La Argentina es el segundo país del mundo con más superficie sembrada de productos orgánicos

Las economías regionales de la Argentina tienen tanto potencial como barreras a superar, así como también mantienen una relación directa entre largas distancias logísticas, infraestructura ineficiente, falta de insumos, créditos inexistentes, aislamiento del Mercosur de los grandes bloques económicos, presión impositiva desmedida y derechos de exportación – entre otros males. Sin embargo, hay una variable muy buena que si es bien utilizada, puede brindar oportunidades de diferenciación y sustentabilidad.

La Argentina, a pesar de todo, es el segundo país con mayor superficie sembrada de productos orgánicos, sólo detrás de Australia y por arriba de China. Mejor dicho, muy lejos de Australia y muy cerca de China – dos países con un grado de integración comercial con el mundo lejanamente superior al de Argentina. Las llamadas eco-certificaciones pueden ser parte de una estrategia de diferenciación clave para las economías regionales a la hora de intentar ganar mercados en el mundo desarrollado, aunque también en los mercados emergentes.

No sólo existen certificadoras internacionales de renombre, sino que también las hay en nuestro país y con buen reconocimiento global.

Un tema a tener en cuenta y que el mundo desarrollado exige al demandar el sello de eco-certificación de una economía regional del NOA, NEA, Patagonia o la región centro de la Argentina, es que dicha certificación no sólo garantice aspectos de trazabilidad sustentable en los procesos, sino también que contemplen aspectos sociales. Entre los primeros podemos mencionar la prohibición de agroquímicos, pesticidas, fertilizantes de ciertas categorías, aspectos relativos a la rotación de suelos etc, y entre los segundos, variables relacionadas con el comercio justo o precio justo (fair trade), la prohibición del trabajo esclavo y trabajo infantil y demás.

Claro está, con todos los problemas que tenemos, ¿quién se va a poner al hombro estos temas de trazabilidad? Sin embargo, si una economía regional quiere tener proyección global, debe encarar seriamente una reingeniería en sus procesos. Aquí es donde podrían jugar muy fuerte como factor diferenciador las energías renovables y la electromovilidad en las operaciones de inventarios y la logística de campo, toda vez que la Argentina cuenta, y de sobra, con una especie de menú a la carta de materias primas necesarias para contribuir con una trazabilidad ambiental valorada en el exterior. Llámese sol, viento, litio, cobre, gas, bioenergías y próximamente, hidrógeno verde.

Sin embargo, contar con un par de eco-certificaciones en cuanto a los procesos de producción y lo social, puede no ser suficiente. Por ejemplo, para poder diferenciarse en la Unión Europea es necesario contar también con el sello de la “Euro Hoja”, el cual estandariza los requisitos de producción orgánica a nivel europeo. Ahora bien, España o Francia por ejemplo, también tienen certificaciones diseñadas y exigidas por diferentes comunidades o provincias, las cuales se superponen con la Euro Hoja.

Claramente, si el Mercosur abandonara su estrategia proteccionista y huidiza de la competencia global y ratificara de una buena vez el Tratado de Libre Comercio con la UE, todo esto potenciaría a nuestras economías regionales de una forma nunca vista antes.

Ahora bien, para que esto se torne una realidad, el país requiere de infraestructura vial, ferroviaria, aérea y fluvial que se encuentre a la altura de las circunstancias y el potencial mencionado. Tema para una próxima nota.

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