Los cartoneros, laburantes con tareas que se originan en cambios tecnológicos

Se los ve por toda la ciudad; se mueven con carros desvencijados –que cuidan, porque constituyen el grueso de su capital–; procesan con atención lo que juntan, para maximizar lo que pueden llevar en cada viaje hasta el lugar de destino, y no los paran la lluvia, el calor o el frío. Se trata de mujeres y hombres, de las edades más diversas, que todo el mundo conoce como cartoneros. Son laburantes, por lo cual hay que ser muy necio o mal intencionado para confundirlos con los planeros o con quienes interrumpen el tránsito para reclamar. Estamos delante de uno de esos casos en los cuales el cambio tecnológico generó trabajo.

Al respecto, conversé con el argentino Simón Teitel (1928-2020), quien trabajó en Naciones Unidas, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y en el Banco Mundial. Su hija Ruti decía: “Mi padre enfatizaba la importancia de la creación de los incentivos correctos tendientes a promover la innovación, aumentar la productividad y generar empleo. Sus ideas ejemplificaron la esperanza de que una política industrial basada en la evidencia pudiera cambiar la economía política en América Latina”. Gracias a él y a Moshe Syrquin, en 1980 conocí Israel, porque ambos organizaron, en la Universidad Bar Ilan, un congreso en honor de Raúl Prebisch. Falleció víctima del Covid-19, como los argentinos Manuel Luis Cordomi, Carlos Vido Kesman y Antonio Ignacio Margariti, y el brasileño Claudio Geraldo Langoni.

–Jorge Miguel Katz explica que habías preparado tu regreso a la Argentina, pero que finalmente no se concretó.

–Así es. Pensaba traer un programa de investigaciones micro, sobre transferencia de tecnología y aprendizaje local, que financiaría el BID. A último momento decidí quedarme en Estados Unidos, obligando a Beatriz Arretche, mi jefa en el BID, a buscar un reemplazante para dirigir el proyecto. Katz aceptó el ofrecimiento y armó una extensa red, en diversos países de la región, que durante 8 años estudió distintos sectores y plantas industriales de la Argentina, Brasil, Colombia, México, Venezuela, etcétera. En algún momento tomó contacto con Prebisch para explicarle el proyecto. En la Cepal, la mirada evolutiva de lo micro se consolidó durante las etapas de Gert Rosenthal y José Antonio Ocampo.

–¿Cuál es tu concepción del cambio tecnológico?

–La tecnología no solo involucra equipos y máquinas, sino también un conjunto de instituciones generales acerca de cómo hacer las cosas, los conocimientos y las capacidades para llevarlas a cabo de forma eficaz. Las formas organizacionales intrafirmas, las relaciones entre las empresas y entre éstas y los institutos de investigación aparecen como estímulos o desestímulos fundamentales en los aprendizajes empresariales.

–Ayudanos a entender lo que podríamos denominar “la economía de los cartoneros”.

–Hagamos un poco de historia. En tu Liniers natal, a mediados del siglo XX la basura era basura. Quiero decir, las mercaderías no se tiraban porque sí. Uno se desprendía de los zapatos, las prendas de vestir, etcétera, cuando literalmente no daban más. Y lo mismo ocurría con la plancha, la radio, etcétera.

–Así es. ¿Cómo se recogía la basura, entonces?

–Con un carro tirado por caballos. El basurero volcaba el contenido del tacho en la parte posterior del carro, que tenía un lugar para separar las botellas. El resto, la basura-basura, se llevaba a terrenos que originalmente quedaban lejos de la ciudad, y con el correr del tiempo no tanto. En dichos lugares algunas personas revisaban la basura buscando algo de valor.

–En algún momento se produjo un cambio tecnológico.

–Que no afectó a las casas, pero sí a los edificios. Apareció el incinerador. Quienes vivían en los departamentos que se iban construyendo, en vez de sacar la basura a la calle, la tiraban desde su propia vivienda al subsuelo, donde había un aparato que la quemaba.

–Buenísimo. Pero eso no existe más. ¿Por qué?

–Porque contaminaba el aire. Por lo cual se prohibió su uso y hubo que volver a recoger la basura. Claro que no en las condiciones anteriores.

–¿Cuáles fueron las diferencias?

–Un par. Por una parte, los carros con caballos fueron reemplazados por camiones que utilizan combustible. La segunda diferencia es más importante, dado el motivo de esta conversación. Me refiero al hecho de que los camiones compactan la basura que recogen.

–¿Por qué lo hacen y cuál es el problema?

–Compactando la basura, en un viaje transportan el equivalente de carga de varios carros. El problema es que, compactándola, destruyen el valor que contiene la basura en la actualidad. Y como la destruyen, obligan a que la tarea que antes se realizaba en los basurales ahora se realice cerca de cada contenedor, entre el momento en que los encargados sacan la basura y el momento en que pasan los camiones.

–Estamos delante de un caso curioso, porque el cambio tecnológico se asocia con un ahorro de mano de obra, pero en este caso la modificación creó trabajo.

–Exacto. Los cartoneros son laburantes, separan todo lo que tiene cierto valor de recupero, de la basura-basura, ellos también compactan lo que separan, pero a mano, para poder llevar en los carros que utilizan la mayor cantidad de productos posible. Y los llevan a determinados lugares en los cuales camiones no compactadores llevan los cartones y otras mercaderías a lugares de destino.

–Una ocupación sacrificada, poco remunerativa y expuesta a todo tipo de avatares.

–Totalmente de acuerdo, pero no por ello criticable. Por eso, indigna la forma despectiva con la cual muchas veces se los trata. No roban, trabajan. Seguramente que cuando les aparece una mejor alternativa la aceptan, pero mientras tanto no se la pasan cortando avenidas, reclamando planes.

–Constituyen un buen ejemplo de economía informal.

–De los cuales hay tantos. Juan Carlos, si como dicen nuestros colegas, quienes estiman que en nuestro país alrededor de 40% de la economía es informal, entonces existen millones de compatriotas que luchan por su existencia en condiciones más o menos similares. Lo que ocurre es que tienen menos exposición pública que los cartoneros.

–Ya que te tengo, inolvidable mi primera visita a Israel, gracias a tu invitación. Pude volver en 1989 y 1990. Seguramente que si viajara hoy me encontraría con “otro país”. Inolvidable también por el almuerzo que, de manera casual, Katz y yo compartimos con Prebisch.

–Eso fue en 1980, es decir, antes de los programas antiinflacionarios argentino e israelí, aplicados a partir de 1985. Israel dejó de tener inflación desde entonces, la Argentina volvió a las andadas menos de un año después de haber lanzado el programa. En Israel dicen que “aquí nunca hay un momento aburrido”. En la Argentina tampoco, aunque por razones distintas.

–Recordado Simón, muchas gracias.

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