La presión de Massa, la decisión de Cristina y el quiebre de Juntos por el Cambio

Cuando faltan pocos días para el cierre de alianzas electorales, tres datos emergen debajo de la marea interminable de internas, operaciones, acusaciones y amenazas que cada vez más caracterizan a la política argentina. La primera de ellas es que no habrá rupturas formales en las dos principales coaliciones, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, que son las que le han dado estabilidad al sistema desde 2015. Sin embargo, está claro que esas dos estructuras están internamente rotas y que no subsistirán tal como se las conoció hasta ahora una vez que termine el proceso electoral. Están destinadas a reconfigurarse porque no han podido redefinir su sentido ni su destino. Ya no les alcanza con polarizar entre el kirchnerismo y el macrismo, una compulsa que se desgastó. Y hacia adelante no comparten una mirada común. El pasado ya no les garantiza identidad y el futuro no los une; entonces viven en un presente continuo de encuestas, peleas y posicionamientos personales. Una construcción en el vacío.

El segundo dato es que con este panorama tan desordenado y poco estratégico están condicionando, desde ahora, al futuro gobierno. Más allá de quién gane, le están restando cohesión, apoyos y musculatura política, porque es muy difícil pensar que el día después de las PASO los mismos protagonistas que hoy se están acusando sin parar se van a juntar para reparar todo el daño con una charla. Es curioso cómo la promesa de grandes cambios y reformas van de la mano de un debilitamiento de la sustentación que esas transformaciones requerirán. En un escenario tan impaciente como el que enfrentará la próxima gestión, ¿cómo se unirán las piezas en un Congreso en el que compartirán bancada los que hoy son enemigos de la interna? ¿Quién alineará a los gobernadores, que cada vez exhiben mayor autonomía? ¿Alcanzará con el poder que otorga un triunfo electoral para ordenar un tablero tan fragmentado?

Y el tercer elemento a tener en cuenta es que los sacudones tan intensos también están comprometiendo el proceso de transición, desde ahora hasta el 10 de diciembre, especialmente por lo que está ocurriendo en el oficialismo, donde esta semana hubo un protagonista singular: Sergio Massa, el hombre que conecta los cables sensibles entre la definición electoral y la economía. El lunes habló con Cristina Kirchner, entre otras cosas, de subir la presión en contra de las PASO; el miércoles mantuvo un tenso encuentro con el presidente Alberto Fernández para convencerlo de las consecuencias que tendría para la estabilidad del país una interna en el Frente de Todos; y ayer refrendó públicamente su mensaje en el congreso del Frente Renovador.

Massa piensa que el contexto cambió respecto de dos semanas atrás, cuando tras el acto en la Plaza de Mayo Cristina Kirchner le dio pista libre a Wado de Pedro para que potencie su campaña electoral. Primero, porque el ministro del Interior redujo su nivel de desconocimiento, pero no a un punto tal como para transformarse en un contendiente de peso. Segundo, porque entiende que las disputas en Juntos por el Cambio le abren una ventana de posibilidades al oficialismo, que él estaría en condiciones de aprovechar si Horacio Rodríguez Larreta pierde la interna y libera de representantes a los votantes del centro. Y tercero, porque en su mirada voluntarista interpreta que los números de la economía no empeorarán (espera una inflación apenas superior a la de abril) y que logrará algún entendimiento con el FMI (en realidad él creyó que lo cerraría a fin de mayo, pero se demoró porque el staff está demandando un mayor ajuste si es que no va a haber una devaluación como la que proponen). Contra la lógica del mundo occidental, en el Palacio de Hacienda aseguran que la gente no le atribuye a Massa sus padecimientos económicos porque saben que asumió en condiciones críticas y evitó un descalabro. Difícil imaginarlo de candidato en la calle mientras todos lo saludan diciéndole: “Sabemos Sergio que no es culpa tuya que no llego a fin de mes”.

Por estas razones, Massa intensificó fuertemente esta semana la presión interna. En su entorno describen de este modo su diagnóstico: “Hasta ahora veía que la elección iba en el sentido de Axel (Kicillof), con la intención del kirchnerismo de replegarse en la provincia. Pero el goteo de Juntos por el Cambio lo reanimó, empezó a ver agua en la pileta otra vez”. Y un dato adicional muy importante que agrega la fuente: “No existe la opción de Sergio candidato a vicepresidente o a senador. No va a hacer todo el esfuerzo que está haciendo para otro”. Por eso cuando Massa dice “candidato único” ahora hay que traducirlo directamente como “el candidato debo ser yo”.

Para lograr ese objetivo, agitó el fantasma de la renuncia, es decir, expuso su máximo capital, ser el garante de eso que él llama “estabilidad”. Se lo dijo abiertamente a Alberto Fernández: “Si vos seguís jodiendo con las PASO vamos a salir cuartos y al día siguiente explota todo por el aire. Yo no voy a ser parte de eso, me voy a la mierda antes”. Una amenaza abierta que también descubre el pánico que recorre en todo el oficialismo por la reacción de los mercados en la mañana del 14 de agosto. Si bien el planteo se lo hizo al Presidente, el mensaje también le llegó a Cristina, con menos carga explosiva. En el fondo Massa sabe que su ilusión depende, fundamentalmente, de que lo unja la jefa.

Alguien que estuvo con ella hace pocos días reflejó lo que parece ser el pensamiento de la vicepresidenta en este momento: “El gran quilombo para Cristina es qué hacer con Massa. Él está presionando mucho para ser candidato, pero ella no le termina de confiar. No le da tranquilidad por más de que él esté jugando bien. Hasta hace unas semanas ella creía que lo podía conformar con un lugar a senador, pero ahora se da cuenta de que su ambición solo apunta a ser presidente. Teme por el efecto económico de su decisión, pero también piensa que a Sergio no le conviene dar un portazo porque inmediatamente pasaría a ser el responsable de la crisis que se produciría”. Por ese eje Cristina-Massa discurre hoy la decisión principal dentro del oficialismo.

La vicepresidenta también admite en la intimidad que aún no lo ve con el volumen necesario a Wado de Pedro, más allá de que lo habilitó a correr, con lo cual si lo elige, terminaría siendo una opción por default. Y un dato clave: sigue pensando en Axel Kicillof, que es con quien siempre se sintió más identificada. Solo le molesta cuando hace declaraciones en las que parece no ponerse a disposición del armado general y aferrarse como postulante bonaerense, algo que a Máximo Kirchner lo irrita aún más y que está debajo de la tensión que se mantiene entre ambos.

Esta semana se sumaron a la kermes los gobernadores, esos señores que están refugiados en sus comarcas y asoman la cabeza en Buenos Aires cuando perciben que hay algo que los puede afectar. Lo habían hecho cuando apretaron a Alberto Fernández para que pusiera a Massa en Economía, al percibir que la crisis los arrastraba a ellos. Ahora en una reunión en el CFI se plantaron contra las PASO con un interés bien directo: evitar que haya más de una lista en las provincias, en una interna que les quite votos.

En el comunicado posterior, los mandatarios provinciales pidieron “lista de unidad con integración de carácter federal”. Traducido al español: no queremos problemas en el armado y aspiramos a poner al postulante a vicepresidente. Es decir, su intervención en la definición del candidato será mínima. La lapicera la tiene siempre Cristina. De hecho esa reunión fue motorizada por Jorge Capitanich y el ascendente Gerardo Zamora, dos figuras de su confianza. Sin embargo, en ese conglomerado no hay posiciones unificadas respecto de quién sería el candidato ideal del espacio. Como ejemplos valen el de Ricardo Quintela, quien ya dijo en público que va por Wado; y el de Zamora, quien en reserva balbuceó el nombre de Massa. Justamente los dos fueron los que se quedaron con las tareas posteriores. El riojano encabezó la primera misión extraoficial para intentar disuadir a Scioli de que se baje, a cambio de algunas compensaciones (los gobernadores no quieren romper con él sino integrarlo amablemente). El santiagueño, en tanto, fue quien reportó a Cristina lo que se había hablado en el CFI.

La fallida operación Normandía

La operación Normandía casi termina por desarmar lo que en mejores tiempos supo ser Juntos por el Cambio. El desembarco de Juan Schiaretti generó tal conmoción interna, que por primera vez sobrevoló la posibilidad de una ruptura antes de la inscripción de las alianzas. En los primeros días de la semana las presiones fueron tremendas; después cedieron con el ingreso de José Luis Espert (que motivó la única conversación directa en toda la semana entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich) y la licuación de la alternativa cordobesa.

Detrás del operativo actuó un cambio de estrategia de Larreta, quien siempre había dicho que aspiraba a una alianza con Schiaretti para después de las elecciones, un esquema que incluiría participación en el gobierno y articulación en el Congreso. Todo se empezó a esbozar hace un mes, en una reunión en la que participaron Diego Bossio, Florencio Randazzo y Carlos Gutiérrez, por la línea mediterránea; y Edgardo Cenzón y Augusto Rodríguez Larreta, por la línea porteña. Allí se habló de traducir la idea de “frente de frentes” a nivel nacional. Supuestamente el cordobesismo reclamó que Larreta se abriera de JxC, algo que fue rechazado, y por eso se exploró la vía inversa.

El tema fue retomado con más nitidez en una cena que compartieron el miércoles de la semana pasada Schiaretti, Larreta y Gerardo Morales. Ahí hubo un acuerdo tripartito para avanzar. Al día siguiente el radical habló con Lilita Carrió y con dirigentes de la UCR de todo el país y encontró eco, por lo que el viernes llevó el tema a la mesa nacional de la coalición. Allí Morales aceleró con la propuesta y fijó el tema para la reunión del lunes, donde terminó hundiéndose ante el veto implícito del representante del Pro, Federico Angelini, que responde a Bullrich y Macri. En el larretismo dicen que no era esa su estrategia y que ellos hubiesen preferido algo más discreto. En torno del jujeño afirman que el tema estaba conversado y que no había más tiempo. En el cordobesismo aseguran que a ellos los fueron a buscar; en Uspallata, que Schiaretti se les arrimó a ellos. Señal inequívoca de que nadie quiere quedar como responsable del desembarco fallido.

A la hora de explicar la motivación detrás de la movida parece haber dos interpretaciones. La primera es que Larreta necesitaba dar un golpe de efecto porque sus encuestas le estaban dando un retroceso de 10 puntos en seis meses a JxC (de 38 a 28) y un estancamiento de su propia candidatura, además del crecimiento de Javier Milei. “Necesitábamos ampliar para agrandar la pecera donde buscar votos. No podemos seguir cerrándonos porque perdemos votos. También buscábamos recuperar centralidad, aunque no pensamos que se iba a generar semejante reacción”, admiten cerca del jefe porteño. La otra asunción es que la elección a gobernador en Córdoba está perdida y que necesitaban mejorar su performance allí, porque Bullrich les saca ventaja. Sumar a Schiaretti implicaba terminar de resignar chances locales para fortalecer su postulación nacional.

Sin posibilidades de que sume a JxC antes el miércoles, Larreta, Morales y Schiaretti siguen explorando alternativas de complementación en un laboratorio de experimentos inciertos. No está claro qué incentivos tendrá Schiaretti para acordar una vez que pase la elección en su provincia.

Del lado de Bullrich entienden que todo lo que hace Larreta es fruto de su desesperación porque está abajo en la interna. Ella está totalmente concentrada en confrontar todo lo necesario con su rival, al punto de que suspendió reuniones con sectores empresariales y dirigenciales con un mensaje nítido: “Hasta agosto, lo único que existe es la interna. Después hablaremos del gobierno”. En su bunker esperan que en los próximos días se produzca una decantación de intendentes a su favor en la provincia de Buenos Aires que incline la balanza. Lo de Cristian Ritondo de ayer, lo interpretan como una señal. Hay mucha preocupación en el equipo de Diego Santilli porque la disputa promete ser sangrienta en el territorio bonaerense si se abre la competencia para todos los cargos, desde concejal hasta gobernador. Hay aprietes, llantos y en una reunión de la mesa provincial hasta hubo acusaciones de pedofilia. “Es un escenario de guerra total”, grafica un protagonista de esa disputa.

Detrás de estos bombardeos quedó tierra arrasada. En ambos bandos admiten que ya no hay más puentes entre los operadores de Larreta y de Bullrich; tampoco interés en conversar. No existe más ningún tipo de coordinación. El Pro demostró en un caso extremo que no tiene mecanismos institucionales internos para dirimir conflictos. Sus organismos formales demostraron ser de cartón y la crisis se resolvió al estilo peronista. El Pro fue y es de Macri, y no logra aún dar el paso a una instancia más orgánica. “El problema es que él quiere digitar todo desde afuera. En vez de ordenar, interfiere sesgadamente y eso complica todo”, retrata un dirigente que lo conoce muy de cerca y que tomó distancia.

La figura del expresidente emergió con virulencia, tan abiertamente crítico de Larreta que se distanció de los dos peronistas que más valoraba: Schiaretti y Pichetto. También aportó fuego la feroz reaparición de Lilita Carrió. Frente al micrófono dejó frases muy preocupantes. Lo que dijo en reserva fue aún peor. Entre los suyos comentó esta semana: “Macri exacerba a Patricia y nos lleva a todos hacia un extremo donde yo no estoy dispuesta a ir. Quieren partir JxC e irse con Milei, y así no van a llegar a gobernar ni hasta marzo, porque van a tener un cuarto del Congreso y van a terminar destituidos y con una guerra civil. El peronismo está esperando eso”. Después amenazó con revelar negocios oscuros.

La política invertebrada de la Argentina expone todas sus limitaciones antes de cada cierre de listas con la promesa de que el resultado electoral después limpiará las heridas y ordenará el tablero. Hace tiempo que se trata de una ilusión. Lo que se descompone tan profundamente antes de votar, no se recompone tan fácilmente después. Es una de las lecciones no aprendida de la historia reciente.

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