Siempre hubo algo de tensión en el trato. Diálogo, sí, pero también cierta desconfianza de un lado hacia el otro y viceversa. Es histórico: Macri y los empresarios argentinos nunca se llevaron del todo bien. Tal vez porque el líder del Pro viene de ese universo y conoce bien las tentaciones que incluye. Las volvió a insinuar ayer, sentado a la mesa del Consejo Interamericano del Comercio y Producción (Cicyp) en la Rural; amable, pero con la desinhibición de quien ya no necesita sobreactuar: la Argentina, planteó, es corporativa porque su establishment económico vive enfrascado en intereses sectoriales. “La mía dónde está”, lo definió ahí, y después repitió la frase en el escenario. Heridas que vienen de 2019.
Lo secundaban Daniel Funes de Rioja, de la Unión Industrial Argentina; Marcos Pereda y Nicolás Pino, de la Rural; Javier Bolzico, de la Asociación de Bancos, y Adelmo Gabbi, de la Bolsa, entre otros. “Mauricio razona a partir de un prejuicio”, se quejó uno de los presentes en voz baja. En la mesa, durante la charla informal, algunos ensayaron una defensa. Le dijeron que la Argentina había cambiado para peor y que el anhelo de una economía competitiva y abierta al mundo, que todos comparten, debía incluir también reformas para que las empresas pudieran trabajar sin distorsiones y en igualdad de condiciones. Exigencias, de acuerdo, pero con algo de alivio o normalidad. Necesitan, por ejemplo, una menor carga impositiva, mejoras logísticas, conectividad e infraestructura. La campaña electoral acaba de agregar, creen los empresarios, internas en la oposición. Las diez plagas argentinas. “El país no puede darse el lujo de otra fractura”, le dijo Funes de Rioja al invitado.
Macri buscó también algunas coincidencias. Se adentró, por lo pronto, en perturbaciones comunes. “El kirchnerismo está de salida, pero ha creado un nivel de anarquía y de destrucción institucional sin precedente -planteó-. Estos pseudo mapuches apropiándose de propiedades de cualquiera en cualquier parte de la Argentina no lo habíamos visto nunca; tampoco este nivel de atropello y dominio de territorio de narcotraficantes”.
Los empresarios lo vieron más tranquilo que otras veces. Él pareció querer mostrarse así. “Para el final dejamos las de sexo”, bromeó cuando Pereda empezaba a leerle las preguntas del público. Ya había hecho algún chiste sobre el tema abajo, en privado. Después lo interrogaron sobre Milei, otra de las inquietudes de todos para octubre, y ahí sí sorprendió: contestó que lo imaginaba disputando un ballottage con Juntos por el Cambio. Un mal presagio para un auditorio que busca exactamente lo contrario: candidatos poco propensos a dar sobresaltos. “No conozco ningún empresario mileísta”, dijo uno de ellos a LA NACION.
“De todas formas, el día después de las elecciones va a haber que trabajar juntos con Milei”, le insistió Pereda a Macri. “Va a tener muchos diputados -contestó-. Y espero que ponga diputados ideológicamente sólidos y que no le pase como le pasó a quien les habla: al principio, siempre están estos vendedores de fiscalización, que te hablan de política. Vos creés que saben un montón de política y, después de que los ponés, a los diez minutos se fueron al bloque de enfrente y te cobran, y te intentan extorsionar en cada ley que querés sacar. El desafío de Milei es juntar gente realmente que represente ideas liberales puras”.
¿Era una alusión a Massa, aquel aliado de Juntos por el Cambio en 2016 y hoy el funcionario del Gobierno, con quien los empresarios tienen la mejor relación? ¿Otro sutil reproche al auditorio? Es probable. Hace tiempo que Macri cree que la Argentina corporativa incluye a casi todos.
Fuente: La Nación. Ver nota completa.