NUEVA YORK.- Los líderes de la OTAN reunidos esta semana en Vilna, la capital lituana, tienen todos los motivos del mundo para brindar por sus éxitos. Hace apenas cuatro años, en vísperas de otra cumbre, la alianza atlántica parecía no hacer pie: en palabras del propio presidente francés, Emmanuel Macron, la OTAN tenía nada más ni nada menos que “muerte cerebral”. Pero desde la invasión de Rusia a Ucrania el tablero se dio vuelta.
Mientras la OTAN hace planes para incorporar a Suecia —Finlandia ya se convirtió en miembro pleno en abril— y despacha tropas para reforzar sus fronteras orientales, los países de la Unión Europea finalmente están concretando sus viejas promesas de aumentar el gasto militar. Y la opinión pública parece acompañar. Si la intención de Rusia era dividir a Europa, lo único que logró es “OTANizar” completamente el continente, como bien dijo el presidente Biden hace unos meses.
Este vuelco de los acontecimientos tiene comprensiblemente entusiasmados a los partidarios de la alianza atlántica. La declaración de principios de su secretario general, Jens Stoltenberg, cuando dijo que “la fortaleza de la OTAN es la mejor herramienta que tenemos disponible para mantener la paz y la seguridad”, nunca cosechó tantas adhesiones como ahora.
Y hasta los críticos de la organización —como los halcones que la ven como una distracción de la real amenaza china en Asia Oriental, o los abstencionistas que preferirían que Washington se enfoque en los problemas domésticos—, admiten que el propósito fundamental de la OTAN es la defensa de Europa.
Pero el propósito fundamental de la OTAN desde sus orígenes nunca fue la acumulación de poderío militar. En el momento álgido de la Guerra Fría, la organización tenía 100 divisiones armadas, un número ínfimo frente al número de tropas del Pacto de Varsovia, incapaz de repeler una invasión soviética, y hasta las armas nucleares de Europa estaban bajo el control de Washington.
El propósito de la OTAN era más bien encolumnar a Europa Occidental detrás de un proyecto de orden mundial más vasto y liderado por Estados Unidos, donde la protección norteamericana servía como elemento de presión para obtener concesiones en otros temas, como el intercambio comercial y la política monetaria. Y en esa misión la OTAN ha demostrado ser notablemente exitosa.
Nuevo rol
Tras el colapso de su enemigo de la Guerra Fría, muchos analistas supusieron que la OTAN bajaría la persiana. Pero fue precisamente durante la década de 1990 que la organización demostró lo que valía, actuando como una especie de “agencia de calificación” de la Unión Europea (UE) en la recién recuperada Europa del Este, donde declaraba qué países eran seguros para el desarrollo y la inversión.
La organización también presionó a los candidatos a sumarse a la UE para que adoptaran el credo liberal promercado, según el cual “la construcción de instituciones democráticas, la expansión del libre mercado y la promoción de la seguridad colectiva van de la mano”, en palabras del entonces asesor en seguridad nacional del presidente Bill Clinton. Los militares profesionales y las élites reformistas de Europa estaban más que de acuerdo, y su campaña recibió la inestimable ayuda del aparato de información de la OTAN.
Y allí donde los habitantes europeos mostraban demasiada resistencia o una indeseable inclinación por sentimientos socialistas o nacionalistas, la integración atlántica avanzó igual. El caso testigo es el de República Checa. Ante la perspectiva de un probable triunfo del “NO” en el referéndum sobre unirse a la OTAN, en 1997, el secretario general y otros altos funcionarios de la alianza se ocuparon de que el gobierno de Praga simplemente pudiera “saltearse” ese paso: dos años después, República Checa ingresó a la OTAN.
El nuevo siglo trajo más de lo mismo, con un apropiado cambio de énfasis. En coincidencia con el auge del terrorismo internacional, la explosiva expansión de 2004, cuando se sumaron siete países, el foco discursivo del organismo dejó de ser la democracia y los derechos humanos para enfocarse en el antiterrorismo. Pero el énfasis en la necesidad de liberalizar la economía y reformar el sector público siguió como una constante.
Pero en materia de defensa la OTAN no tenía tanta fama. Durante décadas, Estados Unidos ha sido el principal proveedor de armas, logística, bases aéreas y planes de combate de la OTAN. La guerra en Ucrania, más allá de lo que se diga sobre los refuerzos militares de Europa, ha dejado básicamente intacta esa asimetría: nada más revelador que la escala de la ayuda militar de Estados Unidos, que ascendió a 47.000 millones de dólares durante el primer año del conflicto en Ucrania y fue más del doble de la ofrecida por la suma de los países de la Unión Europea.
Además, las promesas de gasto militar de los europeos tampoco son tan impresionantes como podrían parecer. Más de un año después de que el gobierno alemán anunciara la creación de un fondo especial de 110.000 millones de dólares para reforzar sus fuerzas armadas, la mayor parte de esos fondos no fueron utilizados y siguen sin destino. Del otro lado, los comandantes militares alemanes se quejan de carecer de municiones suficientes para más de dos días de combate de alta intensidad.
Sin fuerzas propias
Más allá del nivel de gasto, lo notable la poca capacidad militar que obtienen los europeos para los desembolsos que hacen. Así que a la tacañería se suma la falta de coordinación, que limita la capacidad de Europa para garantizar su propia seguridad. Al prohibir la duplicación de las capacidades militares existentes y presionar a los aliados para que acepten cumplir un rol en un nicho preasignado, la OTAN impide el surgimiento de cualquier fuerza europea semiautónoma capaz de una acción bélica independiente.
En cuanto a las compras en materia de defensa, los estándares habituales de interoperabilidad, sumado a la enorme escala del complejo militar-industrial de Estados Unidos y a las trabas burocráticas de la Comisión Europea, favorecen a las empresas estadounidenses a expensas de sus competidores europeos. Paradójicamente, la OTAN parece haber debilitado la capacidad de los aliados para defenderse.
Sin embargo, esa paradoja es sólo superficial. De hecho, la OTAN está funcionando exactamente como la pensaron los planificadores estadounidenses de la Segunda Posguerra: una Europa cuya dependencia del poderío estadounidense reduce al máximo su margen de maniobra. Lejos de ser un costoso programa de beneficencia, la OTAN garantiza la influencia de Estados Unidos en Europa a precio regalado.
Las contribuciones de Estados Unidos a la OTAN y otros programas de asistencia de seguridad en Europa representan una fracción ínfima del presupuesto anual del Pentágono: menos del 6%, según estimaciones recientes. Y la guerra en Ucrania no ha hecho más que reforzar las riendas de Estados Unidos. Antes de la invasión rusa, casi la mitad del gasto militar europeo iba a parar a manos de fabricantes de armas norteamericanos. La creciente demanda actual ha exacerbado esa tendencia: los países europeos multiplicaron sus órdenes de pedido de tanques, aviones de combate y otros sistemas de armas, y firmaron costosos contratos para asegurarse la provisión durante varios años. Puede que Europa se esté remilitarizando, pero el que se queda con el botín es Estados Unidos.
Es el patrón que queda claro con la guerra en Ucrania: Washington garantiza la seguridad militar y sus corporaciones capitalizan ese auge de pedidos de armamento de los europeos, mientras que los europeos asumirán el costo de la reconstrucción de la posguerra, para lo que Alemania está mejor preparada que para escalar sus fuerzas militares.
La guerra también sirve como ensayo general para la confrontación de Estados Unidos con China, donde ya no pude dar por descontado el apoyo europeo. Para Europa, limitar el acceso de Pekín a tecnologías estratégicas y fomentar la industria norteamericana no es ninguna prioridad, y aunque lo fuese, es prácticamente impensable una ruptura del comercio entre China y Europa.
Sin embargo, ya hay señales de que la OTAN está logrando que Europa siga su ejemplo en ese escenario. A fines de junio, en vísperas de su visita a Washington, el muy diligente ministro de defensa de Alemania dijo ser muy consciente “de la responsabilidad de Europa en la región del Indo-Pacífico” y destacó la importancia del “orden internacional basado en reglas” en el Mar de la China Meridional.
Grey Anderson y Thomas Meaney
Traducción de Jaime Arrambide