El célebre teorema de (Raúl) Baglini, según el cual las propuestas políticas son más audaces cuanto más lejos se está de acceder al poder, volvió a mostrar su validez con Javier Milei; pero en sentido inverso.
A medida que se consolidan sus chances de llegar –cuanto menos– al balotaje de noviembre, el candidato presidencial de La Libertad Avanza (LLA) no sólo comenzó a relativizar la inmediatez de la dolarización y el cierre del Banco Central, sus medidas más disruptivas y polémicas que generan incertidumbre en las expectativas económicas e incluso en el FMI. Y algunos integrantes de su equipo más cercano se hicieron cargo de un baño de realidad, al advertir públicamente esta semana los condicionamientos y dificultades para avanzar en su puesta en marcha ante un eventual triunfo.
Por lo tanto, la propuesta de dolarización se está desinflando y volviendo al debate teórico entre propios y extraños que precedió a su lanzamiento meses antes de las PASO. Si alguien suponía que, a partir del 10 de diciembre o enero de 2024, la Argentina iba a adoptar el dólar estadounidense como moneda, no le convendría adoptar decisiones en base a esa hipótesis.
El próximo gobierno recibirá como herencia al BCRA con una fuerte sequía de divisas (reservas netas negativas de –US$8500 millones por pagos pendientes de importaciones más compras de bonos para intervenir el dólar MEP– y en medio de una inundación de pesos provocada por el déficit cuasifiscal y fiscal.
Sólo las Leliq y pases para absorber el exceso de liquidez, generan una expansión endógena de la oferta de dinero con el devengamiento de tasas de tres dígitos anuales que implican intereses de 2 billones de pesos por mes.
Con el cepo, además, los bancos están encerrados en un virtual “corralito”, donde el Estado coloca deuda para financiar el déficit del Tesoro en pesos indexados por la alta inflación o el tipo de cambio oficial, y desplaza del crédito al sector privado.
Para más datos, un informe de la Fundación Capital indica que el ratio entre pasivos monetarios y reservas brutas del BCRA (que suele guardar relación con el valor de los dólares financieros), arrojaba a fin de agosto un dólar de $917 con tendencia ascendente para los próximos meses.
Hace dos semanas, el propio Milei se había ocupado de aclarar, en el Consejo de las Américas, que la dolarización y el cierre del BCRA correspondían a una “segunda generación de reformas” dentro de un programa con horizonte de 35 a 50 años.
Ahora su asesor, Carlos Rodríguez (ex viceministro de Domingo Cavallo en su segunda etapa) fue más directo: sostuvo que la única propuesta para “despesificar” rápidamente sería una hiperinflación o un plan Bonex y que, para evitar que la economía explote, se necesita implementar un fuerte ajuste del gasto público y de las regulaciones que traban los mercados.
Por su lado, Juan Nápoli (candidato a senador por LLA y referente del sector financiero), reinterpretó a Milei al explicar que su intención no es cerrar el BCRA sino las canillas de emisión monetaria.
Desde la oposición de Juntos por el Cambio, Carlos Melconian graficó en varios reportajes que dolarizar es como invitar a alguien a comer fideos con tuco, sin que haya fideos ni tuco. Fue también una forma de defender su propuesta de convivencia inmediata entre el peso y el uso legal del dólar en contratos, apoyada en el plan de estabilización y crecimiento anunciado por Patricia Bullrich.
El economista Miguel Ángel Broda opina que el debate sobre una dolarización o el bimonetario como eje de una nueva organización económica del país constituye un error de diagnóstico y objetivos.
“La dolarización o el bimonetarismo vendrán dentro de dos o más años. Hoy lo prioritario pasa por evaluar minuciosamente la terrible herencia que recibirá el próximo gobierno –ahora agravada seriamente por el ‘piromaníaco’ ministro (Sergio) Massa en su intento de meterse en el balotaje– y poner el foco en la batería de medidas que deberán adoptarse mucho antes de adoptar uno u otro sistema monetario”, afirmó esta semana en su ciclo mensual.
A juicio de Broda, “cualquiera de las dos propuestas requiere una ardua tarea previa de ajuste fiscal, unificación del tipo de cambio y liberación no traumática del mercado (sin un fuerte salto devaluatorio). Deberíamos estar discutiendo, por ejemplo, la secuencia más cuidadosa de medidas que permitirían desembocar en unos meses en la unificación cambiaria; o qué gastos reducir para no generar un estallido social en el arranque del nuevo gobierno. El eventual sistema monetario es hoy una cuestión de tercer orden”, completó.
Un enfoque académico
Previamente, expuso como invitado el economista Nicolás Cachanosky, profesor de la Universidad de Denver y sobrino de Roberto Cachanosky, agraviado inexplicablemente días atrás por Milei. Tras aclarar que no pertenece a LLA ni a ningún otro espacio político, defendió la dolarización como una reforma que puede durar décadas a prueba de malos gobiernos, en especial populistas. Y si bien sostuvo que no reemplaza la necesidad de reformas fiscales, laborales, regulatorias y previsional, que llevan tiempo, tiene chances de generar un ajuste expansivo si logra una drástica reducción de la inflación.
Para Cachanosky, el desempeño económico de la Argentina, con alta inflación y retroceso del PBI per cápita en las últimas décadas, sólo es comparable con el de Venezuela y Zimbabwe, que tienen gobiernos y estados colapsados.
Como contracara, mencionó que la dolarización permitió a Ecuador bajar la inflación de 100% a 5% en dos años. También citó los casos de El Salvador y Panamá, aunque se trata de tres países que tienen poco o nada que ver con la estructura económica y productiva de la Argentina.
Su propuesta para el caso argentino consiste en separar los pasivos en pesos del BCRA en tres grupos: depósitos bancarios, circulante y pasivos remunerados, con medidas diferentes. “Y como dolarizar al tipo de cambio de equilibrio del mercado no tiene respuesta, solo un nuevo gobierno puede llevarla adelante”, añadió.
La dolarización de los depósitos bancarios no requiere dólares, ya que se trata de un cambio de unidad de cuenta y los bancos disponen de un gran monto de dinero transaccional como medio de pago, salvo que se produzca una corrida de depósitos en dólares. Para el circulante, propone la combinación de pesos con dolarización en un plazo de un año para rescatarlos, como lo hizo Ecuador. En cambio, El Salvador no necesitó dólares extra.
No obstante, admitió que las Leliq y otros pasivos en pesos remunerados son la parte más compleja para evitar un Plan Bonex o un default, porque no hay dólares en el BCRA. De ahí que propuso recapitalizarlo a través de un Fondo de Estabilización Monetaria (FEM) administrado fuera de la jurisdicción argentina, manejado por bancos del exterior y cuyo “estatuto” será una computadora.
Las Leliq serían canjeadas por bonos de corto plazo en dólares a tasas de los EE.UU. con cotización en los mercados. A esto podría agregarse el rescate de activos del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) sin salir a los mercados, para reubicarlo en el FEM. Una vez que éste cumpla sus objetivos, se disuelve y los activos vuelven al BCRA.
La reforma no es gratis porque el Tesoro tiene que pagar los bonos. Lo que cuesta creer es que LLA, sin mayoría en el Congreso, pueda lograr consenso político para llevar a cabo este esquema.