Sostiene la OCDE que el 70% de todo el comercio internacional en el mundo ocurre dentro de las llamadas cadenas globales de valor (CGV). Ese comercio internacional alcanzó en 2022 (según Unctad) el récord histórico de 32 billones de dólares.
Las CGV se han convertido en sistemas de vinculación de organizaciones económicas de diversa condición (empresas productoras, inversores, inventores, prestadores de servicios, formadores de recursos humanos, proveedores varios), que desde distintas localizaciones (diferentes países o mercados) integran sus aportes de modo regular y sistémico para conformar un proceso productivo múltiple, complejo e internacionalizado.
El fenómeno de las CGV comenzó a emerger hace unos 30 años, pero en los últimos tiempos está viviendo un cambio sustancial. Hay quienes -incluso- han dejado de llamarlas cadenas de valor. La revolución tecnológica, los nuevos requisitos de calidad, los renovados modelos de organización productiva y la amenazas varias (geopolíticas, climáticas, productivas) las redefinen en tres grandes aspectos.
Por un lado, se está produciendo una mutación desde la idea lineal de encadenamiento hacia una circular y en red (ecosistemas) que permite flexibilidad, cocreación y la participación de agentes nuevos (lo que requiere que la empresa se conciba más como socio que como proveedor).
En segundo lugar, el componente dentro de la cadenas es crecientemente intangible (datos, información, saber productivo, ideas -sostiene el MGI que ya más de la mitad del comercio internacional planetario justifica su valor en intangibles-).
Y, adicionalmente (y en tercer lugar), las exigencias para participar en estas CGV son crecientes: hay que acreditar atributos.
Un trabajo de KPMG anticipa para la inminente evolución futura de las CGV la preeminencia integral de tecnologías apropiadas (right-tech), la elevación de las capacidades de los trabajadores inmersos en ellas, la incremental exigencia ética de quienes son parte (ethical supply chains), el ordenamiento de todo el proceso ante los datos y hacia el consumidor final (customer-centric) y la especificación tecnologizada (micro-supply chain).
Por su lado, el WEF advierte que 5 fenómenos están ya transformado las CGV: de ser procesos globales homogeneizantes pasan a ser multiconecciones de cadenas locales integradas (complejidad); de la digitalización productiva se pasa a la totalidad digital integrada (from “doing digital” to “being digital”); de la búsqueda de las economías de escala se procede a la economía de calificación (“from economies of scale to economies of skills”); de la regulación metodológica se avanza hacia la innovación dinámica; y del paradigma del menor costo (eficiencia) se evoluciona hacia el del mayor valor (generado en el cliente).
Algo crítico en toda al economía internacional, y en estos sistemas en particular, es la irrupción del fenómeno de los datos como principal insumo productivo (tal como explica reiteradamente Bernard Marr). Ahora se requiere mayor flexibilidad, adaptación, anticipación y coordinación. Descubre Bill Schmarzo (que sentencia que “data is the new oil”) el nacimiento de una nueva disciplina: la nano-economía, que cambia el rol del cliente, que de ser un mero consumidor-receptor del producto pasa a ser un partícipe del proceso productivo al asumir la interacción que genera el big-data post venta (el gran insumo de la nueva economía).
Resulta en consecuencia muy relevante hacer una advertencia en relación a la participación argentina en este fenómeno. La economía argentina mantiene una escasa participación histórica en las CGV: el porcentaje de nuestras exportaciones que ingresan en ellas (poco más de un tercio del total) apenas se aproxima a la mitad del promedio mundial.
Por ende, las exigencias productivas internacionales crecientes nos añaden un nuevo desafío: participar más intensamente en ellas (lo que es un viejo requisito) pero a través de una nueva adaptación (lo que es un nuevo requisito que se añade al anterior).
Estamos ante una urgencia: desarrollar atributos en las empresas internacionales. La participación efectiva en las CGV no se logra a través de meros buenos productos sino a través de adecuadas empresas. La competitividad en las CGV no se refiere a “competir contra” sino a “ser competentes para”.
Christofer Svensson desarrolló hace un tiempo la idea de la “legitimidad” de la empresa como atributo para ser elegible. Y enseñó que hay tres tipos de legitimidades competitivas: la pragmática (asegurar buenos productos presentes), la cognitiva (garantizar el acompañamiento en la evolución tecnológica) y la moral (credibilidad reputacional). Así, mejorar resultados en la inserción externa argentina nos interpela con exigencias profundas.