Alberto Fernández ya no hace ni la mímica de gobernar. Debajo de su despacho, en el Ministerio del Interior, se esculpe una candidatura para reemplazarlo con una narrativa que reniega de su legado. La vicepresidenta reparte órdenes sin consultarlo. El ministro de Economía le estrenó el avión presidencial, el chiche nuevo que había elegido personalmente después de una minuciosa búsqueda a la que dedicó meses.
El declive de un presidente que mata el tiempo departiendo sobre derechos humanos con Nicolás Maduro deja a la vista los cimientos precarios de la administración a cargo del destino de la Argentina. Cristina Kirchner y Sergio Massa llevan las riendas del “gobierno de nadie” con el acuciante objetivo de evitar un desastre económico que hunda al peronismo en la neblina de la historia.
La alianza Kirchner-Massa quedó sellada a fuego con el viaje a China que compartieron el ministro y Máximo, el hijo de la vicepresidenta. La misión pareció una versión analógica del proyecto de Santi Maratea para salvar a Independiente. Cristina pidió ser informada de cada episodio de la colecta de yuanes en los salones del poder imperial. Exige a diario reportes sobre las reservas del Banco Central y el nivel de actividad económica. Y a los economistas que consulta lo primero que les pregunta es qué riesgo ven de una corrida cambiaria antes o inmediatamente después de las primarias de agosto.
Nunca antes se le había puesto tan difícil disociar su discurso –que desconoce como propio al gobierno de Alberto Fernández– y su responsabilidad política sobre la marcha de la gestión.
Es pragmatismo puro, producto de la urgencia acuciante impuesta por una sequía que privó a las reservas internacionales de más de 20.000 millones de dólares. Un país sin divisas es un país que no funciona. La inflación que corre por encima del 120% y los signos de recesión que ya se sienten configuran “el infierno más temido” al que ella misma se refirió en una de sus recientes “clases magistrales” de economía. Ya está ahí: no hay lugar para un sálvese quien pueda, sino para maniobrar con delicadeza los cablecitos de la bomba.
Cristina se resignó a que las decisiones económicas y las resoluciones electorales quedaran indeleblemente atadas. El operativo clamor para convertirla en candidata presidencial funcionó apenas para exhibir su centralidad política. Pero resultó insuficiente para devolverle la capacidad de ordenar el tablero del peronismo con solo declamar su voluntad.
“Hoy está todo en el aire. El que diga que sabe quién va a ser el candidato presidencial miente. Incluso si fuera ella quien lo dijera”, sostiene un funcionario peronista de buen diálogo en todas las orillas del Frente de Todos.
La arquitectura electoral del oficialismo es de una inestabilidad pasmosa. Cristina habló de la importancia de los “pisos” en lugar de los “techos” porque estas serán unas elecciones con tres bloques en disputa por el poder. Su argumentación es que el peronismo necesita un candidato con un buen caudal de votos propios que le asegure entrar en el ballottage. Fue como plantear que se necesita un unicornio azul: una cosa es decirlo y otra es tenerlo.
El proyecto Eduardo de Pedro avanza a todo vapor, aceitado por fondos del Estado y la energía que aportaron los llamados desde China de Máximo Kirchner. Sindicalistas, intendentes, gobernadores… Es interminable la lista de dirigentes peronistas a los que les llega la frase mágica: “Ayuden a Wado”.
Los números de tres encuestas que llegaron al Instituto Patria esta semana muestran que en ningún caso el ministro del Interior llega a los dos dígitos, un mínimo aceptable para aspirar al concepto de “piso” del que habla la vicepresidenta.
“Estamos ante un proceso de instalación en tiempo récord. Quedan dos semanas y todavía hay que ver qué pasaría si Cristina anunciara formalmente que es su candidato”, explica una fuente del kirchnerismo.
¿Será posible esa transfusión de votos en medio de la actual inestabilidad económica y el derrumbe de la popularidad del Gobierno? La pregunta agobia a los armadores políticos de “la Jefa”. El problema es incluso más complejo: ¿tiene ella hoy la capacidad de alinear a todo el oficialismo detrás de una fórmula encabezada por De Pedro, como hizo con Alberto Fernández en 2019?
La insistencia de Daniel Scioli por disputar la Presidencia y el lanzamiento de Victoria Tolosa Paz como candidata a gobernadora bonaerense, ambos alentados desde el ala expresidencial de la Casa Rosada, son hechos que cuestionan el mito de la omnipotencia de Cristina.
Que De Pedro es el favorito se repite como una obviedad. Pero cerca de Cristina advierten que ella no se inmolará por cariño. “Ya dijo que hay que garantizar el piso”, insisten.
¿Fuera del ballottage?
El pánico latente está implícito en la propia teoría de los “pisos electorales”. En una batalla de tres, el riesgo es quedarse fuera del ballottage.
Equivocarse en el candidato implica asomarse al ocaso definitivo del kirchnerismo. “En principio jugamos a ganar, por difícil que sea. Si no fuera posible, el tema es cómo perdemos. Si entramos a la segunda vuelta y retenemos Buenos Aires se vería casi como un triunfo. Quedar segundos y perder la Provincia igual podría dejarnos en un lugar expectante como oposición. Pero quedar terceros suena irremontable”, se sincera un participante activo de la rosca electoral oficialista.
El margen que dan los sondeos entre Juntos por el Cambio, el Frente de Todos y el partido de Javier Milei empieza a ser mínimo. Aunque la coalición fundada por Mauricio Macri suele aparecer en primer lugar, nada le garantiza el triunfo. Milei es el único que crece y ya no son casos aislados los cortes de encuestas en los que La Libertad Avanza figura por encima de un oficialismo que parece estar rebotando en el fleje de la red.
El reloj corre de manera alarmante. Quedan ya menos de tres semanas para anotar las candidaturas. A De Pedro le dieron dos semanas para completar su instalación. Es muy probable que no se conozca quién compite para qué cargo antes del 20 de junio, apenas cuatro días antes del cierre de listas.
Evitar la corrida
Mientras De Pedro posa en miles de fotos para hacerse conocer, Cristina supervisa la misión de Massa para garantizar los dólares que eviten un estallido. La ampliación del swap de China le da aire para atravesar algunas semanas más sin turbulencias cambiarias, pero no garantiza un poder de fuego suficiente para enfrentar la dolarización típica de las semanas previas a las elecciones. Mucho menos para resistir las consecuencias del resultado de las PASO, si es que arrojaran un escenario de incertidumbre sobre el futuro de la economía argentina.
El jueves 22 vence el próximo pago del acuerdo con el FMI, por 2700 millones de dólares. Massa espera negociar el auxilio del organismo para tapar ese vencimiento y sumar otros 7000 millones de dólares para reforzar las reservas, con una parte disponible para intervenir en el mercado. Todo a pesar de que no puede mostrar un cumplimiento de las metas pactadas.
Sacar músculo para resistir una corrida desvela a los jefes del Frente de Todos. Con todos los puentes rotos con la oposición, no es impensable imaginar una transición explosiva después del 13 de agosto. Cristina analiza la realidad sobre la base de su propia lógica de conducta. Tal vez haya sido una traición de su subconsciente cuando hace dos semanas confesó que ella se había opuesto a que Alberto Fernández dijera después de ganar las primarias de 2019 que “un dólar a 60 pesos” le parecía bien, con lo que colaboró a frenar el desastre financiero desatado a raíz de la amplia derrota de Macri.
La candidatura presidencial de Massa se desinfla al ritmo de la escasez económica, pero no puede aún darse por descartada. El ministro necesita algo parecido a una sucesión de milagros, a juego con su audacia: conseguir los dólares, operar sin turbulencia su reemplazo en el Palacio de Hacienda y convencer a Cristina de que él es la persona indicada para garantizar la supervivencia de su grupo.
Cristina quiere cuidar a Massa. Si no lo elige, lo sentará a la mesa de decisiones, una deferencia que no tuvo con él en 2019, y darle espacios en las listas que representen las acciones que hoy se arroga en esa sociedad todavía llamada Frente de Todos.
La presencia de Máximo en el vuelo a China fue una ofrenda en el altar de esa alianza que se distribuye la gestión de gobierno y la estrategia electoral del oficialismo.
La carencia de opciones le impide a Axel Kicillof respirar tranquilo y concentrarse en su campaña a la reelección en Buenos Aires. Despacha casi a diario con la vicepresidenta y cree tener casi aprobado el aval para quedarse en la provincia. Pero no puede asegurarlo. El jueves sugirió que Verónica Magario iba a ser otra vez su compañera de fórmula y a la mañana siguiente corrió a aclarar que nada está decidido aún. “Voy a hacer lo que le convenga al Frente de Todos”, dijo. Otra vez a la casilla anterior.
Kicillof tiene el mejor piso electoral dentro del kirchnerismo: bendición y maldición a la vez. Se propuso ahora asistir a la instalación de De Pedro, socio de quien más presionó para empujar al gobernador a la carrera presidencial, Máximo Kirchner.
El hijo de la vicepresidenta quisiera ver a su amigo Wado en la Casa Rosada, pero también es un resultadista nato. Propone una oferta bonaerense en la que nadie se guarde nada. Él podría ser cabeza de la lista de diputados, lo que aseguraría el apellido Kirchner en el cuarto oscuro. Massa, si no va por la presidencia, tendría la opción del Senado. Y como la boleta que arrastra a todas las demás es la presidencial debería ir quien demuestre ser la mejor locomotora. Si los números dicen que es Kicillof, renacerá el operativo para torcerle el destino.
La oposición, otra crisis
El eje Massa-Máximo exhibe una coincidencia respecto del grave problema que significarían unas PASO en el peronismo como las que agita Alberto Fernández. La Cámpora ata lealtades municipio por municipio para dejar a Scioli y Tolosa Paz en la indigencia. Cristina habla con gobernadores para transmitirles la misma idea: hay que abroquelarse porque lo que está en juego es el futuro del peronismo ante una doble oferta electoral que propone desmantelar el modelo de Estado vigente, de cuya construcción participaron todos ellos.
El poder menguante de Cristina desaconseja el dedazo. Deja en evidencia un fenómeno de liderazgos difusos que aqueja incluso de manera más dramática a Juntos por el Cambio. Nunca antes en los 40 años de democracia se llegó a unas elecciones en las que ninguna de las fuerzas en apariencia mayoritarias tuviera una jefatura clara y en condiciones de imponer estrategias, alianzas y candidaturas.
Juntos por el Cambio es un conjunto de satélites sin planeta. El armado de una alternativa de gobierno se complica a medida que se acerca el cierre de listas. Macri no deja de ser un referente muy gravitante, pero ya no tiene la última palabra como en 2015 y 2019.
Horacio Rodríguez Larreta lleva al límite su desafío al liderazgo del fundador del Pro, después de haber anunciado la designación de Jorge Macri como candidato del partido en la Ciudad. Le costó que no se leyera como una claudicación, después de haber resistido con la campaña de Fernán Quirós durante meses. Cerrado ese capítulo explora, con el radical Gerardo Morales como motor, el ingreso de Juan Schiaretti a la coalición. Patricia Bullrich lo rechaza. Lo ve como una jugada que difuminaría el “mensaje de cambio” y beneficiaría el discurso antisistema de Milei. Cree que le haría daño en las PASO en una provincia como Córdoba, donde los sondeos la dan arriba.
Luis Juez está en llamas con la sola discusión de incorporar al líder del peronismo cordobesista que gobierna desde 1999 y que él se propone desbancar un día después del cierre de listas nacionales.
“Si van a fondo con esto, pueden romper Juntos por el Cambio”, advierte un referente de peso del ala dura.
También en el radicalismo la iniciativa está repartida en una sucesión de islas. Maximiliano Abad, jefe de la UCR bonaerense, les insiste a Larreta y a Morales con que se debe unificar el candidato a gobernador en la Provincia. Larreta no quiere compartir con Bullrich a Diego Santilli, el que mejor mide en las encuestas. “No nos obliguen a elegir”, les insiste Abad. Argumenta que unas primarias en que los intendentes bonaerenses tengan que optar por entrar a la boleta de Bullrich o a la de Larreta será altamente destructiva. Y podría dejar un ganador de las PASO con un caudal flaco de votos, debilitado para competir contra Kicillof en unas generales de una sola vuelta.
A estas alturas Bullrich ya lanzó a Grindetti, que está sumando apoyos y fondos. ¿Queda tiempo para un acuerdo? “Difícil”, dice una figura central del Pro que trabaja para Bullrich.
Incluso si al final ganaran, los errores al armar de manera tan aleatoria un rompecabezas electoral complejísimo se pueden pagar en el gobierno. Las dos veces que un presidente no peronista convivió con un gobernador peronista tuvo que dejar el poder antes de tiempo.