El deficiente manejo de la nutrición es una de las principales causas de que el rendimiento promedio de los cereales de invierno en secano sea 30 a 40% inferior al potencial. Para aumentar la productividad, y minimizar el impacto ambiental de la fertilización, el diagnóstico de la disponibilidad de nutrientes es clave. Para ello, existen metodologías basadas en el análisis de suelo y en el monitoreo del estado nutricional de los cultivos. Sin embargo, solo se muestrea del 30 al 40% del área cultivada. Esto ocasiona pérdidas de productividad, menor aprovechamiento del agua y balances negativos de nutrientes.
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El nitrógeno, el fósforo y en menor medida el azufre son los nutrientes que con mayor frecuencia limitan el rendimiento. A modo de ejemplo, para obtener un rendimiento de 5000 kg/ha de trigo y cebada, los cultivos necesitan acumular en su biomasa aérea de 140 a 150 kg nitrógeno, de 25 a 27 kg fósforo y de 23 a 25 kg azufre por ha. La falta de alguno de estos nutrientes condiciona la respuesta de los demás.
Para evaluar la disponibilidad de nitrógeno (N) se recomienda el muestreo de suelo en pre-siembra hasta los 60 cm de profundidad (0-20 cm, 20-40 y 40-60 cm) o en inicio de macollaje, dependiendo del año. La determinación del contenido de nitrato en pre-siembra es la metodología más utilizada y se han propuesto umbrales de disponibilidad de N (suelo+fertilizante) de 90 a 180 kg por ha. Pero también hay que tener en cuenta el efecto del cultivo antecesor y el aporte de nitrógeno por mineralización desde la materia orgánica.
En cereales de invierno se han dado respuestas del orden de 400 a 600 kg por ha con aplicaciones de 30 a 40 kg por ha de N (fuentes sólidas) en hoja bandera. Por lo tanto, si bien existe la posibilidad de corregir deficiencias hasta estadios reproductivos, el mayor impacto sobre rendimiento será hasta comienzo de encañazón mientras que aplicaciones posteriores de nitrógeno incrementarán en mayor medida la concentración de proteína del grano.
En cuanto al fósforo, para evaluar la disponibilidad se recomienda el muestreo de suelo en superficie (0-20cm) antes de la siembra, siendo importante el número de submuestras (30-40) cada 20 a 30 hectáreas. Los niveles críticos de P-Bray por debajo de los cuales se considera rentable la fertilización fosfatada, pueden variar desde 15 hasta 20 ppm según suelo y relación de precios. Respecto a la forma de aplicación, se demostró que, en suelos con baja disponibilidad de fósforo o dosis bajas, la aplicación en la línea de siembra es más eficiente que la aplicación al voleo. Sin embargo, en suelos bajo siembra directa la aplicación al voleo anticipada en suelos con bajo fósforo también puede ser una opción válida en suelos con pendientes menores al 2%.
Para el caso del azufre, al igual que para nitrógeno, se recomienda el muestreo de suelo hasta los 60 cm de profundidad en pre-siembra o inicios de macollaje. Para este nutriente también es clave considerar el aporte por mineralización desde la materia orgánica del suelo. Además, el análisis de grano puede ser empleado para caracterizar el estatus azufrado que tuvo el cultivo, y programar la fertilización para los cultivos posteriores. La aplicación de azufre puede realizarse desde la siembra hasta estadios avanzados del cultivo debido a la absorción demorada de dicho nutriente.
Finalmente, en suelos con deficiencias de nutrientes, las respuestas más frecuentes son de 10 a 20 kg grano por kg de nitrógeno; de 40 a 60 kg grano por kg de fósforo y 40 a 80 kg grano por kg de azufre. El costo (kg grano necesarios para pagar un kg de nutriente) para la presente campaña varía de 4 a 5 kg/kg para nitrógeno, de 12 a 14 kg/kg para fósforo y de 4 a 6 kg/kg para azufre. Esto evidencia la rentabilidad de la práctica de fertilización, aún sin considerar el efecto benéfico a largo plazo de la nutrición balanceada sobre la salud edáfica.
Los autores son investigadores de la Unidad Integrada Balcarce y Conicet