La doma sin violencia resalta las grandes virtudes del caballo

La palabra “doma”, según el Diccionario de la Lengua Española, significa: “sujetar, amansar y hacer dócil a un animal por el ejercicio y la enseñanza”. Este es el objetivo fundamental que persiguen los diversos tipos de doma. Lo que difiere es la forma de realizarla. Cabe aclarar el concepto de la llamada Doma Tradicional ya que la mayoría de las veces es interpretada como un duelo entre jinete y caballo a ver quién gana el pleito.

Durante siglos se ha practicado la doma de equinos con el fin de entrenar y educar a estos majestuosos animales para que sean funcionales al hombre y sus necesidades. El uso de la violencia ha sido el método de enseñanza a lo largo de la historia generando grandes controversias y críticas a ese sistema. Afortunadamente en los últimos años ha surgido una nueva alternativa conocida como “doma sin violencia”, que se basa en una serie de técnicas y principios que buscan establecer una comunicación clara y efectiva entre jinete y caballo. Esta nueva forma de doma está revolucionando el mundo de la equitación.

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El proceso de esta doma no comienza cuando se monta al caballo sino mucho antes. Es cuando al potro lo bajan del camión y llega a manos del domador. Esos momentos son los más angustiantes. Ya no está con su manada con la cual se sentía seguro; no reconoce olores ni sonidos, oye voces extrañas, está solo y siente miedo. Su naturaleza es de tropilla, de libertad, sus miedos eran compartidos por otros pares. Es allí cuando se comienza a darle garantías a sus miedos. Se le debe infundir calma y rodearlo de otros potros mansos que le devuelvan confianza. La socialización y el acostumbramiento a la presencia humana son fundamentales.

Lo primero que debe conocer el domador es la materia prima, o sea “el caballo”. Debe prepararse, estudiar, observar y tratar con caballos; conocer su naturaleza, comportamiento y psicología del animal, además de morfología, osificación, nutrición. Y sobre todo tener un plan de trabajo ordenado.

La doma sin violencia se basa en la premisa de que los caballos son animales inteligentes y sensibles, capaces de aprender y comprender las indicaciones de manera amigable y sin necesidad de recurrir a la violencia física o emocional. En lugar de utilizar la fuerza bruta para imponer la voluntad del jinete, se busca establecer una comunicación clara y efectiva mediante la inducción, el uso de señales sutiles y técnicas de refuerzo positivo.

Entre ellas, el lenguaje corporal se considera uno de los pilares máximos. Esto implica la elección de posturas, movimientos suaves y equilibrados para indicar al caballo lo que se espera de él. Por ejemplo, inclinarse hacia adelante puede indicar al caballo que debe avanzar, mientras que inclinarse hacia atrás puede indicar que se detenga.

La empatía hacia el caballo es otro de los pilares en este sistema de doma. Los entrenadores se esfuerzan por entender las necesidades y emociones del animal, y tratan de establecer una relación de confianza y respeto mutuo, un acercamiento entre ambos. El caballo debe reconocer y aceptar a su domador.

La finalidad es lograr el bienestar del caballo en todo momento, asegurándose de que esté cómodo, relajado y dispuesto a trabajar. La paciencia es el otro pilar básico de la doma sin violencia. Ante todo es preciso afianzar la relación entre domador y caballo. Esto se logra con paciencia y mediante la caricia. El domador debe tocar y acariciar al caballo por todo el cuerpo, lentamente y durante mucho tiempo; luego lo hará con el lazo acercándolo y frotando su cuello. Así llegará el momento de colocarle el cabestro, bozal, montura y demás arneses para continuar con las prácticas. Los defensores de esta nueva forma entienden que cada caballo tiene su propio ritmo de aprendizaje a diferencia de los métodos tradicionales que persiguen resultados rápidos a cualquier precio. En lugar de exigir al animal a realizar ciertas maniobras se le otorga tiempo para comprender y asimilar las indicaciones, premiándolo cuando acierta. Este método se basa en reforzar lo positivo en lugar de castigar. O sea, en vez de sancionar al caballo por un comportamiento no deseado, se le recompensa cuando obedece la orden, ya sea en forma de caricias, palabras de aliento o incluso golosinas. La idea es asociar las acciones correctas con experiencias placenteras, lo que motiva al caballo a repetir esas acciones en el futuro.

A través de la empatía, la paciencia y el uso de refuerzo positivo, los entrenadores pueden educar y entrenar a los caballos de una manera amigable y sin violencia. Además de garantizar el bienestar del animal creando una base sólida para futuros logros en la equitación donde los caballos sean tratados con el respeto y la dignidad que merecen.

El arte de domar es darle forma a las grandes virtudes que tiene un caballo.

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