La eventual misión de paz del Vaticano, mencionada semanas atrás por el papa Francisco, llega en un momento particularmente difuso, tanto en el terreno bélico como en el diplomático. Por lo poco que se conoce, la misión sería llevada a cabo por el Vaticano conjuntamente con un grupo de países, los cuales no fueron especificados por el Sumo Pontífice ni por su Secretario de Estado, Parolin.
De las palabras de ambos, parecería como que la misma ya está en curso, pero que por razones obvias aun no se la puede oficializar. El problema es que tanto Kiev como Moscú han señalado que no tienen conocimiento de la misma, aunque en estos casos adquiere cierta lógica, ya que hasta el momento las negociaciones son totalmente secretas.
Llama sí la atención que los comentarios de Francisco hayan sido hechos después de reunirse con Orban, el premier húngaro, y con el segundo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Hilarion. Seguramente, a ojos de Kiev, esa eventual propuesta después de dichas reuniones, no servirán mucho como para tranquilizarlo o mostrar confianza.
En la reunión mantenida por Zelensky con el Sumo Pontífice, el Presidente ucraniano le ofreció su “fórmula de paz”, la cual seguramente debe diferir muy mucho de las otras fórmulas que han dado vuelta en los últimos meses. A pesar que poco y nada se conoce de la “fórmula” ucraniana, la principal diferencia radica en que seguramente Ucrania no va a negociar con Rusia ningún formato que no implique la liberación total de los territorios internacionalmente reconocidos e invadidos por Rusia, incluida Crimea.
Ergo: las eventuales negociaciones siguen muy lejos todavía. Apoya esa presunción, lo informado por el canciller ucraniano, Dimitry Kuleba, luego de la reunión con un enviado del Presidente Xi Jinping, que visitó Kiev el pasado martes 16 de mayo. Kuleba señaló en conferencia de prensa que “agradecía la propuesta de paz efectuada por China” pero que Ucrania no consideraría ninguna propuesta que implique “alguna concesión o abandono de los territorios ucranianos invadidos y anexados ilegalmente por la Federación Rusa”. Eso incluye Crimea, por cierto.
Ha comenzado la tantas veces comentada y al mismo tiempo demorada contraofensiva ucraniana para intentar recuperar los territorios ucranianos invadidos y anexados ilegalmente por Rusia. Esta contraofensiva es vista como quizás la última oportunidad de Ucrania para recuperarlos en su totalidad, incluido Crimea, o al menos en su mayor parte, con el fin de, ahí sí, acercarla a la mesa de negociaciones en una relativa posición de fortaleza.
¿Porqué quizás sea la última oportunidad? Porque el conflicto ya se ha convertido en una “guerra de desgaste” y ese “desgaste” no solo se percibe en los contendientes sino también en los aliados de Ucrania. Ucrania teme que si la contienda se “eterniza” es muy posible que “se cristalice”, vale decir, el status quo actual permanece en el tiempo sin grandes o significativas modificaciones, razón por la cual esa situación jugaría claramente a favor de Rusia.
A la contraofensiva ucraniana, que lentamente va comenzando con movimientos cada vez mayores de Ucrania, aunque por ahora solo en Bachmut, Rusia le contrapone una fortificación extrema (triple trinchera de sus defensas) en un amplísimo territorio a lo largo de 800 km que separan a los soldados ucranianos de las posiciones rusas. Es mucho territorio y los expertos militares, tanto ucranios como occidentales, señalan que Ucrania debería optar por atacar en un rango mucho menor y obviamente jugando además con el factor sorpresa de cuando y como hacerlo.
Adicionalmente a la fortificación extrema, noventa por ciento de los nuevos soldados reclutados en la leva rusa de septiembre 2022 han sido ya instalados en esos territorios, conformando un número de fuerzas realmente importante. En el terreno militar, además, defender siempre ha sido más fácil que atacar.
No obstante ello, la debilidad de la defensa rusa yace precisamente en que esos soldados rusos saben perfectamente que los han puesto allí como “carne de cañón” y tienen amplias posibilidades de morir en la batalla. Vale decir, la moral combatiente no es muy alta.
A Rusia parece no importarle esas pérdidas si con ellas consigue detener la ofensiva ucraniana. La táctica rusa en esta defensa de esos territorios es “copia fiel” de las acciones del Ejército Rojo de Stalin en la Segunda Guerra Mundial. Habrá que ver si los resultados son los mismos de aquella vez.
De la gira del presidente Zelensky a Roma (Meloni, Mattarella y Francisco), a Alemania (Scholz), Gran Bretaña (Zunak), UE (Von der Leyen y Borrell) y Francia (Macron), el premier ucranio parece haberse llevado promesas de mayor armamento y entrenamiento de tropas. No parece poco eso si tales promesas se convierten en realidad, pero además si esa realidad es a corto plazo.
A Ucrania le sobran dificultades y tragedias y lo que no le sobra claramente es tiempo. Comentarios contradictorios se perciben en las huestes occidentales (por lo menos en los analistas y expertos) y por lo tanto se complejiza discernir cual es la verdadera decisión tomada por aquellos países que han apoyado sin cortapisas hasta aquí al país injusta y salvajemente agredido.
Dilaciones y demoras ocurren también con el material bélico suministrado pero, no menos importante, esas demoras conviven con muchas y variadas prevenciones solicitadas en el uso de esas armas, así como en el recorte del territorio donde usarlas. Por varias de estas razones, además de otras, es que esta guerra muchas veces es definida como “asimétrica”.
Un país enorme y con capacidad nuclear ataca sin ningún tipo de ataduras, inhibiciones o frenos a un vecino muchísimo más pequeño, mientras que a este se le pide que solo se defienda y que no se le ocurra atacar dentro del territorio del país agresor. Llama la atención, no obstante, los repetidos sabotajes ocurridos en territorio ruso. Ucrania niega ser el autor de esos sabotajes, pero la duda siempre persiste.
Rusia cuenta con otra “ventaja”: Occidente jamás ha podido desencriptar o descifrar al “alma rusa profunda”, sobre todo en su clase gobernante y autoridades, casi desde siempre y el advenimiento de Putin al poder no ha sido la excepción. A partir de 1991, Occidente ha creído que podría “venderle” a Rusia el modelo de la democracia liberal y atraerla al redil de las democracias emergentes, mediante la profundización del intercambio y la cooperación comercial.
Esa concepción fue imaginada por Clinton, por Schroeder, por Merkel, y por algunos otros importantes lideres occidentales. Esa concepción o imaginario colectivo de Occidente se ha demostrado falaz y fracasada. Esa utopía solo fue fructífera desde 1991 a 1999, año este del advenimiento de Putin al poder del Kremlin.
No obstante, por algunos años más siguieron los “entendimientos”, hasta tal punto que en algún momento el G7 se convirtió por algunos años en G8, con la inclusión de la Federación en su seno. El “sueño” duró desde 1997 (todavía sin Putin) hasta marzo de 2014, luego de la primera invasión de Rusia a Ucrania.
A pesar de ese reconocido historial negativo, no son pocas las voces en Occidente que aun reclaman seguir “negociando” con Rusia. A estos sempiternos negociadores, días atrás el ex campeón mundial de ajedrez y alguna vez precandidato a la presidencia de la Federación, hoy exiliado, Garry Kasparov, les alertó una vez más del peligro que Rusia representa para el planeta si gana esta cruel contienda.
Comentó también lo que tantas veces se ha hablado sobre que “las democracias occidentales prefirieron mirar para otro lado con el pretexto de que en realidad se estaba buscando traer a Rusia a Occidente mediante concesiones, a veces leoninas, bajo el manto de pretendidos acuerdos comunes”. En 2014, y más ferozmente en 2022, todos esos “románticos” objetivos saltaron por los aires.
No se puede estar más de acuerdo con Kasparov cuando dice que “no hay manera de llegar a un acuerdo con Rusia mientras Putin siga en el poder”. Pero debe agregarse algo, en lo que Kasparov se equivoca es en que no es solo Putin el problema. Esta es la “guerra de Putin”, sí, pero contrario a lo que se cree, Putin no es el máximo ni el único “halcón” entre las autoridades rusas, y no estoy calificando a Medvedev como halcón, porque a pesar de sus permanentes y soeces bravuconadas, como se dice en la jerga de los juegos “no le da el pinet” ni siquiera para eso.
Solo le da para “entretener al tirano”. Los verdaderos halcones, al igual o más que Putin, habría que buscarlos entre los “siloviki”, palabra rusa que define a las altas autoridades con gran poder en los organismos de inteligencia, en las fuerzas armadas o en los grupos paramilitares, todos ellos con tantas o más ansias de mayor poder que el mismísimo Putin.
También es cierto que Putin sabe perfectamente que en Rusia hay algo que no se perdona, eso es, perder una guerra. Lo demuestra lo que ocurrió con las autoridades rusas que perdieron la guerra Rusia-Japón a inicios del siglo XX, lo que le ocurrió a Kruschev con la crisis de los misiles de 1961, al poderoso Breshnev al perder en Afganistán y, aunque no fueron guerras, analizar cual es la ponderación que se hace en Rusia de Michail Gorbachov por la implosión de la Unión Soviética, o de Boris Yeltsin por no haber sabido recuperar o por lo menos intentar recobrar los “lustres” de la extinguida Unión Soviética.
El Presidente Zelensky sabe que en los próximos meses se juega nuevamente una etapa crucial en el conflicto, pero esta vez con mucho menor margen de error (si alguna vez existió ese margen). De conseguir todos o gran parte de los objetivos (recuperar para Ucrania los territorios anexados ilegalmente por Rusia, incluido Crimea) estará en condiciones de sentarse en la mesa de negociaciones con grandes oportunidades de éxito que, aunque no compense todo el inmenso sufrimiento en vidas humanas y la destrucción de ciudades ya recibido, le permita avizorar el camino de la reconstrucción del país de manera optimista y obtener una verdadera paz duradera.
De no lograrlo, se abre un gran interrogante sobre si los países de Occidente (básicamente, los países anglosajones del norte de América y los países europeos) seguirán manteniendo el férreo apoyo actual o Ucrania quedará librada a su suerte. Para EEUU, China importa mucho y el desafío norteamericano del momento es China, no Rusia.
A ello hay que agregarle que 2024 es un año electoral, Biden no tiene asegurada su reelección y en las huestes republicanas (sea Trump, De Santis u otro el vencedor) parece estar claro que el apoyo no sería el mismo que el brindado por los demócratas. En Europa, el apoyo futuro parece no correr graves peligros, pero con diferencias, en tanto y en cuanto prime la mayor o menor cercanía limítrofe con Rusia, quizás con la única excepción de Hungría.
No es similar el apoyo irrestricto que brindan países como los bálticos, o Polonia o Rumania, o incluso los nórdicos, que el de otros más alejados geográficamente. No obstante, en estos 15 meses de conflicto, no han aparecido graves rupturas o discusiones importantes, tanto en los gobiernos como en los pueblos europeos.
La tan temida “ola de frío” que iba pasar Europa a raíz de una eventual falta de las energías sustitutivas del petróleo y gas rusos y que iba dar lugar a protestas sociales de envergadura, tal como esperaba Putin, no ocurrió y eso es un síntoma alentador sobre que “la falta de comodidades no afecta a la paciencia” que se necesita tener en las actuales circunstancias.
Pero Ucrania tiene que tener bien en claro que no es lo mismo Occidente que otros importantes actores por fuera del mismo, aunque también sean aliados circunstanciales. El apoyo a las sanciones económicas a Rusia provino fundamentalmente de Occidente. El apoyo con armas, e incluso humanitario a Ucrania, provino casi exclusivamente de Occidente, con el agregado de algunos aliados de Occidente (principalmente Japón).
Los demás, apoyaron resoluciones condenatorias a Rusia en la ONU (o a lo sumo se abstuvieron) pero a la hora de los apoyos “contantes y sonantes”, en este grupo de países “el ruido del silencio fue ensordecedor”. En lo regional, Argentina, México y Brasil, no fueron excepciones en este sentido.
Se vienen meses cada vez más difíciles y Ucrania “juega sus cartas en todas las mesas posibles”, sabiendo que cada mesa tiene sus aristas particulares y diferentes pero a la vez también definitoria. Haciendo un paralelismo con el film que ganó el ultimo Oscar a la mejor película: Everything. Everywhere. All at once (Todo. En todas partes. Al mismo tiempo) el conflicto parece para Ucrania un “meta universo” en el que todos los escenarios parecen ser distintos pero a la vez similares o parecidos, como se explican los diversos universos en el premiado film.
El grave inconveniente es que para Ucrania este “universo de la guerra” es aquí y ahora, y de lo que resulte, futuras generaciones o “futuros universos”, quizás tengan algún “deja vu” del “universo ucranio actual” pero en circunstancias absolutamente diferentes. Los actuales ucranios no tienen tiempo ni sueños para pensar en esos eventuales futuros universos o deja vu, salvo uno solo,”ganar el conflicto”.
Cualquier otro resultado, implica la “supresión de la identidad ucraniana”, que es el verdadero y real objetivo de la Federación Rusa en esta “operación militar especial”. Los niños ucranianos secuestrados ilegalmente y forzados cruelmente a vivir en la Federación (se estima un numero mayor a ciento cincuenta mil, en términos moderados según fuentes occidentales), son la prueba más fehaciente.