Los intereses geopolíticos que fogonean el sangriento conflicto en Sudán: hay casi 200 muertos

BARCELONA.- Antes de su escisión con la creación de Sudán del Sur en 2011, Sudán era el país más extenso de África, y uno de los que tenía uno de los subsuelos más ricos del continente, con extensos yacimientos de oro y petróleo. Por eso, atrajo el interés del colonizador inglés, y más adelante de Estados Unidos y China. Hoy en día, su convulsión política interna lo ha convertido en un anhelado objeto de deseo por parte de varias potencias, no solo por sus riquezas minerales, sino también por su posición geoestratégica. La violenta pugna actual entre los dos principales generales del país -que ya dejaron casi 200 muertos pese a los llamados internacionales a un alto el fuego- es, en parte, fruto de estas luchas regionales.

En sus dos primeras décadas en el poder, el dictador Omar al-Bashir legitimó su poder en la ideología islamista y llegó a albergar a Osama ben Laden y otros líderes de la red Al-Qaeda. Entonces, fue objeto de duras sanciones por parte de Estados Unidos, mientras se apoyaba en Rusia, China e Irán. Sin embargo, tras las primaveras árabes, y con la economía de rodillas, apostó por la reconciliación con el gobierno norteamericano, y se alineó con Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Pero ello no le evitó sufrir una revuelta popular en 2019 que culminó con un golpe de Estado militar que forzó su caída.

Aunque el Ejército prometió llevar a cabo un proceso de democratización, el débil gobierno civil transitorio liderado por Abdallah Hamdok apenas pudo cumplir los dos años. Durante aquel periodo, las ayudas económicas de los países occidentales que apoyaban a Hamdok, sobre todo Estados Unidos y la Unión Europea (UE), fueron más bien cicateras, lo que dificultó la consolidación del nuevo sistema. En octubre de 2021, tanto el Ejército como las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF por su acrónimo en inglés), hoy en conflicto, colaboraron estrechamente para dar un nuevo golpe de Estado con el apoyo de las potencias regionales poco interesadas en el éxito de la democratización, como Egipto o Arabia Saudita.

En su asonada, el Ejército también contó con el respaldo de un viejo amigo de Al-Bashir, la Rusia de Vladimir Putin. El Kremlin está interesado en abrir una base naval en la costa sudanesa en el Mar Rojo, una región que ha ganado importancia a raíz de la guerra en Yemen, y lleva meses negociando esta posibilidad con la cúpula militar en Jartum. Además, el régimen ruso está interesado en los tratos con los militares sudaneses en la explotación de las minas de oro del país, que a menudo se hace de forma ilegal para enriquecer los bolsillos de los cabecillas militares.

El principal beneficiado de este tráfico es el general que lidera las RSF, Mohammed Hamdan Dagalo, conocido como Hemeti. Las RSF fueron las tropas de asalto del régimen de Al-Bashir para reprimir las rebeliones en las provincias más remotas, entre ellas Darfur. Y es en estas zonas donde se concentran las principales minas del país. Según la inteligencia estadounidense, Dagalo colaboró durante años con el grupo Wagner, la agencia rusa de mercenarios creada por Yevgeni Prighozin, para sacar en aviones privados centenares de kilos de oro.

En esta oscura red, que ha convertido a Dagalo, un antiguo comerciante de camello, en el hombre más rico de Sudán, tendría un papel destacado Meroe Gold, una compañía del conglomerado empresarial de Prigozhin. De hecho, Dagalo se hallaba en Moscú en vísperas de la guerra de Ucrania, y sus tropas paramilitares recibieron formación y equipamiento por parte del Ejército ruso.

Vínculos

Al igual que Rusia, tanto Emiratos Árabes Unidos como Arabia Saudita han guardado buenas relaciones tanto con Dagalo como con Abdel Fatah al-Burhan, el máximo responsable del Ejército. No hay que olvidar que Jartum envió soldados a luchar en Yemen en la coalición formada por estos dos países contra los hutíes.

En estos momentos, no está claro el papel de estos tres actores en el conflicto entre los dos generales enfrentados. Probablemente, todos ellos están interesados en una tregua entre las facciones del régimen militar sudanés, y en que Al-Burhan y Dagalo encuentren un entente. Su principal objetivo es el mantenimiento del status quo.

En cambio, el actor que sí está más claramente alineado al lado de Al-Burhan es Egipto, ya que el país árabe, ahora bajo el control del general Abdel Fatah al-Sisi, mantiene unas largas y fluidas relaciones con el estamento militar tradicional sudanés. De hecho, el propio Al-Burhan se formó en Egipto en el marco de la colaboración entre las Fuerzas Armadas de ambos países. El interés de El Cairo por tener un socio fiable en Jartum es ahora mayor que nunca por su conflicto con la vecina Etiopía por el agua del Nilo.

Por su parte, Estados Unidos apuesta por la apertura de una nueva transición democrática, y está mediando entre Al-Burhan y las fuerzas civiles opositoras. Uno de los compromisos entre ambos actores es la integración de las RSF en el Ejército, algo a lo que se resiste con uñas y dientes Dagalo, ya que lo convertiría en un actor subalterno. Antes de su creación en 2013, el núcleo de las RSF formaba parte de la milicia de los Janjawid, que cometieron horrorosas masacres en la guerra de Darfur. El miedo a tener que rendir cuentas por aquellos crímenes ha sido una de las motivaciones que ha llevado a Dagalo y sus hombres a mantener una pulseada con Al-Burhan.

A escasos días del inicio del conflicto, no está claro qué posición adoptará cada una de las potencias con intereses en Sudán, pero no hay duda de que de sus cálculos dependen buena parte del futuro del país africano.

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