¿Qué tienen en común empresas como Celulosa, Georgalos, Canale, Mastellone, Telecom o Vicentin con Boca? No necesariamente una relación de auspicio. Todos recurrieron en algún momento de las últimas cuatro décadas al Estudio Alegría, Buey Fernández, Fissore & Montemerlo para resolver situaciones asfixiantes desde lo económico que los obligaron a entrar en un concurso preventivo o a reestructurar una deuda que se tornó insostenible.
Fundado en 1976 por Héctor Alegría, especialista de alta reputación en derecho comercial y concursal –miembro de la comisión redactora de la propia ley de concursos y de la ley que impulsó el mercado de capitales, en los años ‘70, entre otros logros de su larga trayectoria-, el estudio es la principal referencia en materia de concursos y quiebras en el paisaje de los abogados de negocios de Buenos Aires. A lo largo de su historia prestó asesoramiento en más de 180 concursos y reestructuraciones de deuda de empresas grandes, como las mencionadas al comienzo y a las que pueden añadirse muchos otros nombres, cuentan sus socios Pablo Buey Fernández, Gabriel Fissore, Miguel Montemerlo y Javier Alegría (hijo de Héctor).
Los cuatro abogados están al frente del estudio hace más de una década, desde que su fundador –quien hoy tiene 88 años- se retiró de la práctica diaria. Sus recorridos están ligados casi con los orígenes de la firma: Buey Fernández y Montemerlo –que es contador público especializado en sindicatura concursal, una innovación que adoptó la firma en sus comienzos para complementar el enfoque legal- empezaron a trabajar en el estudio en 1980, y Fissore en 1984. Alegría entró en 1996, mientras estudiaba derecho.
Apostados en sus oficinas de la avenida Santa Fe en un exquisito edificio centenario, a lo largo de los años vieron pasar de todo: desde la salida de la “tablita” de Martínez de Hoz en 1981 y la híper de 1989 al default y la ruptura de contratos post 2001, pasando por todas las recesiones que estrangularon al sector privado a bordo de la montaña rusa macroeconómica argentina, hasta llegar al crítico momento actual.
“En los primeros años, gran parte del trabajo del estudio fue resolver problemas de quiebras, como la del Hotel Alvear en su momento. En la década del ‘80, hubo casos icónicos, como el de Celulosa, y en 1984, el de Boca: el estudio asesoró al club para evitar que le remataran la cancha, durante la presidencia de Antonio Alegre. El diario Crónica tituló en esa época: un concurso alegre de Alegría”, recuerdan los socios.
Canale, Bonafide, Casa Muñoz, La Serenísima (Mastellone), Thomson & Williams, Resero, Zanella, El Hogar Obrero son algunas de las empresas que allá por los ‘80 buscaron el auxilio de Alegría para enfrentar sus problemas financieros a través del concurso. Más cerca en el tiempo, Telecom, Acindar, Autopistas del Sol y Multicanal apelaron a los servicios del bufete para cerrar un Acuerdo Preventivo Extrajudicial (APE) y reestructurar sus enormes deudas en dólares luego de la salida de la convertibilidad en 2002. De los casos de hoy, entre los más relevantes que siguen en curso figuran Molino Cañuelas y Vicentin. Otras reestructuraciones importantes de los últimos años en la que intervinieron los socios fueron las de SanCor, Cartellone y Carsa, una de las dueñas de Musimundo, siempre entre las que fueron públicas.
“Hay clientes que se esconden en la sala y no quieren aparecer”, admite Montemerlo, en alusión a lo que representa para una compañía, desde lo simbólico, el hecho de pensar en concursarse y tocar el timbre de Alegría. Pero en el estudio desmitifican esa imagen. “Decir concurso es mala palabra para muchos. Vienen con un trasfondo cargado de lo que les dicen los proveedores, los bancos, de que no pueden pensar en eso. Pero después de hablar con nosotros se van con otra visión”, apunta Javier Alegría.
“No hay que quedarse a vivir en el concurso. Se puede entrar, reestructurar, cumplir y salir. Es un remedio, no una residencia permanente”, complementa Fissore. “En los ‘80, el concurso se usaba para reestructurar deuda; en los ‘90, para reestructurar y vender [la empresa a un extranjero]. Es la amplitud de la solución preventiva, que no solo sirve para que el dueño resuelva su situación, sino también para poder acomodar la empresa y venderla”, agrega.
“Los APE fueron una gran herramienta para empresas que estaban en el barrio equivocado cuando explotó la crisis [de 2001]. Si no hubiera existido el APE y los concursos, ¿qué hubiera sido de esas empresas?”, resalta por su parte Buey Fernández.
El trabajo del abogado de concursos tiene mucho de psicólogo y de saber contener, comparten. De quitar fantasmas, explicar las alternativas posibles y contribuir a un baño de realidad para la empresa urgida por sus deudas. Un primer paso para ese objetivo es mostrarles ejemplos de otras firmas que pasaron por la misma situación y siguieron en pie: “Eso siempre ayuda”.
Los socios hablan de un “pre quirúrgico” cuando llega el cliente (que puede ser desde el director financiero en un primer contacto hasta el propio dueño, de los más grandes en la Argentina): se analiza la situación en la que está la compañía y se trazan planes estratégicos, una opción a y una opción b. “No te podés negar a considerar ningún escenario. Hay que acompañarlos, que sepan lo que deben hacer para no empeorar la situación, y las alternativas que tienen. A veces, en el afán de no caer en un concurso, las empresas lo terminan causando. El rubro en el que operan es muy importante para el tipo de solución”, resumen.
Para Buey Fernández, la cuestión de fondo es que el negocio de la compañía tiene que funcionar, más allá de un eventual concurso. “Es un problema del pasivo el concurso. Ayuda a contener y reestructurar en forma razonable el pasivo. Pero no es un negocio de mercado el concurso”, sintetiza.
La hora de negociar
Sentados a la mesa de negociación frente a acreedores irritados que quieren recuperar su dinero, los abogados parten de una posición. “La actitud ante los acreedores es: hacete socio para que la empresa salga. Es la mejor solución para todos. Si entramos en una lucha para quedarse con los pedazos, nos consumirá esfuerzos. Si contribuís, es distinto”, devela Buey Fernández.
“Tratamos que la propuesta del deudor sea la mejor que puede hacer. Tampoco pretendemos que el cliente se lleve todo y el acreedor se sienta esquilmado. Es construir una propuesta, un trabajo conjunto. La confrontación por amor al conflicto no es constructiva. Es un camino”, complementa Fissore.
Cuando las soluciones son constructivas, los juzgados comerciales que deben homologar el acuerdo suelen apoyarlas, agregan. Por lo general quieren la continuidad de la empresa y de las fuentes de trabajo, y eso contribuye.
¿En qué punto están las consultas hoy, con una inflación anual de tres dígitos y la economía en contracción por el enorme desorden de las variables? “Muchas empresas tienen todo preparado en forma preventiva y deciden si se presentan o no en concurso como última opción. Es lo que les decimos nosotros: busquemos otras alternativas antes de recurrir a la presentación concursal. Las condiciones se agudizaron, la carga fiscal es fenomenal para muchas empresas y hay mucha conflictividad laboral. Pero el ambiente está convulsionado para presentarse en un momento como éste. Hay que saber esperar. Cuando hay tormenta, nadie quiere salir a ningún lado”, afirman.
“Ningún actor quiere empujar a otro para causar una crisis. Todo el mundo trata de ir llevando las cosas de la mejor manera y está haciendo el máximo esfuerzo para no tener que recurrir al concurso. Hemos tenido casos de empresas a las que presentamos en concurso y luego las sacamos, con consentimiento de los acreedores, como fue el caso de Musimundo. Reestructuramos su deuda con consentimiento y más tarde volvimos a reestructurar”, ejemplifican.
Entonces vuelven al punto de que el concurso puede ser transitorio y hay vida después de él. En 2001, como una solución para resolver sus problemas, el estudio le sugirió a su cliente Georgalos que vendiera su activo más importante, la marca Mantecol, a la multinacional Cadbury. Fue un remedio doloroso que le permitió a la empresa local levantar el concurso y tomar aire en aquel momento. Vueltas de la Argentina cíclica de por medio, en 2022, 21 años después, la misma Georgalos recompró Mantecol a Mondelez (que se había quedado con los activos de Cadbury a nivel global años atrás).
Un ejemplo que los hombres detrás de los concursos más importantes se encargan de subrayar como cierre.