Una dosis de optimismo siempre es bienvenida. En los últimos días, la dosis se duplicó. Por un lado fueron las lluvias. Tal como pronosticaron los climatólogos , en la primera semana de septiembre cayeron precipitaciones en gran parte de la zona núcleo agrícola. Las excepciones de lluvias de importancia son el oeste bonaerense y el norte de Santa Fe. Con la confirmación del comienzo del fenómeno Niño, la posibilidad de recomponer los perfiles de los suelos para la siembra de granos gruesos y de favorecer el desarrollo del trigo ya implantado es más cercana.
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El segundo capítulo de la dosis de optimismo llegó por las proyecciones de la campaña agrícola que realizaron, por separado, la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) y la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Mientras la BCR proyectó un volumen total de 136 millones de toneladas de granos con exportaciones por US$34.300 millones, la Bolsa porteña calculó una cosecha de 134 millones de toneladas que generarían divisas por US$34.507 millones. Ambas entidades coincidieron en que el crecimiento del volumen de producción llegará al 70% respecto de la campaña pasada, golpeada por una sequía histórica. Por supuesto, se trata de proyecciones que, como se sabe, dependen de la evolución de las condiciones climáticas.
No obstante, las cifras vuelven a dejar un mensaje a quienes están atentos a la vida política y económica del país: el agro es capaz de recuperarse y generar divisas genuinas y desarrollo. La mejora de la producción agrícola para el año próximo equivale a 1,9 puntos del PBI, según explicaron en la Bolsa de Cereales porteña.
De confirmarse estos pronósticos, la cosecha total sería similar a la de las campañas 2020/21 y 2021/22, aunque el aporte económico, comparado particularmente con esta última, sería menor, por efecto de una baja en el precio internacional de los granos.
En la presentación de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, además, se destacó un dato que debería inquietar si se observa el escenario con una perspectiva más amplia. La Argentina se encuentra entre los países que menos crecieron en la producción de granos en los últimos ocho años. Desde 2015/16, mientras Brasil creció un 120%; Rusia, 71% y el promedio mundial, 28%, la Argentina incrementó el volumen de producción en apenas un 21%. En el país vecino, se destacan la soja y el maíz, mientras que Rusia domina el mercado de trigo. La Argentina, en cambio, corre el riesgo de la irrelevancia. Ya en la campaña pasada se perdió el liderazgo en el mercado de harina de soja, en gran parte por la sequía, pero las grandes potencias productoras, Brasil y los EE.UU., siguen creciendo en este producto.
En la presentación, el economista jefe de la Bolsa de Cereales porteña, Ramiro Costa, recordó que el productor argentino enfrenta políticas adversas “como la existencia de altos derechos de exportación y otras medidas que afectan -y han afectado- al comercio de granos, dejando al país en una significativa desventaja frente a sus principales competidores”.
Si no hubiera sido por la rebaja a cero de los derechos de exportación para trigo y maíz entre diciembre de 2015 y septiembre de 2019, la performance argentina hubiera sido peor.
Este es otro mensaje para los candidatos de la oposición en las próximas elecciones que se preocupan más por diseñar mecanismos engorrosos como los pagos a cuenta de otros tributos por los derechos de exportación que en vez de esforzarse por la eliminación directa de un impuesto que, se sabe, es altamente distorsivo. Cuando bajan las retenciones hay más producción.
Se verá si la unificación del tipo de cambio y la eliminación de las trabas para exportar compensan la demora en terminar de una vez y para siempre con los derechos de exportación.
En ese contexto, el Gobierno puso en marcha, con demora, una nueva versión del dólar soja con la que procura llevar algo de agua al desierto de reservas del Banco Central. También estableció una baja de las retenciones a economías regionales que no tendrá impacto en lo inmediato en los números de la producción, pero que mejorarán la posición exportadora de las industrias. Esta corrección es relativa mientras persistan distorsiones como la brecha cambiaria o las restricciones para importar insumos, tanto por las trabas en el mercado de cambios como por las exigencias para solicitar autorizaciones. La baja deja afuera a sectores clave como los lácteos o el girasol que, por arbitrariedad, no se los considera como parte de las “economías regionales”.