CÓRDOBA.- “La Enmienda” es un emprendimiento que promueve llevar al campo los “grandes avances” logrados en los últimos años en la microbiología. Sus creadores, Leonardo Barragán y Soledad Reinoso, dicen que trabajan para que “en el futuro haya un microscopio” en cada explotación agrícola. “Necesitamos una nueva agricultura, y el conocimiento científico sobre la microbiología será fundamental para ello”, dice Barragán a LA NACION.
Barragán, de 41 años, es ingeniero ambiental y siempre trabajó en energías renovables de alta potencia. Reinoso, 36 años, estudió microbiología del suelo. El emprendimiento comenzó a tomar forma hace cuatro años.
La situación del campo: hoy estamos mejor que mañana
“Me gustaba mucho mi carrera, me iba bien, pero empecé a interesarme por otras cuestiones como la crisis climática y el desarrollo sustentable -cuenta él-. En una charla informal Reinoso me abrió un mundo nuevo desde la microbiología del suelo. Ahí mismo decidimos emprender algo y divulgar los beneficios ecosistémicos”.
En primera instancia generaron el curso “La vida del suelo”, que ya hicieron 400 personas en diez países. Debieron esperar a que terminara la pandemia del Covid-19 para empezar a trabajar para llevar a mayor escala la aplicación de microbiología benéfica (MB). El arranque fue en Lobería, en seis hectáreas de un productor que se les acercó por el curso. Aunque la idea era un ensayo durante dos años en ese espacio, se aceleró a 400 hectáreas.
El trabajo consiste en estudiar la vida del suelo, cuantificar cuánta biomasa hay de microorganismos y, en función de los resultados, recomiendan las enmiendas biológicas sólidas y líquidas a realizarse.
Barragán explica que desarrollaron un biorreactor para aplicar en grandes superficies las enmiendas (realizadas a partir de otros residuos de los campos) y que, por lo general, suelen ser hongos benéficos. “Este esquema permite reducir el uso de agroquímicos, disminuyendo la dependencia del productor de insumos dolarizados y de precio volátil y, además, mejorando el ambiente”, señala.
Otro efecto positivo de la MB es que secuestra carbono. “Mientras más vida en el suelo, menos carbono en el aire”, define Barragán. En unos días comenzarán a trabajar en Laboulaye (sur de Córdoba) en un campo de 400 hectáreas y, después, en una bodega de Cafayate, en dos producciones de cannabis en Buenos Aires y en un vivero de nativas en San Martín de los Andes.
La MB, subraya Barragán, desarrolla la estructura del suelo -crea una suerte de “esponja”, con microporos-, lo que permite “sobrellevar mejor los eventos climáticos extremos cada vez más intensos y frecuentes”.
Por ejemplo, un “suelo vivo” retiene más humedad, permitiendo que los cultivos sobrelleven mejor las sequías; también tiene mejor infiltración por lo que en tormentas severas se reducen las escorrentías superficiales que causan la pérdida de suelo fértil.
También apunta que en el mundo son crecientes las exigencias para comprar alimentos producidos de manera más sustentable, por lo que aplicar MB es “una adaptación a los requerimientos” del mercado.
“Hay quienes nos acusan de querer ‘volver a la Edad Media’ -admite-. Por el contrario, promovemos llevar al campo los grandes avances que se han logrado en los últimos años en relación al entendimiento de la relación simbiótica microorganismos-cultivos”.