial, de proteína animal bovina.
El autor es presidente de la Cámara Argentina de Feedlot