El gran economista norteamericano Irving Fisher de la década de 1920 generó su fortuna gracias a la invención del fichero rotativo (“Rodolex”) y a su Instituto de Índice de precios cuyo indicador terminó siendo adoptado por el gobierno de su país.
Dispuesto a aplicar sus ideas a la práctica, los salarios de sus empleados ajustaban a las fluctuaciones del costo de vida. Los trabajadores aceptaban más fácilmente una caída del salario real con inflación que un recorte nominal de sus salarios en una situación de caída de precios o deflación.
La ilusión monetaria de los argentinos
Para Fisher, los trabajadores, pero también los inversores tenían “ilusión monetaria”, debido a que confundían subas nominales de sus ingresos con un incremento real de salarios o del rendimiento de las inversiones.
Durante 2001, los recortes de salarios nominales del sector público y de jubilaciones del 13%, fueron rechazados no sólo por los trabajadores sino por toda la sociedad, inmersa en una creciente pobreza y desempleo récord. Sin embargo, poco tiempo después, con la salida de la convertibilidad, los salarios reales sufrieron un recorte varias veces mayor, del orden del 50%, debido al salto en el nivel de precios luego de la devaluación.
En teoría, la ilusión monetaria permitiría que los gobiernos puedan emitir dinero para financiar sus gastos sin impactar plenamente en la inflación y en la demanda de dinero, esperando con ello reactivar la economía y bajar el desempleo gracias a la reducción de los salarios reales. Pero en la medida que los gobiernos se abusen de la “ilusión monetaria” de sus ciudadanos tanto trabajadores como empresarios recalculan y aprenden a eludir el impuesto inflacionario (no legislado).
Para economistas: estamos describiendo un cambio en la pendiente negativa de la curva de Phillips hacia una posición vertical como describe el enfoque de expectativas cuasi racionales con aprendizaje. El regreso de la inflación crónica en la Argentina encontró a generaciones de argentinos nacidas durante la Convertibilidad, sin memoria inflacionaria y por lo tanto con una profunda ilusión monetaria.
Pero la inflación ya no tiene el efecto esperado porque las jóvenes generaciones postconvertibilidad están aprendiendo y adaptando velozmente eludir el impuesto inflacionario. Este aprendizaje fue a los golpes ya que no hubo “trasvasamiento generacional” de las experiencias hiperinflacionarias ni memoria institucional en un Banco Central que tiene que ser reconstruido casi desde cero luego de cada gran crisis argentina.
Por el contrario, Alemania, a partir de la experiencia de la hiperinflación post Primera Guerra Mundial, sus instituciones económicas tienen una aversión extrema a la inflación que aún está presente también en la sociedad.
Israel y la falta de excusas para la Argentina
La indexación y la reducción de los plazos de los contratos salariales, financieros y de alquileres se está generalizando rápidamente. Los depósitos a 90 días indexados a la inflación tientan al ahorrista como alternativa al dólar. Por ahora hay una “ilusión monetaria sobre los plazos fijos indexados”, en la medida que no se vincule que su destino es deuda pública al borde del default si los bancos no la renuevan.
Si la actual inflación, que ya roza en términos anualizados el 125%, se espiralizara aún más, es probable que para que los argentinos no se vayan completamente al dólar, se ofrezcan en el futuro cercano depósitos a plazos fijos indexados a plazos más cortos: a un mes y en el extremo a siete días como sucedió en las hiperinflaciones de 1989 y 1990 que desembocaron en el plan Bonex.
Al calor de la continua y profunda discrecionalidad y anarquía de la política económica de los últimos 20 años, la ilusión monetaria de los argentinos se está terminando. El rey está desnudo.