Se tomó un respiro de 72 horas en sus apariciones públicas para recuperarse del golpe de las PASO y tomar envión. Se cuidó de poner la cara para anunciar la devaluación acordada con el FMI, pero a partir del 17 de agosto Sergio Massa no se detuvo: hizo 35 anuncios en apenas 37 días.
El ya conocido frenesí massista se ha visto en este tiempo más frenético y más massista que nunca. Desde alivios impositivos, incluidos proyectos de ley aprobados en tiempo récord, hasta inauguración de pasos a nivel y cordones cunetas municipales, Massa lanzó una catarata de golpes de efecto para recuperar protagonismo. Sin embargo, el festival de fuegos artificiales del candidato, ministro de Economía y presidente de hecho siempre termina iluminando a Javier Milei. Los focos se posan cada vez más sobre el mismo actor. Un juego de roles del que no necesariamente se benefician ambos.
Declararon nula la causa de la defraudación con las tarjetas en la Legislatura bonaerense y liberaron al puntero detenido
Dos hechos de esta semana sintetizan esa realidad. La aprobación en Diputados de la reforma del impuesto a las ganancias y el debate de los candidatos a vicepresidente le volvieron a dar centralidad al binomio que Milei integra con Victoria Villarruel. Massa y su compañero Agustín Rossi lo hicieron.
El voto de los dos libertarios en la media sanción del beneficio impositivo para unos 700.000 trabajadores formales, sin una rebaja del gasto público para compensar el impacto en las cuentas públicas que tanto dice preocuparle a Milei, resultó un caso emblemático de exposición mutua y de efectos electorales dudosos.
Al menos dos prestigiosos consultores han constatado en sus grupos focales que la kermés massista es percibida mayoritariamente como una película vieja, ya proyectada demasiadas veces, con nuevos (y no tan nuevos) actores. Un viaje que va de la alpargata de los caudillos conservadores y las zapatillas firmadas por el exgobernador bonaerense Carlos Ruckauf a las promos de estos días. La imagen de Massa en el palco de Diputados rodeado de los muy poco populares sindicalistas, entre los que descolló Pablo Moyano, volvió más sepia la imagen de lo que ya era.
“Nadie rechaza nada, pero todos saben que no es gratis”, explica uno de los especialistas en opinión pública. “No vemos que las medidas sumen mucho más que ayudar a retener a los que ya nos votaron. Apenas compensarán un poco la inflación que golpea sin anestesia. Pero la bronca es demasiado grande”, dice un curtido articulador del peronismo bonaerense, que inmediatamente aclara: “Es lo que nos queda y es lo que le queda a Sergio para tratar de entrar en el ballottage”.
La organización de una campaña en tres tiempos (PASO, primera vuelta y ballottage) que diseñó Antoni Gutiérrez-Rubí, el asesor catalán de Massa, explica tanto esas acciones como la despreocupación (o la satisfacción) por el protagonismo que le dan a Milei. Los rivales en esta etapa son Patricia Bullrich y Juntos por el Cambio. Y en eso coinciden tanto el ministro-candidato-presidente como el libertario. Todas son tácticas de corto plazo. Después del 22 de octubre se verá.
Por eso, la consistencia de las medidas y lo efectos negativos tras la primera vuelta no son asuntos que preocupen hoy al massismo. Tampoco al kirchnerismo duro, que celebra la política expansiva destinada a disimular el duro ajuste que ha venido provocando la inflación en los salarios y en los haberes jubilatorios.
Allí se inscribe la reaparición, este sábado, de Cristina Kirchner para presentar la reedición del libro en el que Néstor Kirchner, con soporte intelectual de Torcuato Di Tella, establecía en 2003 las coordenadas de su proyecto naciente. En ese contexto valora el kirchnerismo la frase de Massa: “Quiero pagarle al Fondo para que no vuelva nunca más”. “Néstor no se murió”, canta el camporismo, aunque le sobren incógnitas sobre las reencarnaciones.
Por las dudas, el candidato estará muy lejos de la universidad de encargados de edificios, creada por el sindicalista y multiempresario Víctor Santa María, donde se desarrollará otra conferencia magistral cristinista. El título del libro (Después del derrumbe) y el de la charla (“De castas, herencias, derrumbes y futuro”) auguran más la presentación de un ideario que un diagnóstico. O, mejor dicho, una fijación de límites para un eventual futuro gobierno massista.
Como es habitual, nadie sabe nada de lo que dirá Cristina Kirchner, pero no faltan prevenciones, más allá de la asiduidad con la que Massa habla con la vicepresidenta y el apoyo que dice recibir para su gestión y su campaña. El cuidado es recíproco. El temor al futuro, también. Aunque por motivos diferentes.
Una de las preocupaciones centrales, que es casi una certeza, es la centralidad que pueda tener en el discurso de la “jefa” su situación judicial, empeorada severamente en la última semana. Quienes se ocupan de la estrategia de la campaña prefieren que hable de otras cosas.
La decisión de la Cámara de Casación de reabrir el juicio por corrupción en el caso Hotesur y Los Sauces contra la vicepresidenta y su hijo Máximo es combustible de alto octanaje para ella, aunque la complica la exculpación de su hija Florencia. “Fue una gran jugada de los jueces para sacarle argumentos. Y eso para ella es mucho peor”, dice un dirigente que la conoce profundamente y que espera una cátedra inflamada.
En el kirchnerismo destacan además que la vicepresidenta llega entonada en su condición de visionaria: fue ella la primera que habló de una elección de tres tercios y hace ya cinco meses, en el acto de lanzamiento de la misma escuela de formación de dirigentes que ahora la recibirá, fue quien subió al ring principal como adversario a Milei. No se le puede negar su capacidad para ayudar a construir oponentes poderosos. Ya lo hizo con Mauricio Macri. Ese recuerdo desvela ahora a muchos peronistas. Tiene sentido.
Si en las altas cumbres del oficialismo abundan las preocupaciones, no son menores las inquietudes y las dificultades que imperan en niveles inferiores, aunque nada secundarios. El crucial territorio de la provincia de Buenos Aires se ha vuelto un océano revuelto en el que bajo la superficie gana intensidad la batalla que protagonizan Máximo Kirchner y La Cámpora con Axel Kicillof.
Contra los entusiastas pronósticos respecto de la reelección de Kicillof que arreciaron después de las PASO, imperan en estos días nuevas dudas, mientras crecen las desconfianzas y sospechas. La sucesión de noticias escandalosas que pusieron en la mira al jefe de Gabinete provincial y aliado de Kirchner, Martín Insaurralde, son la expresión mayor del estado de situación imperante.
Las revelaciones sobre la fortuna personal de Insaurralde a la que le sucedió la detención in fraganti de un puntero peronista que cobraba los sueldos de empleados de la Legislatura provincial donde manda su delfín y candidato a sucederlo en Lomas de Zamora, Federico Otermín, son vistas con tanto recelo como las ausencias o tardanzas que se registraron en la reunión del peronismo bonaerense a la que convocó Máximo Kirchner, principal y estratégico socio de Massa en ese distrito.
La urgente nulidad por cuestiones procesales de la causa de los cobros de sueldos de la Legislatura despierta aún mayores suspicacias. La histórica influencia del peronismo de Lomas de Zamora en la Justicia provincial compite con la torpeza que habrían mostrado en el operativo de detención del puntero Julio “Chocolate” Rigau los policías bonaerenses, motivo por el que se cerró el caso, que de avanzar podría haber salpicado a muchos. El massismo ya había recibido esquirlas.
“No solo no está asegurado un triunfo en Buenos Aires, sino que mucho menos está asegurado que la provincia sea un refugio para La Cámpora y el massismo en caso de una derrota nacional. Eso complica todo. Encima, no hay que descartar traiciones de los derrotados en las PASO o excluidos de las listas por los camporistas”, explica con preocupación un armador del peronismo bonaerense, que esta vez no logra ver bajo el agua. Así de turbio está.
El temor de que el candidato cambiemita Néstor Grindetti aproveche ese estado de cosas y hasta haga una mejor performance que Patricia Bullrich, como ocurrió con Diego Santilli y Horacio Rodríguez Larreta en las PASO, acrecienta las preocupaciones del peronismo. También las de los libertarios, que en las primarias tuvieron sus registros más pobres a un lado y otro de la General Paz.
Por eso, en espejo de Massa actúa Milei. También él se propone sacar de la cancha a JxC el 22 de octubre. Considera impensable que el oficialismo pueda ser un rival más complicado que los cambiemitas, y da por hecho que buena parte de los votos de Bullrich irían a su candidatura si quedara fuera del ballottage.
El anarcocapitalista lo explicitó en la Cámara de Diputados cuando justificó su voto por la reforma en Ganancias. “Si provoca un caos, mejor. Se irán antes”, les dijo a los cambiemitas que, como Luciano Laspina, habían acusado de propiciar una hiperinflación con esa ley. Si había dudas acerca del aprecio por los tiempos y las formas institucionales por parte del libertario, él se encargó de despejarlas una vez más. Como cada vez que descalifica e insulta a quien lo cuestiona a él o a sus proyectos, sea adversario político, Papa o periodista.
La novedad para Milei es que ahora los focos lo iluminan y, al mismo tiempo, lo exponen cada vez más. El riesgo de que un exceso de luz queme la foto soñada siempre está latente. Todavía no ha ocurrido, pero la espuma que provocó su éxito en las PASO perdió espesura y nadie verifica un salto de escala tal como para verlo de presidente en primera vuelta. Con matices en favor de los libertarios, el escenario hoy sigue abierto como en la noche de las PASO. Aunque casi nada sea exactamente igual.
Por eso, hasta quien ha sido su mecenas, como Eduardo Eurnekian, no solo le ha pedido moderación, sino que instaló un calificativo de alto impacto. “No estamos para aguantar otro dictador”, dijo el empresario que lo instaló en las grandes ligas del mundo corporativo del que saltó a la fama mediática y luego a la política.
Debate de vices | Victoria Villarruel se defendió de una acusación de Luis Petri y los registros la desmienten
Ante la exposición de la que goza (y empieza a padecer) Milei y las complicaciones del oficialismo, a pesar del frenesí massista, el golpeado frente cambiemita se ilusiona. Aunque a ellos no les falten problemas internos ni dificultades para encontrar un punto de apoyo.
Un reordenamiento de la campaña y la expectativa de hacer converger a libertarios y peronistas en el ángulo del populismo que ofrece soluciones sencillas (o mágicas) para problemas complejos se suman a los éxitos cambiemitas en las elecciones provinciales como motores de alguna esperanza.
La elección del próximo domingo para gobernador de Mendoza es una etapa clave. Un triunfo de Alfredo Cornejo sumaría otro escalón a la rampa de lanzamiento de Bullrich. Una derrota a manos de Omar de Marchi, apalancado por los libertarios, obligará a revisar seriamente los planes. Este último es un escenario improbable, pero no descartable. El candidato presidencial libertario fue ahí el más votado en las PASO.
El cálculo, la urgencia (o la desesperación) y la incertidumbre electoral obligan a los actores a revisar y reencauzar todo el tiempo sus campañas. Mientras tanto, el festival de fuegos artificiales de Massa sigue iluminando a Milei.