Las mil máscaras de Sergio Massa

A comienzos de la semana pasada, cuando el dólar estaba arañando los 500 pesos, Cecilia Moreau amenazó: “Ahora van a conocer al verdadero Massa”. Un gracioso reaccionó en una red social: “Era hora, porque ya hemos conocido como 50″. La tendencia de Sergio Massa a multiplicar sus personalidades es un lugar común de la política nacional. Ahora esa inclinación irrefrenable está alcanzando nuevas marcas. La disociación comenzó a globalizarse. El ministro descendió hace tres semanas de un jet privado en Washington, envuelto en la bandera de los Estados Unidos, para confirmar su alineamiento en la agenda regional de Joe Biden contra China. Hasta realizó una escala en República Dominicana para visitar a la subsecretaria de Estado, Wendy Sherman, encargada de sostener esa política en América latina. Tal subordinación perseguía un propósito principal: conseguir el apoyo de la Secretaría del Tesoro para que el Fondo Monetario Internacional (FMI) adelante los desembolsos previstos para el resto del año, de tal manera que el Banco Central pudiera neutralizar su dramática caída de reservas.

Como de costumbre, Massa fue sembrando sus acciones con declaraciones off the record en la prensa. Así explicaba que el gobierno norteamericano estaría condenado a apoyar a la Argentina por razones geopolíticas, ya que Lula da Silva se había aproximado a Pekín para establecer una mesa de negociación entre Rusia y Ucrania. Frente a ese Lula divergente, que además había consagrado, con el apoyo chino y ruso, a Dilma Rousseff como presidenta del banco de los Brics, Massa se ofreció como el amigo occidental y cristiano.

Las negociaciones con el Fondo son más lentas y, sobre todo, más difíciles de lo que Massa había imaginado. Y el Central seguía perdiendo dólares. Era la hora de cambiar de bandera. El ministro ofreció una conferencia de prensa con el embajador de China, Zou Xiaoli, para activar el swap de monedas acordado en noviembre del año pasado. Mediante ese instrumento, las importaciones chinas se podrían pagar con yuanes, y no con dólares, por un monto de 1.040 millones de dólares en abril y de 790 millones a partir de mayo.

No hay demasiada novedad en este mecanismo. Salvo que ahora el uso de yuanes, que se daba por goteo y con autorizaciones específicas de Pekín, se aceleraría. El intercambio tiene una condición que a veces cae en el olvido: llega una fecha a partir de la cual hay que devolver los yuanes, para lo cual hay que gastar dólares. Dicho de otro modo: la caída de reservas no se cancela, se posterga.

Todavía no se ha develado la contraprestación que exigieron los chinos. Pero quienes conocen la relación bilateral apuntan un detalle: una de las cuestiones del orden del día del Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom) para su reunión de hoy, fue eliminada de la agenda y postergada para la próxima sesión. Es la aprobación de los pliegos para la adjudicación de las frecuencias 5G del espectro radioeléctrico. China tiene un interés especialísimo en que se favorezca a la empresa Huawei. El último borrador de esos pliegos establecía que los concesionarios deberían pagar en dólares billete. Una versión insistente afirma que, además, se establecerá que las importaciones de equipos para el nuevo sistema debería pagarse en yuanes. Como si se estuviera reservando un mercado para los chinos de Huawei. El presidente del ENACOM, Claudio Ambrosini, es un feligrés de Massa. Si el desenlace fuera el que se acaba de describir, sería sorprendente. El ministro prometió varias veces a los funcionarios de los Estados Unidos que la Argentina desalentaría el uso de tecnología china. Ahora se estaría dando vuelta. Inconfundible.

Es posible que las negociaciones con China se demoren mucho más de lo que exige la sangría del Central. La caída de depósitos imprimió una nueva urgencia. Por esa razón Alberto Fernández y Massa viajaron a Brasil. El Presidente había preparado esa visita en una larga conversación con Lula el jueves por la mañana. El líder del PT lo recibió con un afecto conmovedor. Y demostró ese talento que lo ha convertido, acaso, en el líder más habilidoso de América latina: por si había algún brasileño inquieto por el destino del patrimonio nacional, aclaró que Fernández volvería a Buenos Aires con cariño pero sin dinero. La negociación con Brasil tiñe todo el proceso de una comicidad inadecuada. Massa fue a pedir a Brasilia que su colega, Fernando Haddad, hable con el Fondo a favor de la Argentina. Es decir: fue a pedir la recomendación de Brasil ante las autoridades de un organismo al que, hace tres semanas, le solicitó recursos con el argumento de que “no somos Brasil”. Lula concedió, ¿qué le costaba? Habrá que ver cómo cae su patrocinio entre los funcionarios de Biden, que lo acaban de acusar de “repetir como un loro los argumentos de Putin”.

En Brasilia se habló de las efectividades conducentes. Lula, sindicalista que pasó buena parte de su vida negociando plata, demostró que puede ser resbaladizo sin perder la calidez. Se consideró la posibilidad de favorecer el uso de reales en el comercio bilateral, con exportaciones brasileñas financiadas por el BNDES, el banco local de desarrollo. Eso sí: esas operaciones deberían ser garantizadas por el Banco Central de la República Argentina. En la explicación de estos procedimientos, que pueden demorarse, Fernández agregó otra nota risueña: dijo que se procuraba favorecer a los exportadores brasileños “para que puedan recuperar el mercado que perdieron a manos de competidores chinos”.

Las emocionadas argumentaciones de Fernández debieron competir con las que expuso en CNN Brasil William Waack, uno de los más prestigiosos periodistas brasileños. Waack informó en portugués que los argentinos habían viajado a Brasilia el día en que las reservas del Banco Central habían llegado a un piso histórico, que las colocaba, quizá, por debajo de cero. Es decir, cuando ya se ven impedidas importaciones esenciales. Dijo que a esa situación se había llegado por una política fiscal calamitosa, propia del populismo peronista, capaz de hacer llegar la inflación por encima del 100% anual. Waack sintetizó que Fernández encarna la letra del tango Cuesta Abajo (“Ladeira Abaixo”, dijo).

La circuito trazado por Massa y su acompañante Fernández pasará a la historia del disparate diplomático. Se le pidió a los Estados Unidos que premie a la Argentina porque, a diferencia de Brasil, se abstiene de emprender aventuras internacionales con los chinos. A los chinos se les ofreció limitar el comercio en moneda norteamericana y adoptar el yuan, a cambio -es una conjetura- de favorecer a Huawei en el desarrollo del sistema 5G. Y a los brasileños se les solicitó incrementar sus exportaciones a Argentina, para quitar mercado a sus competidores chinos. Se podría pensar que Massa transita por este triángulo incoherente suponiendo que sus interlocutores desconocen Internet. Es decir, que cada uno no se entera de lo que está prometiendo a los otros dos. El descalabro es hijo de la asfixia. El de Massa, el de Fernández, se ha convertido en un gobierno pedigüeño movilizado por la desesperación.

El objetivo central del oficialismo es no devaluar. Esa pretensión amplía la brecha entre el dólar oficial y los dólares financieros, profundizando el desajuste: las exportaciones se retraen y las importaciones se potencian. Para achicar la diferencia el Banco Central interviene en el mercado de divisas y sigue perdiendo reservas. Ayer entregó otros 125 millones de dólares.

Si pretende sostener esta estrategia, a Massa no le alcanzará con reemplazar dólares por yuanes o reales. Tiene que conseguir dólares. Y la única fuente en la que abrevar es el Fondo. Allí aparece una contradicción difícil de salvar: los desembolsos de esa institución están destinados a que la Argentina devuelva el crédito que se le otorgó durante la gestión de Mauricio Macri. En consecuencia, si Massa utiliza esos recursos para evitar una devaluación, Georgieva habrá contribuido a que Massa entre en default con el propio Fondo.

Así se explica que el Fondo disienta con las intervenciones del Central en el mercado. La cuestión presenta una curiosidad. En el acuerdo original, negociado por Martín Guzmán con el organismo, no existía prohibición alguna de operar en el mercado de cambios utilizando reservas. Esa restricción fue aceptada por Massa en la revisión de marzo de este año. Figura como una novedad en el parágrafo 26 del memorándum.

Para escándalo de Cristina Kirchner, fue Massa, y no su denostado Guzmán, quien entregó la “soberanía cambiaria”. La transferencia de dólares del Fondo puede encontrar otra piedra en el camino: la denuncia penal de los diputados Paula Oliveto, Juan Manuel López y Victoria Borrego, de la Coalición Cívica, para que se investigue si en la Secretaría de Comercio, a cargo de Matías Tombolini, se han exigido sobornos para autorizar importaciones. Para ponerlo en otros términos: habrá que ver si Georgieva aprueba un “dólar Tombolini”.

A propósito de las importaciones, en el sector aeronáutico comienza a tener características de escándalo la compra del Boeing 757 color Crema del Cielo que, como informó Diego Cabot, será destinado a los desplazamientos del Presidente. Expertos en aviación afirman que esa adquisición ha sido muy poco ventajosa por varios motivos. A diferencia de los 737 que poseen Aerolíneas o empresas privadas como Andes y Flybondi, la nueva aeronave requerirá ser asistida en el exterior ya sea para mantenimiento como para entrenamiento de su tripulación. Entre otros perjuicios, consumirá más dólares. El 757 tendrá limitaciones para aterrizar en muchos aeropuertos argentinos que no tienen el servicio de rampa adecuado. En cambio, los 737 no tienen esa restricción. No son los únicos reproches: en la Aeronáutica alegan que bien se podría acondicionar para la Presidencia un Boeing 737 de Aerolíneas, operado por personal militar. Al parecer, según se sostiene en esa fuerza, la Presidencia recibió una oferta por una avión de la empresa estatal por menos de 10 millones de dólares.

En la Casa Rosada desmienten los reproches, alegando que los servicios de mantenimiento locales están saturados; que los talleres carecen de simuladores; que un 737 con tanques auxiliares para largas travesías cuesta 70 millones de dólares; que el 757 tiene menos limitaciones que su competidor para operar en pista; que el 737 es de manejo manual, con una tecnología muy anterior a la del 757; y que el costo de entrenamiento de la tripulación en el extranjero es mínimo porque se trata de una dotación muy pequeña.

Como suele suceder, en estas polémicas intervienen algunos prejuicios. Sobre el manejo de la flota presidencial pesan los escabrosos antecedentes de Leonardo Barone, su titular, señalado, entre otras fechorías, por haber administrado un hangar privado de altísima rentabilidad, derivada sobre todo de no pagar el alquiler. Barone fue el piloto de campaña de Alberto Fernández y hoy está a cargo de su escuadra aérea.

Del mismo modo que fue quien admitió que el Fondo intervenga en el uso de las reservas, es Massa quien produjo un brusco incremento tarifario en la luz y el gas, cuando faltan cuatro meses de las elecciones. La vicepresidenta le había prohibido a Guzmán hacer algo parecido, aunque menos cruento, en diciembre de 2020, cuando faltaban ocho meses para las primarias. Julio De Vido, en una entrevista con el periodista Ricardo Duarte, acaba de acusar a la política económica oficial de haber traicionado el mandato electoral, siguiendo los pasos de Macri. De Vido habla de un parecido conceptual. Pero está asomando un parecido secuencial. Como Macri, la señora de Kirchner, que es quien ha fijado el rimo de la gestión de Fernández, decidió tolerar los desequilibrios hasta un nivel de inconsistencia que vuelve al ajuste no sólo cruel, sino obligatorio. Como Macri, debe producir malas noticias en plena campaña electoral.

Los expertos coinciden en que esos aumentos van a ser muy dolorosos para los sectores carentes de subsidios. En algunos casos podrían superar el 700%. No es el único costo político que el Frente de Todos tendrá que asimilar. El mismo mazazo podrían recibir quienes olvidaron inscribirse como merecedores de una subvención. Es verdad que, en una de las categorías de consumidores, existe una rebaja para quienes consumen menos de 400 kw/h. Pero hay muchas familias de escasos recursos que no pueden realizar ese ahorro porque, entre otras cosas, utilizan motores eléctricos para bombear el agua. Habrá que medir el clima social cuando lleguen las boletas.

La pesadilla oficial aún no ha terminado. Como la corrida cambiaria, los aumentos en los precios energéticos darán un nuevo impulso a la inflación. Marco Lavagna acaba de poner en evidencia el pésimo servicio que esa dinámica presta a las necesidades políticas del Frente de Todos. El INDEC quiso cambiar del viernes 12 al lunes 15 de mayo el anuncio del Índice de Precios al Consumidor de abril, para evitar que el domingo 14 impacte en los votantes de La Pampa, San Juan, Salta, Tucumán y Tierra del Fuego. Se suponía que la publicación de ese dato era de carácter técnico, impersonal. Para corroborarlo, Lavagna retrocedió en la decisión. El daño estaba hecho.

Mientras Massa globaliza sus múltiples personalidades, su principal competidor por la bendición de Cristina Kirchner, Wado De Pedro, se refugia tierra adentro. Ayer se reunió con los senadores kirchneristas en un encuentro en el que no hubo inasistencias. “Sólo puede suceder algo así si la vicepresidenta da la orden”, explicó un funcionario de la Cámara. De Pedro disfruta del aislamiento que Massa sufre en el campo federal desde que, con su Frente Renovador, promovía candidaturas para reemplazar a los gobernadores peronistas. El federalismo sigue siendo una bandera peronista. Tanto que una de las recriminaciones que se le hacen al Presidente por haber comprado un Boeing 757 es que esa nave no podría aterrizar en Posadas, Santa Rosa, Santiago del Estero o Formosa. Ahora lo único que falta es que al alicaído Alberto Fernández, por meras razones aeronáuticas, Gildo Insfrán lo descalifique como “porteño hijo de su madre”.

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