SINGAPUR.- El espacio de trabajo tiene ventanales de piso a techo y una cafetería donde sirven té matcha, y ofrece clases gratuitas de danza y yoga. Y todos los meses los empleados realizan sesiones de integración donde toman cerveza, manejan kartings y juegan al bowling.
Pero no es la sede de Google en Silicon Valley: es una fábrica de ropa en Vietnam.
Asia, planta fabril del mundo y origen de gran parte de las cosas que compran los norteamericanos y los europeos, se ha topado con un gran problema: sus jóvenes, en líneas generales, no quieren trabajar en fábricas.
Por eso la fábrica de ropa vietnamita hace todo lo posible para que el lugar de trabajo sea lo más atractivo posible, y por eso están sonando las alarmas de las empresas occidentales radicadas en Asia que dependen del bajo costo de la mano de obra en la región para producir bienes de consumo masivo a bajo precio.
El ocaso de la mano de obra industrial barata en Asia se está convirtiendo en una nueva prueba de fuego para el modelo de producción globalizado, que en las últimas décadas abasteció al resto del mundo de una infinita variedad de bienes de precio regalado.
“En el planeta ya no queda un solo lugar que pueda suplir lo que haría falta”, dice Paul Norriss, el cofundador británico de la fábrica de indumentaria vietnamita UnAvailable, con sede en la ciudad de Ho Chi Minh. “La gente tendrá que cambiar sus hábitos de consumo, y las marcas tendrán que hacer lo mismo”.
Norriss dice que los veinteañeros —la fuerza laboral tradicional del sector indumentaria— abandonan sistemáticamente el programa de entrenamiento de la empresa, y los que se quedan trabajan no más de un par de años. Por eso tiene la esperanza de que mejorar el espacio de trabajo los motive a quedarse.
“Ahora todos quieren ser influencers y fotógrafos de moda”, dice Norris con desazón.
Frente a la crisis, las fábricas asiáticas han tenido que aumentar los sueldos y a veces adoptar estrategias muy costosas para retener a los empleados, desde rebajar el precio de la cafetería hasta construir guarderías para los hijos de los empleados.
Este año, la empresa Hasbro, uno de los mayores fabricantes de juguetes del mundo, atribuyó el aumento de sus costos a la escasez de mano de obra en China y Vietnam, y Mattel, fabricante de la muñeca Barbie, también enfrenta un fuerte aumento de los costos laborales. Ambas empresas han trasladado esos aumentos a sus precios de lista. Nike, que fabrica sus zapatillas en Asia, advirtió en junio que los costos de sus productos se había disparado por el auge de la carga laboral.
“Los consumidores que estaban acostumbrados a lo que costaban ciertos productos en relación con sus ingresos, tendrán que recalibrar esa ecuación”, dice Manoj Pradham, economista londinense y coautor del libro La gran reversión demográfica.
A partir de la década de 1990, China y otros polos manufactureros de Asia se integraron a la economía global, y esos países dejaron de ser agricultores pobres para convertirse en superpotencias fabriles. Como consecuencia directa, los bienes durables, como los electrodomésticos y los muebles, bajaron de precio.
Pero esos países manufactureros se chocaron con un problema generacional: los jóvenes, con más educación que sus padres y ya expertos en Instagram, TikTok y demás redes sociales, parecen haber decidido no pasar sus vidas entre las paredes de una fábrica.
Y hay una cambio demográfico más de fondo que también influye: los jóvenes asiáticos tienen menos hijos que sus predecesores, y más adelante en la vida, lo que implica que a los veintipico de años todavía no se sienten presionados a tener un ingreso fijo. Además, el auge del sector servicios, desde los mostradores de un shopping hasta los de la recepción de un hotel, ofrecen alternativas de trabajo menos demoledoras que una fábrica.
El problema es especialmente acuciante en China, donde en junio el desempleo urbano juvenil alcanzó el 21%, y a pesar de la desesperante escasez de mano de obra en las fábricas. De hecho, muchas multinacionales están trasladando su producción china hacia países como Malasia, Indonesia, Vietnam y la India, pero los empresarios de esos lugares también dicen tener problemas para contratar jóvenes.
De 2011 a esta parte, el salario del sector industrial en Vietnam se duplicó holgadamente hasta alcanzar los 320 dólares mensuales: aumentó tres veces más que en Estados Unidos, según datos de la Organización Mundial del Trabajo. En China, entre 2012 y 2021, los aumentos del salario fabril alcanzaron el 122%, según datos de la misma organización.
A principios de este año, Nguyen Anh Tuan, un vietnamita de 25 años con título secundario, renunció a su trabajo en metalmecánica en los suburbios de Hanoi para convertirse en conductor de motos de Grab, el equivalente local de Uber. Ahora transporta pasajeros por un salario por hora más bajo que el que ganaba en la fábrica, pero dice que el cambio valió la pena, porque pasó a ser su propio jefe.
“Los supervisores se la pasaban haciendo comentarios desagradables, y eso me estresaba”, dice Tuan sobre sus tres años en la fábrica, y agrega que solo se sentiría tentado a volver por el doble del sueldo que ganaba, que era de 400 dólares al mes.
En el pasado, tal vez las fábricas simplemente se habrían mudado a destinos donde los costos eran más bajos, pero actualmente no es tan fácil y las opciones son pocas. Hay países de África y el sur de Asia con grandes reservas de mano de obra, pero muchas son políticamente inestables o carecen de infraestructura y mano de obra calificada.
Las marcas de ropa que se expandieron a Myanmar y Etiopía lo sufrieron en carne propia cuando tuvieron que interrumpir sus operaciones por los disturbios y la guerra civil. Bangladesh ha sido una base confiable para la fabricación de ropa, pero sus restrictivas políticas comerciales y la congestión de sus puertos impiden que avance mucho más.
India tiene una inmensa población y hacía allí se están expandiendo las empresas que buscan alternativas a China. Pero incluso en India los gerentes de las fábricas empiezan a quejarse de la dificultad para retener a los trabajadores jóvenes, porque muchos de ellos prefieren la vida rural con el apoyo de los programas estatales de asistencia social, o eligen trabajos temporales en las ciudades en vez de tener que vivir en dormitorios de obreros en los grandes polos industriales. Y los ingenieros recién recibidos directamente abandonan las fábricas para buscar trabajo en el sector de tecnología de la información.
Por Jon Emont
Traducción de Jaime Arrambide