Inversiones, divisas y prosperidad: lo que puede lograr una bioeconomía del maíz robustecida

El maíz viene creciendo en superficie sembrada y cosechada desde 2016, cuando la quita de retenciones y el fin de las intervenciones comerciales aumentaron las inversiones en este cultivo, que pasó a ser el principal del país en volumen de producción, tras desplazar a la soja. En 2020, en plena pandemia, la cadena maicera argentina logró subir del 3° al 2° puesto en el ranking de complejos exportadores, lugar en el que se mantuvo hasta el año pasado, cuando le aportó al país más de 9500 millones de dólares, casi el 11% de todas las divisas que ingresaron por ventas al exterior.

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La sequía, que se ensañó en su tercer año consecutivo, le imprimió un golpe tremendo a ese escenario pujante. Si bien el maíz seguirá siendo este año el principal cultivo en volumen, caerá de los 52 millones de toneladas de la campaña pasada, a unos 36 millones en la actual, según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.

De todos modos, salvo este descalabro por el clima, los indicadores son positivos para el cereal: en el mundo se espera que los valores se mantengan altos, a la vez que, en el plano local, existe la posibilidad de que se dé un cambio favorable en las reglas de juego macroeconómicas tras las elecciones presidenciales, que vuelva a estimular la inversión.

Más allá del área sembrada, existe un margen muy amplio para robustecer la bioeconomía local del maíz, ya que, normalmente, el 70% se exporta como granos.

Exportaciones

Según un estudio de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), en 2022 se consumieron en el país 19,4 millones de toneladas de maíz en actividades que abastecieron el consumo interno y generaron exportaciones por US$5838 millones.

La mayor parte de ese volumen se destina a alimentación animal, en establecimientos avícolas, feedlots, tambos y granjas porcinas. En conjunto, estos sectores demandan entre 11 y 12 millones de toneladas de maíz anuales.

Otras 400.000 toneladas van a molienda seca, que engloba a las industrias que producen harinas y sémolas, como las que elaboran cereales para el desayuno y snacks, entre otros productos. En el país hay al menos 50 plantas de molienda seca, la mitad repartidas en partes iguales entre las provincias de Córdoba y Buenos Aires (13 cada una), seguidas de Santa Fe (7), las provincias donde se produce el 70% del maíz argentino. Las 17 plantas restantes se distribuyen en otras siete provincias.

También se agrega valor en la molienda húmeda, de mayor complejidad tecnológica y escala, que separa el grano de maíz en distintas partes (germen, fibra, gluten y almidón) para producir bienes intermedios que utilizan diversas industrias (textil, de alimentos y bebidas, farmacéutica, del plástico y otras). En el país hay siete empresas de este tipo, distribuidas en las tres principales provincias maiceras, San Luis y Tucumán, que pueden moler 1,5 millones de toneladas anuales.

El bioetanol, biocombustible con el que se mezclan las naftas, es otro gran agregado de valor maicero. En el país existen seis plantas, ubicadas en Córdoba (con el 80% de la producción total), San Luis (18%) y Santa Fe (2%). Su capacidad de procesamiento anual, según la BCR, alcanza los 2,46 millones de toneladas de maíz.

La Argentina tiene una excelente oportunidad para hacer crecer la bioeconomía del maíz, generando desarrollo económico y empleo descentralizado. Incluso sin aumentar el volumen de los últimos años, se podría incrementar significativamente la producción de carne vacuna, porcina y aviar, de huevos, de leche, de alimentos balanceados, de productos de las moliendas, de bioetanol y de alcohol etílico, y abastecer una futura producción de bioplásticos.

Según la BCR, en diez años, esas actividades podrían llevar el consumo interno de maíz a 33,3 millones de toneladas, y sus exportaciones alcanzar al menos 13.700 millones de dólares. Elevar el corte de biocombustible de las naftas (hoy de 12%) sería una forma muy rápida de encarar esa meta: la Argentina solo destina el 3,7% de su maíz a la producción de bioetanol, contra el 9,3% de Brasil y el 35,3% de Estados Unidos. Y esto estaría en línea, además, con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París de 2015.

Para robustecer la bioeconomía del maíz, la Argentina cuenta con una ventaja clave: produce con una huella ambiental muy inferior a la de los países competidores, gracias al modelo productivo de la siembra directa, en el que fue pionera hace más de tres décadas. Y este atributo de sostenibilidad se traslada a los derivados del maíz, que así podrán franquear barreras paraarancelarias y obtener mejores precios.

Estamos frente a una enorme oportunidad de desarrollo inclusivo y federal. Necesitamos que la política comprenda esta posibilidad inigualable, capaz de generar inversiones, prosperidad y divisas, y estamos trabajando para ello.

El autor es presidente de Maizar

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