La inflación asfixia a los comedores y merenderos del conurbano

El jueves cayó una copiosa lluvia sobre Ezeiza e hizo intransitables los caminos de tierra del barrio “El Vecinal”, cerca de la autopista Cañuelas, del otro lado del penal. Allí funciona “La gran familia”, un comedor que los martes y viernes, en la última luz de la tarde, se prepara para abastecer a más de 100 bocas. Flavia, Belén, Selene y Gabriela le dan vida a una improvisada casilla sin puertas y, bajo dos foquitos que cuelgan del techo, cocinan a leña en dos grandes ollas para llenar los tuppers de los vecinos que desde las 18 se acercan para llevar a su casa la última comida.

A primera hora del viernes, cuando la mañana barrió con las dudas y las nubes de la jornada anterior, las mujeres decidieron no suspender su labor confiando en que el sol secaría la leña con la que cocinan. No ocurrió. Pero el comedor, que funciona desde la pandemia, hace caso omiso a las desventuras del clima y asiste. A sol y a lluvia.

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“No se los puede dejar sin nada por la leña mojada. Ellos cuentan con esa comida”, explica Flavia, que recibe a LA NACION minutos antes de comenzar a repartir la mercadería a los vecinos: una bolsa con un paquete de polenta, otro de fideos “largos” y un poco de yerba. “Con un poquito de salsa que tengan, cocinan en la casa”, se esperanza Flavia. A pocos metros de la leña y la broza mojada desliza: “Ya no siento el humo”.

Los comedores y merenderos que se reparten por el extenso conurbano batallan la necesidad estirando el ingenio y la mercadería que reciben desde los distintos órdenes del Estado. Sin embargo, el continuo golpe de la inflación se siente en estos espacios de resistencia que, en la mayoría de los casos, tienen que salir por las suyas a agenciarse los insumos más básicos y encontrar variantes para que entre la pirámide social y la alimenticia no haya una correspondencia lineal.

Vaquitas, rifas, y plata del bolsillo son los modos para “darle creatividad”, ir más allá de las harinas, y ensanchar el estrecho menú que, con largas demoras -según se repite en distintos distritos- “baja desde Nación”.

Pasas de uva, girasol pelado, leche, arroz, harina y polenta. Eso llegó”, grafica Eduardo Aguirre que maneja comedores en los municipios de Almirante Brown, San Vicente y Presidente Perón. Son los productos que luego de 4 meses de inasistencia Aguirre afirma haber recibido hace unas semanas. “Hacemos malabares”, grafica.

Es muy recurrente escuchar entre quienes tienen a su cargo este tipo de sostén barrial que la verdura, la proteína, la fruta y hasta la sal y el aceite corren siempre por propia cuenta. “Algunos ya no conocen la palabra carne”, indica Gabriel Omar que como Eduardo pero desde el Polo Obrero, maneja comedores en la zona.

“La situación de hoy es angustiante. Crítica”, describe Johana Gómez integrante de Libres del Sur con distintos merenderos bajo su ala en Esteban Echeverría. “En el gobierno de Macri también teníamos una discusión amplia por el tema de los recursos, pero la inflación no era tan alta. Dentro de todo sostuvimos con el sueldo de las compañeras. Hoy eso se está complicando muchísimo”, relata.

El patio de Zuni

La lluvia que acompasó la noche del jueves, esperada con ansias en la pampa húmeda, fue un azote para buena parte de “El Zaizar” en el distrito de Esteban Echeverría. No fue torrencial pero bastó para tener que dibujar largos zigzags al vadear las calles del barrio 9 de enero.

Como contraprestación del plan Potenciar Trabajo que recibe, los martes y jueves Felicia Zuni acostumbra a recibir a más de 60 chicos en el patio descubierto de su casa. La lluvia del jueves pasado le impidió abrir el merendero. No obstante, y pese a que procura ceñirse a los días y horarios pautados para no “mal acostumbrar”, eludió el dictamen climático, relevó el jueves por el viernes y abrió sus puertas de todos modos.

Una treintena de chicos pueblan su patio por poco menos de una hora. Muchos de ellos llegan con botellas y bolsas de plástico para volver a su casa con los restos de la jornada: bollos, bizcochuelo y torta frita, un rebusque que tratan de evitar. “No se puede harina todos los días”, le dice a LA NACION Elena que trabaja a la par de Zuni, mientras balbucea algo sobre la obesidad.

El merendero solía funcionar de lunes a viernes, pero tuvieron que recortar la propuesta a dos días por semana. Zuni volcaba parte de la Asignación Universal por Hijo (AUH) en la compra de insumos para el merendero, pero el padre de sus hijos consiguió un trabajo en blanco y esa ayuda se vio interrumpida. Solo cuando hay “refuerzo” vuelven al antiguo régimen semanal.

“Pasen chicos. Pasen”, le suelta la dueña de casa a los primeros visitantes que esperan del otro lado de la reja. El teléfono suena constante durante la hora que recibe a chicos de entre 3 y 14 años, aproximadamente. No se hizo a tiempo de avisarles a todos los que asisten regularmente que finalmente abriría el viernes en lugar del jueves. “Sí, sí. Hay. Vení”, responde Felicia mirando al patio desde la ventana de su cocina. “Ese chico es nuevo”, señala.

Como todas aquellas acostumbradas a dirigir un comedor tiene un ojo avezado para racionar y no dejar a nadie con las manos vacías. “Siempre algo se llevan”, cuenta Flavia, que se hizo cargo del comedor de Ezeiza; una gesta vecinal que nació en la pandemia y no ha dejado de recibir gente desde entonces. Con el tiempo, Flavia hizo la transición culinaria del “reducido familiar” a cocinar para 120 personas; con leña. “El arroz no nos salía”, recuerda.

En estos centros de servicio desafían el axioma según el cual la pobreza degrada la creatividad. “Pastel de polenta, tortillas de arroz. Se aprende a hacer mucho con muy poco”, describen. Una estrategia elástica, propia de “La Gran Familia”, es el Kippi, una comida turca que, mediada por la provincia de Tucumán -el terruño de Flavia-, consiste en agregarle a la carne picada bastante harina de maíz para darle volumen y consistencia a los platos. Para su preparación, un vecino presta su horno de barro. “Es más gruesa”, distinguen.

Sin embargo, los límites se corren o se desdibujan, pero no se borran. “No sabemos qué hacer con el girasol pelado que nos mandaron. Ni en los merenderos, ni en los comedores”, se lamenta Gómez. “Se da hasta donde se puede. A veces no alcanza”, explica Omar cuyos comedores dejaron de asistir los días viernes. “Estamos en retroceso”, define.

Milei y el hombre solo

Aunque no puedan precisar con exactitud su emergencia, una de las novedades que se registra en estos espacios es un nuevo tipo de visitante. A los jubilados, a los chicos, y a las jefas y jefas de familia, se suma la figura del “hombre solo”.

“Antes les daba vergüenza, ahora se acercan a los comedores. Un trabajador que gana 80 mil pesos no llega a fin de mes”, explica Omar. “Ya no golpea solo a la familia. Está golpeando a la gente sola”, agrega Gómez. “Viene gente grande. Eso no pasaba. Trabajan de changas, tienen que pagar un alquiler y no les alcanza”, resume.

Por fuera de la asistencia en estos espacios, Gómez y su agrupación realizan trabajos territoriales con otro tipo de abordajes. Son un sensible dron para detectar oleajes y necesidades. “Milei nos sorprendió. Sabíamos que tenía volumen político, pero no sabíamos que nos iba a afectar tanto en los sectores tan bajos”, relata Gómez. Jesús Escobar fue el candidato a la presidencia de Libres del Sur, una agrupación de izquierda que no pudo superar el piso electoral del 1,5%.

En Echeverría hubo barrios en donde tuvo un gran caudal de votos y son lugares muy asistidos por diferentes organizaciones. No solo la nuestra, está La Cámpora y gente del municipio (Fernando Grey). Y votaron a Milei”, señala, confirmando el voto largo y profundo que recibió el libertario; en todo el espectro, en todo el país.

Su voz le da amplitud a un reclamo permanente: la asistencia que baja desde los municipios, la provincia y el ministerio de Desarrollo Social, es dispar, tardía e insuficiente. En muchos comedores y merenderos señalan que solo recibieron tres o cuatro entregas en lo que va del año y algunos afirman que permanecieron durante cinco meses sin ningún tipo de asistencia del ministerio.

“Ahora recibimos 30 mil kilos de mercadería, pero se tienen que repartir entre los comedores de Florencio Varela, Lobos, Lanús y Ezeiza. Es muy difícil de sostener, casi imposible”, señala Gómez. En junio de este año, cuentan, recibieron pan dulce. “Todo es bienvenido, pero ya habían pasado las fiestas”, desliza Gómez.

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A Felicia se le avivan los ojos con los chicos, pero parece ausentarse cuando recuerda Paraguay, de donde es oriunda, y cuando piensa en el futuro del comedor. “No sé qué voy a hacer si no puedo recibir más”. Contra toda intuición, su deseo es “crecer”: abarcar mayor parte del mes y transformar, aunque sea un día a la semana, el merendero en comedor, un costo que coordinadores estiman entre 100 y 150 mil pesos mensuales. “Con lo básico”, advierte Gómez.

Cerca de las 17 el movimiento y el griterío comienzan a amainar en el patio de Zuni. “Le dejamos todo impecable”, comparte una de las cocineras. Sin embargo, de un momento a otro, en su casa puede sonar el timbre. A veces, cuenta Zuni, son personas mayores que a destiempo del funcionamiento del merendero se acercan a pedir algo. “Es un lugar de refugio. Si tengo siempre les doy. Cuando tengo cerrado también”, comparte Zuni.

Pese a que busca evitar los timbrazos intempestivos, nunca descuelga el cartel con el nombre del merendero en la reja del patio de su casa: “Luz y esperanza”. Para este lunes, en Ezeiza y en Esteban Echeverría, como en otras zonas del conurbano, se esperan fuertes lluvias.

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