Al agradecer su ajustado pero sorprendente triunfo del domingo a sus perros, Milei se atuvo a la tradición milenaria de manifestar desdén por los adversarios políticos enviando animales al frente de los conflictos.
La jauría integrada por el viejo Conan, que está muerto y al que siempre nombra, y los más jóvenes Murray, Milton, Robert y Lucas ha sido una parte del círculo íntimo de afectos que el fundador de La Libertad Avanza ha puesto hasta aquí al descubierto. Si a juicio del candidato cuyo nombre se estampó estos días en las páginas de la prensa mundial la manada cumplió en su favor un papel relevante en los resultados electorales del domingo, habría razones para acrecentar el desconcierto general que nos abruma.
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Como ha habido leves indicios de que Milei, por la voz de asistentes, ha comenzado a edulcorar algunas de sus más alarmantes propuestas –como la de cerrar el Banco Central, entendida ahora como una manera de que deje de emitir moneda con irrefrenable manía compulsiva–, tal vez debamos acostumbrarnos a un nuevo tipo de metáforas en la política argentina. Tiempo atrás, el presidente Alberto Fernández, con aires de estadista e historiador, proclamó: “El capitalismo ha fracasado”. Y bien, si fuera verdaderamente así, hacia dónde quiere que el país y su alicaído candidato y ministro se encaminen: ¿hacia una sociedad no capitalista?
Milei puede habernos dejado con la boca abierta por sobrados motivos, pero no precisamente por los animales. Estas criaturas han figurado desde la antigüedad tanto en los dramas como en las comedias políticas. Los historiadores modernos ponen en duda la aserción de Suetonio sobre los supuestos propósitos de Calígula, en el siglo I después de Cristo, de elevar a Incitato, su caballo preferido, a la condición de sacerdote y de cónsul. Rebajan esa leyenda a la hipótesis más verosímil de que lo único que procuraba Calígula era ridiculizar al Senado, al que tenía en contra.
Por tal vía de razonamiento cabe pensar que cuando Milei confirió a sus perros un estatus considerable en la evolución del proceso electoral que apenas ha comenzado, pero que tanta conmoción ha producido, lo hizo sin más propósito que zaherir como Calígula a la casta política dominante.
Un año después de que Arturo Frondizi estuviera en el poder en la Argentina, un movimiento de origen estudiantil llevó al triunfo en San Pablo, en elecciones de concejales, a un rinoceronte. Igual a lo que habrían hecho aquí las autoridades de distrito y los solemnes jueces de la Cámara Nacional Electoral, la victoria de Cacareco –así se llamaba la pobre bestia– fue anulada; por lo tanto, nunca asumió el cargo para que el que había sido ungida.
La Justicia pierde a menudo el rumbo, pero liberarle el sitial de edil que estaba en juego habría sido una demasía histórica en línea con el pronunciamiento del ministro bonaerense Andrés Larroque –originario de La Cámpora, claro– de que “el infierno está muy cerca”. ¿Solo se ha dado cuenta de esto ahora a raíz del cuadro electoral del domingo y no lo advirtió cuando el gobernador Kicillof declaraba, durante su paso por el Ministerio de Economía de la Nación, que no creía en la seguridad jurídica? ¿En qué cree esta gente? ¿En la destrucción de toda norma de convivencia civilizada y en la refundación de la república por el terror de un gobierno revolucionario como proponía Robespierre, en su discurso parteaguas de diciembre de 1793?
Anticipándose a Milei como dramaturgos improvisados en la idea de incorporar animales al casting de la política, los muchachos paulistas fundamentaron la candidatura de Cacareco en que “es mejor elegir un rinoceronte que un asno”. La elección fue un sonoro cachetazo en circunstancias en que el gobernador de San Pablo era Adhemar de Barros, político populista y corrupto, tan corrupto que sus prosélitos vociferaban, otorgándole veracidad a las críticas, Adhemar rouba mas faz.
En las últimas décadas, el movimiento animalista, de defensa de la integridad y dignidad de estos otros hijos de la naturaleza ha crecido a la par de las luchas por el cuidado ambiental y la igualdad de géneros. Se despueblan y desaparecen zoológicos y los circos de antaño revisan con nuevas atracciones la agenda de sus actividades; se hace rendir cuentas al ciudadano que osó matar un puma en la provincia de Buenos Aires –acaso descendiente de aquel tigre cuya presencia impulsó al caudillo riojano a colgarse en desesperación por horas de la copa de un árbol, en la memorable escena del Facundo– y se prohíbe poner un límite a plagas que arrasan con los pocos pastos de la meseta patagónica de que pueden nutrirse los ovinos.
Pero el animal, como mascota celebrada en la política, con intención aviesa o por divertimento, sigue siendo en la contemporaneidad el recurso extendido por el mundo al que apeló Milei. Cacareco, por así decirlo, fue clonado desde 1960, casi hasta fines de siglo, en la política canadiense. Hasta hubo un Partido de los Rinocerontes, fundado por un tal Jacques Ferron, que se proclamaba, por oposición al marxismo-leninismo, marxista-lennonista. Adscribía a los postulados de Groucho Marx y de John Lennon.
En línea con algunas tesis disparatadas que se lanzaron en la campaña por las elecciones internas y abiertas del domingo, el partido de los Rhinos proponía abolir la ley de gravedad y declarar la guerra a Bélgica a raíz de que en uno de los cómics de Las Aventuras de Tatín se había matado a un rinoceronte. Uno se pregunta sobre el porqué de la popularidad de esos animales en extinción en sus hábitats africanos, y la única explicación más o menos convincente que se haya dado sobre su relación con actores de la política es que son animales de piel gruesa, de movimientos lentos y que ganan en velocidad cuando se perciben en peligro. Omitamos el tema de los cuernos. Con aquellos elementos alcanza para la pregunta que sigue: ¿es así como Milei caracterizaría a los miembros de la casta política de la que es flamante adquisición, según sus detractores? Esto lleva al recuerdo de una encuesta online elaborada en 2017 por Opinaia Parrel & Customers, publicada en su momento por la nacion. Tenía un tufillo oficialista en esos días de gobierno macrista, pues Macri y Carrió aparecían como leones en la imaginación de los encuestados, y Cristina Kirchner, como serpiente. María Eugenia Vidal fue descripta por entonces también como leona y no sabemos cómo lo sería ahora. Apuesto doble contra sencillo que algunas categorizaciones de esta índole han sufrido cambios en el imaginario colectivo.
Fue un celebrado dibujante norteamericano de la segunda mitad del siglo XIX, Thomas Nast, quien popularizó dos de las mascotas más perdurables de una política que trasciende los confines del propio país. El burro del Partido Demócrata y el elefante del Partido Republicano. Ambos nacieron como hijos de la mordacidad. El primero, con el propósito de caricaturizar la terquedad del general Andrew Jackson, primer presidente demócrata. El segundo, para destacar la obstinación y torpezas de otro general, Ulysses Grant, cuando a mediados de la década de los setenta, después de la guerra civil en que había sido comandante general de los ejércitos de Lincoln, pretendía acceder a un tercer mandato presidencial. Lo autorizaba la Constitución norteamericana hasta la enmienda que siguió a las cuatro elecciones seguidas de Franklin Roosevelt, en el siglo XX: 1932/36/40/44.
Como los perros tienen fama de leales, en general de inteligentes y, en el caso de Milei, disponen de la ventaja de ser escuchados por el amo agradecido, habría que desear que en sus primeros ladridos le adviertan de algunas desmesuras incomprensibles. No es la menor la idea de romper con China, la potencia que compró, según informa la Bolsa de Comercio de Rosario, a la Argentina productos agropecuarios por valor de 5900 millones de dólares en 2021 y las aumentó a 7500 millones de dólares en 2022.
¿Cómo va a edulcorar esto otro, Milei, tan muertos como estamos en materia de dólares?